CAPÍTULO 30

La carrera de regreso a la cabaña de los impes resulta extraña y deslucida, como una película que se ha estirado en unas zonas y rayado en otras, onírica y fragmentada. El viento me entumece las mejillas y me llena los oídos, pero es incapaz de ahogar una única frase: «Mi mejor amiga me ha traicionado».

Abro la puerta de la cabaña de los impes y la expresión de mi cara actúa como una sirena que atrae las miradas de todos los esclavos que la ocupan.

Saskia se acerca a mí a toda prisa, dejando momentáneamente a un lado su fachada áspera.

—¿Violet? ¿Qué pasa?

—Alice —contesto casi para mí.

Matthew me acompaña hasta una silla.

—Alice —repito como si, por algún motivo, pronunciar su nombre otra vez fuera a doler menos.

Nate atraviesa la habitación a la carrera, abriéndose paso entre la multitud que se arremolina en torno a mí.

—¿Qué pasa con Alice? —pregunta con una mezcla de preocupación y dolor en el rostro.

Saskia les suelta un gruñido a los espectadores:

—El próximo impe que se dedique a meter las narices en lo que no le importa tendrá que vérselas conmigo, ¿entendido?

Vuelven a sus asuntos fingiendo que no existimos.

—¿Y bien? —dice Nate.

Respiro hondo, aún temblorosa, y por una vez apenas noto el tufo a humedad.

—Los he visto, juntos. A Willow y a Alice. En la cama, estaban, ya sabes... O al menos habían estado...

—Zorra —suelta Nate.

—Nate, no digas tacos —mascullo por costumbre.

Saskia se apoya en la mesa y exhala despacio.

—Bueno, bueno, no es tan malo. Alice está de nuestro lado, ¿no? ¿Trabaja para Thorn? Yo diría que es su plan B por si tú no consigues seducir a Willow.

—No se trata solo de seducir a Willow. —Poso una mano sobre la suya, deseando poder hacérselo entender de alguna forma. Ella la aparta, pero yo sigo adelante de todos modos—: Hay cosas más importantes que obtener los secretos de Jeremy Harper.

—¿Como qué? —espeta Saskia.

«Como completar el canon y marcharnos a casa». Las palabras me pesan en la lengua y hacen que me quede boquiabierta.

Saskia se da la vuelta para que no pueda verle la cara, pero se pone rígida y cierra los puños.

—De acuerdo, si Alice está haciendo su trabajo, para nosotros es mucho mejor eliminarte de la ecuación. Volvamos al cuartel general a ver qué quiere hacer Thorn.

No puedo soportar la idea de dejar que gane Alice. No puedo soportar la idea de dejar a Ash. Y soy incapaz de soportar la idea de no irme nunca a casa. Noto que el pánico comienza a invadirme.

—No. Quiero quedarme. —Mi voz transmite más fortaleza de la que siento—. Quiero recuperar a Willow y arreglar todo eso.

—No te lo estoy preguntando, te estoy informando. —Saskia se da la vuelta hacia mí y noto que tiene un tic justo debajo del ojo derecho—. ¿Crees que a mí me ha hecho gracia? Hemos pasado meses trazando este puto plan, y todo ha sido trabajo mío y de Matthew, y entonces esa carita de muñeca y esas malditas piernas largas llegan contoneándose y se llevan todo el mérito. —Se vuelve y dice para sí—: Esto no habría ocurrido si Rose hubiera estado aquí.

Si creía que ya no podía sentirme más inútil, me equivocaba. Sus palabras me destrozan por dentro. Y es todo tan injusto, estaba tan cerca... Ojalá Alice no hubiera interferido. Nate me pone una mano en el hombro, y su gesto me ayuda a contener las lágrimas al menos durante un instante.

Al fin Matthew abre la boca:

—Venga, Saskia, eso no lo sabemos.

Saskia se lleva las manos a las caderas y me mira de arriba abajo. Una carcajada amarga brota de su boca.

El pánico se endurece, se convierte en ira; mi encontronazo con Alice todavía es demasiado reciente.

