CAPÍTULO 22

El resto de la noche es un borrón de dientes perfectos y vestidos multicolores. Realizo mis tareas como un robot, centrándome solo en que no se me caiga la puñetera bandeja. Poco a poco la música va apagándose y los invitados se dispersan. Cuando Alice y Willow suben juntos las escaleras, la mano de él descansa en la parte baja de la espalda de ella, y yo siento la presión de miles de lágrimas que se me acumulan tras los párpados. No me besará jamás y tal vez no regresaré a casa nunca.

Sé que es lamentable, incluso desesperado, pero hago tiempo barriendo el suelo, igual que en el canon. Es una tarea mecánica que me ayuda a apaciguar la mente; el sonido que hace la escoba ahoga las palabras «Violet la Virgen».

Barro y barro hasta que las primeras señales del amanecer se abren paso por las ventanas. Le he fallado a todo el mundo: a Nate, a Katie... incluso a Alice, aunque creo que ella igual se lo merece. Las lágrimas brotan al fin. Caen desde mi barbilla y estallan contra el suelo, donde se transforman en manchones bajo las cerdas de mi escoba. La traición me abrasa el pecho: ¿cómo ha podido Alice sabotear nuestra única esperanza de volver a casa? Ya sé que siempre ha tenido ese cuelgue de fan maníaca con Willow, y estoy segura de que está encantada de ser una gema, pero esto no es un juego, esto son nuestras vidas. Ahora tengo que volver a la cabaña de los impes, mirar a Nate a los ojos y contarle lo que ha pasado. Y, de pronto, un pensamiento todavía más terrorífico se abre paso hasta el lóbulo frontal de mi cerebro: Thorn va a matar a Katie.

Katie. Ojalá estuviera aquí ella en vez de Alice. Ella nunca se lanzaría así sobre Willow, ni pondría a los gemas en un pedestal. Ella los llamaría «pandilla de pitofloros» y después se pondría a citar a Shakespeare. Cuánto la echo de menos.

Me tapo la cara con una manga y salgo al aire fresco del amanecer. En el cielo todavía titila el débil rastro de las estrellas de anoche; una metáfora de lo que pudo haber sido. Arrastro las botas despacio por el césped, con la esperanza de que si camino muy, muy despacio no llegue nunca a la cabaña.

—Rose —la voz surca el aire como una canción.

Me vuelvo y veo a Willow subiendo la cuesta a grandes zancadas, hacia mí. Ya no lleva la pajarita y le brilla el sudor en ese triángulo de piel color miel. Parece cansado, pero me sonríe y levanta las manos.

—Te prometí el último baile.

Siento como si mis pies fueran garras y no pudiera moverme, salvo por la inmensa sonrisa que me llena la cara.

—Te has tomado tu tiempo —por debajo de la emoción siento un brote de pánico: estamos totalmente fuera de guion, no tengo frases que recitar y este no es Ash, no es ruido de fondo en la historia; este es Willow, esto es importante.

—Prefiero llegar elegantemente tarde.

Willow me sonríe, me pone una mano en la parte baja de la espalda y con la otra coge mi mano con delicadeza. El calor de su cuerpo traspasa mi ropa y de pronto siento la piel de la garganta muy desnuda. Tararea bajito una melodía suave y empezamos a dar vueltas.

—¿Quién era la chica? —Decido arriesgarme. Él deja de tararear pero seguimos girando.

—¿Quién, Alice?

Asiento y no puedo evitar que me moleste un poco que su boca haya pronunciado su nombre real, pero el mío no.

—La conocí ayer en una fiesta, es amiga de un amigo. Es que parecía que... me conocía muy bien, como si pudiera leerme la mente. Y mi madre había estado muy pesada con que llevase pareja al baile.

Entierro la cara en su pecho para que no me vea fruncir el entrecejo. Alice ha usado lo que sabe de su personalidad en provecho propio. Eso es hacer trampa.

—Hacíais buena pareja —intento hablar en tono ligero.

A esta distancia huelo su aftershave y un toque de champán de su aliento. Se echa a reír y su pecho vibra junto a mi oído.

