CAPÍTULO 27

Una vez, mi padre me contó algo muy guay sobre las ranas:

«Si metes una rana en una cazuela de agua hirviendo, sale enseguida de un salto, agarrándose el culito de anfibio con las patas. Pero si metes esa misma rana en una cazuela de agua fría y vas subiendo la temperatura poco a poco, la muy gilipollas se queda ahí parada. Suda hasta que están a punto de reventarle las pelotas, y al final el agua rompe a hervir y la rana estira la pata. Literalmente». (Un tipo divertido, mi padre. Y sabe un montón de tonterías sin sentido. Supongo que de ahí le viene a Nate.)

Bueno, pues me siento como esa primera rana. Como si me hubieran soltado en una cazuela de agua caliente y me ardiera el culo. Pero los demás impes son como la segunda rana. Llevan tanto tiempo inmóviles dentro de la cazuela que ya se han acostumbrado al calor. Están a punto de cortarle las manos a un chico y aquí no ha pasado nada. Te llaman simio, y sigues como siempre. Un guardia te agrede sexualmente, puede que incluso te pegue un tiro... un día como otro cualquiera en El baile del ahorcado.

Pero, a diferencia de la primera rana, yo no puedo salir de un salto. Estoy atrapada en esa puñetera cazuela contando los días que quedan para que me ahorquen.

En cuanto regresamos a la mansión, Nate se arrastra hasta su litera. Incluso Saskia parece preocupada y se asegura de que coma un mendrugo de pan extra y lo tapa con la manta hasta la barbilla. Anochece y sé que debo dirigirme hacia el huerto para esperar a Willow por última vez, pero antes me acerco a darle un beso a Nate en la cabeza e inhalo su olor. Se revuelve en sueños y vuelvo a besarlo, solo por si acaso.

Cuando me pongo en camino, Saskia me agarra del brazo.

—Recuerda: solo estás fingiendo que te gusta.

—Tranquila, Saskia. Ya viste lo que sucedió en el mercado.

«Y además tiene a su hermano mutilado flotando en un tanque», pienso.

Sonríe como si ella lo supiera todo y yo no tuviera ni idea de nada.

—Impes o gemas, todos los hombres son un puñado de pajilleros.

Suelto una carcajada débil y me encamino hacia el huerto arrastrando los pies, todavía aturdida por el impacto e inmune al frío, intentando practicar mis frases mentalmente. Sé que esta escena es la más importante hasta el momento: el giro argumental de la mitad, la escena que termina con Willow siguiendo a Rose hasta la ciudad. Pero las frases se apelotonan en mi cabeza y no soy capaz de separarlas unas de otras, porque no quiero decirle a Willow que lo amo, quiero decirle que es un imbécil de cuidado.

Mientras camino junto al lago, me fijo en la luna, una esfera perfecta en el agua. Sonrío a mi pesar: es curioso que el reflejo, el eco, pueda parecer tan real como lo que refleja. Me agacho y jugueteo con una piedra. Después la lanzo para que destroce la esfera en un millar de esquirlas plateadas.

—Violet.

Me doy la vuelta y veo que Ash avanza hacia mí. Ladea la cabeza y algo se remueve en mis entrañas y me empuja hacia él.

—¿Qué te pasa? —pregunta.

—¿A qué te refieres?

—He reconocido a esa gema, a la chica del mercado.

Mi expresión debe de ser de desconcierto, porque suspira, un tanto molesto.

—Deja que te dé una pista: pies inmensos.

No sé cómo explicárselo, y la verdad es que tampoco tengo tiempo de hacerlo. Tengo que verme con Willow dentro de unos minutos.

—Mira, es muy complicado.

—Me dijiste que no es una gema.

Parece sentirse un poco dolido, incluso traicionado.

—No lo es.

—Entonces ¿es cierto que es una espía?

Le cojo la mano.

—Algún día te lo explicaré, te lo prometo.

—Me ocultas secretos después de que te mostrara...

Se interrumpe. Los dos sabemos a qué se refiere, y no me sorprende que esté enfadado.

—Te lo contaré, te lo prometo, pero ahora no. He quedado con alguien.

Me observa con los ojos muy abiertos y mirada inquisitiva.

—No irás a verte con él, ¿verdad?

—Sí.

—Es imposible que te guste, no después de haber visto esos duplicados, no después de que estuviera a punto de permitir que esos guardias le cortaran las manos a Nate.

—Ya lo sé.

—Y sabes que nunca va a estar contigo, no de verdad, la ley lo prohíbe. Terminarás bailando en ese patíbulo.

—Ash, ya lo sé.

—¿Por qué lo haces, entonces?

Quiero contárselo todo, empezando por la Comic-Con y terminando justo aquí, en el lago; quiero derribar este muro de secretos y mentiras y quiero que Ash me vea tal como soy en realidad; pero, sobre todo, quiero rodearlo con los brazos y apoyar la cabeza en su hombro, consciente de que encajaremos a la perfección. Pero sé que no puedo hacer ninguna de esas cosas. Hay demasiado en juego. Tengo la impresión de que mi cuerpo es una colección de piezas trabadas. He perdido toda sensación de totalidad, de completitud, como si fuera una especie de marioneta extraña, arrugada, sujeta con pinzas.

Suspira. Su aliento se queda suspendido entre ambos como una neblina.

—¿En serio sientes algo por él?

—No... no lo sé.

—Porque no deberías querer a alguien solo porque... —Tuerce un poco la boca—. Porque su proporción entre pecho y cintura sea perfecta, y tenga los pómulos también perfectos, y el pelo brillante. Deberías querer a una persona porque sea... No sé... Auténtica, verdadera.

No puedo evitar desviar la mirada hacia el agua, sobre cuya superficie continúan bailando los minúsculos fragmentos de luna. Vuelvo a concentrarme en Ash, en su nariz un tanto protuberante, en sus ojos de un azul imposiblemente claro y en la boca que sé que tiene la capacidad de eclipsar el resto de sus rasgos cuando sonríe. A continuación pienso en Nate y en Alice, en Katie y en mi casa. Tengo que seguir adelante con el canon. Tengo que conseguir que esas dos hebras vuelvan a entretejerse. Antes siempre me ceñía al guion, a lo predecible, pero ahora tengo la sensación de que alguien me está partiendo por la mitad.

—Ya, ya lo sé.

—A ver, es que ni siquiera sabe tu verdadero nombre, y es un nombre precioso, mucho mejor...

Pero no llega a acabar la frase, porque yo ya me he acercado y he empezado a besarlo. Me devuelve el beso, con unos labios cálidos y suaves; su aliento me llena las fosas nasales y comienzo a dar vueltas flotando en el aire como una semilla de arce, rebosante de alegría y proyectándome hacia el cielo. Entrelaza los dedos a mi espalda, en una pauta intricada, y empiezo a sentir que no soy capaz de inspirar con mayor profundidad, como si fueran a estallarme los pulmones. Lo atraigo más hacia mí, de manera que su cuerpo se aprieta contra el mío... Es cierto que encajamos a la perfección.

Pero se me llena la cabeza de Alice, de Katie, de Nate, y la horrible sensación de desgarro regresa.

El maldito canon.

Esa puñetera mariposa.

Me aparto.

—Lo siento.

Me escudriña el rostro.

—Entonces... Entonces ¿lo quieres?

La mentira se me atasca en la garganta como algo punzante y afilado. Y por algún motivo, pienso en la cita de la carta de Katie. «El mundo todo es un teatro». Trago saliva con dificultad y expulso las palabras una por una.

—Sí. Quiero a Willow.

Y sin decir nada, Ash se da la vuelta y se aleja.