—¿Crees que yo quería algo de todo esto? Llegar a este lugar horrible y que ese controlador me colgara, que un guardia intentara violarme, ver a Nate a punto de quedarse sin manos, que me llamen simia, que me traten como si apenas fuera humana, no dormir, estar siempre muerta de hambre y aguantar que mi mejor amiga me traicione. —Tiro de mi ropa—. Y este mono horrible, ¿cómo podéis soportarlo? ¡Es como tener liendres o algo así!

Se le tensa la piel del contorno de los ojos.

—Relájate, princesa. Por como estás hablando, cualquiera pensaría que en realidad no eres una impe.

—Pues claro que soy una impe, ¡mido un puto metro sesenta y cinco!

—Nos marchamos en el próximo autobús. Recoged vuestras cosas.

Sale de la cabaña como un huracán, cerrando la puerta con tal violencia que las bisagras crujen y el polvo y la mugre de las vigas se precipitan hacia el suelo.

—¿Qué cosas?

Nate señala nuestras literas vacías. Su voz está teñida de sarcasmo, cargada de bravuconería, pero continúa apoyándose en mi hombro como si yo fuera una especie de muleta.

Matthew desaparece detrás de una sábana divisoria. Lo oigo tumbarse en una litera.

—El siguiente autobús no sale hasta el amanecer, será mejor que durmamos un poco. Vamos a tener que caminar bastante.

A pesar de que casi no he dormido, no estoy cansada. Todavía noto los restos de adrenalina, y mi cuerpo se ha olvidado de si es de noche o de día. Al final me encamino hacia la cocina. Nate me sigue, y los dos empezamos a meternos pan en los bolsillos y a llenar botellas de agua turbia.

—¿Cómo ha podido hacer algo así? —susurro sobre el ruido de los grifos.

—¿Quién? ¿Alice? ¿Que cómo ha podido hacer algo totalmente egoísta? ¿Follarse al hombre de sus sueños? Es un misterio.

—Nate, no digas tacos.

Se ríe.

—Follar no es un taco. —Aprieta el tapón de una botella con tanta fuerza que los nudillos se le ponen blancos, y cuando levanta la mirada, su semblante está serio—. Está claro que quiere quedarse.

—Eso es lo que me ha dicho.

—¿Has hablado con ella?

—Más bien le he chillado.

Nate asiente para mostrar su aprobación.

—¿Le has recordado lo de Katie?

—Sí. Está empeñada en destrozar el canon para poder quedarse. —Pienso en la cadeneta de papel, en el machete reluciente, en los duplicados suspendidos en un fluido—. ¿Cómo es posible que quiera ser una de ellos?

Nate suspira.

—Es como lo de esos experimentos de Zimbardo de los que nos habló papá.

Niego con la cabeza, un tanto molesta de que se vaya por las ramas.

—Ya sabes, cogieron a un montón de alumnos y a la mitad de ellos los convirtieron en prisioneros y a la otra mitad en guardias. Pocos días después, todos actuaban como si fuera real.

Sonrío.

—¿Cómo consigues recordar todas esas gilipolleces? Solo tienes catorce años.

—Porque despejo mi cerebro de todas las demás chorradas, como dónde vivo y cómo me llamo.

Durante un instante, tengo la sensación de que las cosas vuelven a ser normales: solo estamos Nate y yo, charlando. Pero enseguida se desvanece. Suspiro.

—¿Qué vamos a hacer?

—Baba lo sabrá.

—No vio esto.

No me contesta.

Nos marchamos de la hacienda en el primer autobús de la mañana, los cuatro temblando bajo el aire cargado de rocío. Clavo la mirada en el maltrecho reposacabezas que tengo delante, dejo que las fibras se pixelen ante mis ojos cansados y no me arriesgo a mirar por la ventanilla hasta que la hacienda Harper queda muy atrás, un mundo hilado de azúcar: hermoso, dulce y sin embargo dolorosamente frágil.