—Qué va, éramos un horror. Como una copia de una copia. Los gemas somos todos iguales, me aburro solo de mirarnos.

—Deberíais mezclaros más con los impes, alternar un pelín con la chusma.

—¿Eso es una invitación?

—¡Claro! Siempre que te apetezca pasar el rato en la cabaña de los impes, no tienes más que decírmelo.

Dejamos de dar vueltas y me separa un poco de su cuerpo. Contemplo la belleza de sus rasgos, tan perfectos que casi resultan sosos.

—Alice estuvo encantadora, pero dijo algunas cosas que me hicieron... —dice, y noto en el estómago una punzada que anticipa otra puñalada traicionera... pero Willow se ríe por lo bajo y termina la frase—: echarte mucho de menos.

Ya me siento menos traicionada.

—¿Como por ejemplo?

—Yo qué sé... Dijo que en la esencia de la atracción está la intriga y, por supuesto, eso me hizo pensar en ti. Ya sé que te he dicho que me encanta que seas tan libre, pero también me encanta que a veces seas tan... rara y tan real. Eres una combinación tan peculiar, me tienes fascinado por completo —hace una pausa—. Me recuerdas lo que es ser humano.

Sus palabras me hacen sonreír de oreja a oreja. No solo porque haya utilizado la palabra «humano», un término anticuado que no usa nadie en el mundo de El baile del ahorcado porque implica que los impes y los gemas pertenecen a la misma especie, sino porque le gusto yo. Violet. Los golpes de las ramas en mi cara, el pelo metido en la boca... todo eso le fascina.

—Entonces Alice dijo algo precioso. —Me coge las manos entre las suyas—. Dijo que podrías pasarte la vida entera recorriendo la tierra sin toparte nunca con una persona que te completase, y que si llegas a encontrar a esa persona deberías aferrarte a ella con las dos manos y no dejarla ir jamás. —Estira mis manos hacia su pecho y me sonríe.

La cita es del libro. Alice sí me estaba ayudando. Y yo me siento como una semilla de arce que da vueltas y vueltas y flota por el cielo. La traición desaparece por completo; su lugar lo ha ocupado el amor más puro hacia mi mejor amiga.

—¿Rose?

Sacudo la cabeza.

—Perdona, sí. No dejarla ir jamás. —Inspiro hondo. Ha llegado el momento de cerrar el trato, de volver a encarrilar al canon y de regresar a casa. Sonrío, mirando su hermosa cara y digo—: Es como si hubiéramos nacido para... —y como para demostrar que es así, termina conmigo la frase, pronunciando las mismas palabras—... encajar.

Mi mente regresa unas horas atrás, cuando Ash y yo descansábamos bajo el abedul, encajando a la perfección, acurrucados sobre la hierba. Pero le doy orden a mi cerebro de que no se salga del guion, de que se centre en este momento. Miro a Willow a los ojos, que resplandecen bajo el cielo tenue de la mañana. Examina mis rasgos, trazando con el índice una línea desde la comisura de la boca hasta el pómulo.

Y por fin me besa.

Es un beso largo, ninguno de los dos lo rompe. Me encanta el aroma de su piel, la presión de los labios, el roce suave de su lengua con la mía. Es un beso perfecto, no hay ni un solo pepinillo a la vista, pero no me conmueve. Ya no doy vueltas como una semilla de arce. No se parece en nada a lo que había imaginado sentada en mi sofá, soñando que estaba entre sus brazos. Tal vez me había creado unas expectativas demasiado altas... al fin y al cabo, no es más que un ser humano. Le han modificado los genes, pero solo es un ser humano.

El beso llega a su final natural. Willow me sonríe y yo trato de ignorar la molesta sensación de desencanto y me digo que, al fin y al cabo, esto solo lo hago para volver a casa. Me dispongo a darle otro beso de despedida, cuando llama mi atención un leve movimiento.

En los olmos del horizonte, espiándonos entre el follaje, los ojos del azul más claro que he visto jamás.