He intentado encontrar a Ash, pero ha vuelto a realizar su número de la desaparición. No he tenido oportunidad de despedirme de él, ni siquiera de contarle parte de la verdad. Ahora siempre pensará que deseaba a Willow. Me trago las lágrimas.

Al final, el ritmo hipnótico del autobús me mece hasta que me sumerjo en un mundo de sueños. Alice, Katie y yo estamos en el escenario del instituto, el que está en el polideportivo y nunca se usa porque es demasiado pequeño y asqueroso. Alice lleva puesto un magnífico vestido de la época isabelina, de tonos verdes y plateados, como si fuera la reina de Slytherin. Parece un reloj de arena: el vuelo de la falda se estrecha a la altura de su minúscula cintura para volver a ensancharse en un elaborado cuello de encaje blanco. Katie y yo tenemos más pinta de criadas, con vestidos negros y adustos y delantales, con el pelo recogido en unos gorros igual de sucios.

—Adelante, sirvientas —dice Alice dirigiéndose a nosotras en un tono regio—. No hagáis esperar al público.

Me percato entonces de que el polideportivo está lleno de espectadores, y todos ellos nos miran embobados. Es mi turno. Sé que me toca intervenir, pero por más que lo intento no soy capaz de recordar qué se supone que debo decir.

—Violet —sisea Katie—. Venga, Violet, cuento contigo.

La gente comienza a susurrar, pero el latido de mi corazón no tarda en acallarlos. Me obligo a abrir la boca, trago algo de aire, rezo por que las palabras se formen en mi cerebro y migren hasta mi lengua. Pero es como si me hubieran despojado la mente, como si me la hubieran desnudado.

El público comienza a reírse. Es entonces cuando veo a mi madre, de pie en medio de la multitud. Niega con la cabeza como si estuviera decepcionada, el mismo gesto que hizo cuando llegué a casa borracha y vomité en el sofá. Entonces, comienza a mover los labios. Y aunque está a unos diez metros de distancia, es como si me susurrara justo al oído. «Venga, cariño. Di algo. Hazlo por mí. Por favor, di algo y despiértate».

Me despierto sobresaltada. Nate está a mi lado.

—¿Estás bien? —me pregunta.

—Sí.

Descanso la mano sobre mi mono, justo encima de donde debería estar la carta de Katie. La he dejado en la cabaña de los impes, metida detrás de un aparador desvencijado. Me preocupaba que los guardias pudieran encontrarla cuando cruzáramos las fronteras. Levantaría sospechas y nos pondría en peligro: una impe supuestamente analfabeta que lleva encima una carta. Pero parece que sus palabras me atraviesan la piel y se me hunden en las venas, es como si la sangre fuera a salirme negra como la tinta si alguien me cortara. Me entran ganas de llorar. El mundo todo es un teatro, y yo soy la actriz más mierda de la historia.

Salir de Los Pastos resulta ser mucho más sencillo que entrar en ellos. No hay proceso de descontaminación, porque no puedes contaminar una ciudad que ya está llena de enfermedades y aguas residuales sin tratar. Solo hay un registro rápido por parte de unos cuantos guardias apáticos que tiran mi pan a la basura y se ríen cuando me rugen las tripas.

Franqueamos las puertas de la ciudad junto con el resto de los esclavos y me preparo para la tufarada a pájaro en descomposición. Pero esta vez, en lugar de abrumarme, me resulta extrañamente reconfortante. Al menos sabe que apesta. Y al estar rodeada de los físicos deformes, mal proporcionados de los impes, sin un solo gema a la vista, experimento la peculiar sensación de que acabo de volver del zoo a casa.

En cualquier caso, la caminata por la ciudad es desoladora. Me paso la mitad del trayecto recordando que a estas alturas en el canon Willow iba siguiendo a Rose en secreto por la ciudad —vestido con un mono gris, el pelo alborotado y la cara ensuciada a propósito— y la otra mitad preparándome para mi futura conversación con Thorn. «Sabía que no serías capaz de reemplazar a Rose. Menos mal que también envié a Alice. Ahora todos tendréis que quedaros en este lugar durante el resto de vuestra vida».

Por lo menos volveré a ver a Katie. He echado de menos su suave acento de Liverpool, su visión práctica de la vida, su capacidad de hacerme reír siempre. Quiero contarle lo de Ash, lo de los duplicados, lo cabrona que ha sido Alice. Katie la llamará cubo de lefa y por un momento me olvidaré de lo asqueroso que es todo.

«Katie —pienso de pronto—. Thorn matará a Katie». Comienzo a desmoronarme: empiezan a temblarme las manos, se me agarrotan las articulaciones, se me contrae el estómago. Siempre he sabido que era cierto, pero solo asumo la realidad cuando nos acercamos al cuartel general. Quizá, y solo quizá, Alice tuviera razón y Katie le guste demasiado para hacerle daño.

—Violet, ¿qué te ocurre? —pregunta Matthew.

—Katie —contesto—. He fracasado, no he cumplido la misión.

—Intentaremos hablar con él —interviene Saskia.

Matthew asiente.

—Thorn suele escuchar a Saskia.

—No escucha a nadie ese imbécil arrogante. —Saskia le echa un vistazo a mi rostro tenso e intenta sonreír—. Pero no matará a tu amiga, te lo prometo. Creo que le gusta, todo lo que alguien puede gustarle a Thorn.

Me aferro a esas palabras y espero que Katie se las haya ingeniado para hacerse amiga suya, al menos lo bastante para impedir que la mate, pero no tanto como para que Thorn le haya tirado los tejos. Me estremezco al pensar en la difícil posición en la que se ha encontrado Katie, en el papel que puede que haya tenido que desempeñar. Y no puedo perder a Katie. Estos últimos días, me he dado cuenta de lo mucho que significa para mí. No solo por la traición de Alice, sino también porque ha sido a Katie a quien siempre he querido contárselo cuando algo ha salido mal. Es su voz, salpicada de tacos hilarantes, la que he imaginado diciéndome que todo saldrá bien. Alice ha sido mi mejor amiga desde que tenía cuatro años, una historia que no puedo ignorar, una historia que prácticamente la eleva al estatus de hermana. Pero si entráramos en una habitación sin tener ni la más remota idea de los últimos trece años, con mi lista de amigos sin una sola marca, sería a Katie y no a Alice a quien elegiría para emborracharnos con tequila.

Paseo la mirada por los fantasmales carteles de las calles, olvidados, y la monotonía del gris y el golpeteo de mis pasos terminan por aquietarme la mente. El sol avanza lentamente por el cielo, pero sus rayos apenas penetran en mi piel. Es en ese momento cuando lo noto, un destello de tela gris en mi visión periférica. Se me eriza el vello de los brazos y tengo la abrumadora sensación de que alguien me está vigilando, siguiéndome. Noto un leve aleteo de esperanza en el pecho. Tal vez, solo tal vez... Pero ni siquiera soy capaz de llegar a pensarlo, porque si me equivoco, experimentaré una vez más esa decepción demoledora.

Nate se saca del mono un poco del pan que no le han intervenido y lo ofrece. Saskia coge un trozo y le da la mitad a Matthew.

—Podemos comer mientras caminamos —dice.

A Nate se le caen unas cuantas migas de la boca. Me mira y sonríe.

—Hansel y Gretel han conseguido llegar a casa, ¿no?

—Sí, pero los pájaros se han comido las migas —contesto.

Saskia me da un golpe en la espalda.

—¿Quién os ha dicho que podéis hablar?

Su tono resulta agresivo incluso para ella: también está nerviosa por ver a Thorn.

—Entonces, ¿cómo lograron llegar a casa? —susurra Nate tras una pausa simbólica.

—Mataron a la bruja —contesto también en un susurro.

—Chis. —Saskia vuelve a darme un golpe en la espalda.

—Tentador —dice Nate.

Ambos nos reímos con disimulo.

Para cuando la aguja de la iglesia aparece ante nuestra vista, el hambre y el agotamiento me han debilitado las extremidades y tengo que hacer grandes esfuerzos para no llorar. El destello de gris no ha vuelto a aparecer y yo he dejado el aleteo de esperanza atrás, junto con las migas de pan de Nate.

Nos acercamos a la iglesia y el olor a pescado continúa inundándome las fosas nasales. Con solo ver las troneras, la aguja gótica, comienza a dolerme el estómago, y se me forma un nudo en la garganta. Saskia y Matthew cruzan las puertas de madera y yo los sigo, con la mano de Nate envuelta en la mía. Thorn está apoyado contra el altar, justo igual que en el canon. Había olvidado lo hermoso que es, el destello de su piel oscura a la luz del atardecer.

—Tengo entendido que has vuelto con las manos vacías, Violet —me dice.

Debe de haber tenido noticias de Alice. Todo el miedo y el cansancio parecen esfumarse y la rabia vuelve a coagularse entre mis costillas. La envió él. Si no fuera por él, el canon estaría de nuevo encarrilado y los rebeldes estarían a punto de descubrir a Willow espiando a través del oxidado agujero de la cerradura de la puerta de la iglesia. Fue una escena desgarradora: Willow con los huesos molidos y arrastrado hacia el interior de la iglesia para enfrentarse a Thorn. Qué expresión de dolor la del rostro de Willow cuando vio a Rose con los rebeldes y por fin descubrió su verdadera identidad.

Frunzo el ceño con determinación. Por culpa de Thorn, Willow está toqueteando a mi mejor amiga en estos momentos.

—Supongo que te refieres a esos secretos de los gemas, ¿no? —digo—. Por cierto, Willow eligió a Alice.

Se echa a reír.

—O sea que al final ganó la doble de los gemas. Ya me lo imaginaba.

Serpenteo entre los escritorios y me acerco hasta él dando zancadas, me pongo de puntillas para poder enfrentarme a la mirada de ese único ojo color lavanda.

—¿Recuerdas tu conversación con Baba? —susurro para que los demás no puedan oírlo—. Hay cosas más importantes que conseguir esos secretos. Willow tenía que enamorarse de mí. Me has saboteado.

Thorn me coloca dos manos pesadas sobre los hombros y me obliga a dar un paso atrás.

—Veo que tu estancia en la mansión te ha vuelto atrevida.

Me contengo. A fin de cuentas, es un psicópata despiadado.

—Lo siento. Es solo... que pensé que Baba te lo había explicado todo.

—Me habló en clave. Como siempre.

—Pero sabe cosas...

—El líder de los rebeldes soy yo, no Baba, y cuando una doble de los gemas cayó en mis manos, decidí cubrirme las espaldas. El fracaso de esta misión es tuyo, no mío, y desde luego tampoco es de Alice.

A veces me asombra la velocidad con la que puedo volver a sentirme débil: toda la fortaleza se desvanece de mi cuerpo, los brazos me cuelgan a los costados, las lágrimas hacen que me escuezan los ojos. Bajo la mirada hacia mis botas y me exprimo el cerebro tratando de pensar qué decir a continuación. Tengo que ver a Baba. Trago saliva con dificultad y abro la boca, pero el ruido de la puerta al abrirse de par en par me enmudece.

Un grupo de rebeldes arrastra a alguien hacia el interior del edificio mientras sofocan sus gritos y esquivan golpes. El leve aleteo de esperanza regresa diez, veinte, treinta veces más fuerte, batiendo las alas como si estuviera a punto de escapárseme del pecho. Miro a Nate y no puedo evitar esbozar una sonrisa. A pesar de Alice, a pesar de todo, lo he conseguido. Willow me ha elegido a mí. El canon vuelve a estar en el buen camino.

Thorn me mira y comienza a reírse.

—Lo retiro, Violet. No has vuelto con las manos vacías.

El forcejeo se detiene y los rebeldes se dispersan. Pero el que está arrodillado en el suelo con un reguero de sangre brotándole de la boca no es Willow. Es Ash.