–Ash, ¡Ash!
Oigo que grito su nombre. Me abalanzo hacia él, pero Thorn me sujeta.
Ash levanta la mirada, sus brillantes ojos azules destacan entre el rosa de su rostro magullado. Contengo un grito al ver su sangre, y me llevo una mano a la mejilla como si así pudiera sentir sus heridas.
—¿Conoces a este impe?
Junto a mi oído, la respiración de Thorn suena entrecortada. Asiento.
—Es un amigo.
—¿Y por qué anda tu amigo husmeando por los alrededores de mi iglesia?
Ash alza la voz.
—Violet, ¿qué es esto?
Me mira primero a mí y después a los rebeldes. Tiene exactamente la misma expresión que Willow mostraba en el canon: se siente dolido, traicionado.
Un rebelde lo golpea en la sien con la culata de una pistola. Ash se desploma sobre el suelo.
—¡Parad! ¡Por favor! —grito.
No puedo creerme que lo haya arrastrado hasta esta situación. Saskia da un paso al frente.
—No es más que un chaval de la hacienda Harper que está colado por Violet, por eso ha venido.
Thorn se dirige hacia Ash con pasos lentos, decididos, marcando el ritmo de su discurso.
—Y ahora no es más que un chaval que sabe dónde está el cuartel general de los rebeldes y qué aspecto tenemos todos.
Ash logra despegarse del suelo y volver a ponerse de rodillas.
—¿A quién voy a decírselo?
—Hay gemas que trabajan para los impes —dice Thorn—, y hay impes que trabajan para los gemas. No todo el mundo es leal a los suyos.
Sigo el razonamiento de Thorn y una náusea me sube desde el estómago.
—Por favor, Thorn. No supone ninguna amenaza para ti.
—Si su mote es Ardilla, por el amor de Dios —interviene Nate.
Thorn se acuclilla delante de Ash y parece estudiarle el rostro durante un instante.
—Primera lección, chico: nunca pienses con la polla.
Ash esboza su típica sonrisa de medio lado.
—Estaba pensando con el corazón.
—Encerradlo en una celda —ordena Thorn.
La misma frase que pronunciaba en el canon. Es como si la historia quisiera suceder, Baba tenía razón.
Observo a los rebeldes mientras ponen a Ash de pie, y los jugos gástricos me abrasan la garganta. Vuelve la cabeza hacia atrás y me mira, pero sus largas pestañas ocultan su expresión y un cóctel de culpabilidad y anhelo comienza a mezclarse en mi estómago.
—Lo siento —articulo sin hablar.
Pero se lo llevan antes de que pueda contestarme.
De pronto la iglesia me parece muy fría. Me rodeo el cuerpo con los brazos, deseando poder desaparecer en mi interior, absorbida por el vacío de mi propia culpa. Si no fuera por mí, Ash estaría removiendo el caldero de Ma, o sentado en un impebús, o tumbado en una litera, o trepando a un árbol. No debería haberme desviado del guion ni haber corrido tantos riesgos. Me tiemblan los labios al recordar el beso de ayer por la noche, y sus palabras me dan vueltas en la cabeza. «Estaba pensando con el corazón».
Matthew rompe el silencio.
—En serio, Thorn. Es un buen chico.
Thorn no le hace caso y me aparta de los demás para llevarme a la parte delantera de la iglesia. Oigo que Nate farfulla algo acerca de que lo están dejando al margen de nuevo y, a continuación, un golpe fuerte; seguro que Saskia le ha dado una bofetada. Pero todo me resulta un tanto irreal. Tengo la sensación de que mis rodillas no volverán a doblarse jamás y mis pasos se vuelven vacilantes y breves. Thorn me guía hasta el púlpito y me indica que me siente a su lado en el borde de piedra. El frío de la superficie me atraviesa la tela del mono.
Se acomoda a mi lado y clava la mirada en el techo.
—Antes de que me preguntes si puedes verlo, la respuesta es no.
—Iba a preguntarte si puedo ver a Baba.
—¿Por qué?
Me inclino hacia delante para que mi pelo forme una cortina y Thorn no pueda ver mis lágrimas.
—Porque no sé qué hacer.
—Nada. Solo esperar que Alice consiga lo que necesitamos. Katherine ya no es la única a la que tengo encerrada en una celda.
—Katie —digo casi para mí.
La culpa se multiplica cuando me doy cuenta de que no he vuelto a pensar en ella desde que he llegado al cuartel general. Pero el hecho de que Thorn haya utilizado su nombre completo, que lo haya saboreado en la boca como si estuviera explorando sus contornos con la lengua, me hace temer menos por su seguridad.
—No puedes verla —dice.
—¿Está bien?
Asiente.
—De momento.
Respiro hondo y me acomodo el pelo detrás de las orejas. Tengo que convencerlo de que me deje ver a Baba. Hablo con voz calmada:
—¿Y si Alice no consigue lo que quieres?
—Hasta ahora le está yendo bien.
La mirada de su único ojo se dirige alternativamente hacia cada uno de los míos.
—La última vez que la vi, estaba disfrutando demasiado de ser una gema. Son muchas cosas a las que renunciar.
—Yo lo hice.
Se levanta el parche para recordarme sus orígenes. A esta distancia, veo que su pupila se encoge hasta convertirse en un punto, desacostumbrada a la luz.
—Sí, pero los gemas no han matado al hombre al que ama.
—Hablando de amor, parece que cierto impe nocturno podría haber dado al traste con tu misión.
Me sonrojo.
—Ash es solo un amigo.
Se ríe como si no me creyera y se saca una petaca plateada de la chaqueta.
—Muy bien, ¿y qué es lo que te hace pensar que Alice está enamorada del señoritingo gema?
—En mi mundo, Alice es escritora de fanfics, y se le da realmente bien. Recibe miles de visitas cada día.
Me pasa la petaca, la expresión de su rostro permanece controlada y tranquila.
—¿Escritora de fanfics?
—Alice no escribió el libro original, pero lo amplió, lo enmarañó, redactó partes nuevas.
Titubeante, bebo un sorbo. Tiene un sabor fuerte, me traza un sendero de fuego desde la lengua hasta la tripa.
—Se inventa gilipolleces.
Río con suavidad.
—Sí.
Me arranca la petaca de la mano.
—Confié en Baba cuando me dijo que tú eras la elegida. Pero se equivocó. Y no tengo ninguna intención de creerme su extraña idea de que perteneces a otra dimensión y nuestro mundo no es más que...
Se interrumpe y bebe varios tragos ansiosos. Me doy cuenta de que la mano le tiembla ligeramente, de que una pátina de humedad le cubre la frente.
Continúo.
—Lo que más le gustaba a Alice era escribir historias sobre chicas capaces de ganarse el corazón de Willow, chicas inventadas... y todas eran altas y rubias, y tenían nombres tipo Abby, Ada y Amelia. Lleva desde los quince años imaginándose que está con él.
—¿Qué estás intentando decirme?
—Que todavía me necesitas, porque Alice no está de nuestro lado. Está en el lado de Alice, como siempre.
Thorn se guarda la petaca en la chaqueta y vuelve a colocarse el parche en su sitio.
—Parece que compartes una opinión similar a la de Katherine. Deja que te enseñe algo, Florecilla.
Me lleva hasta la oscura reja del coro que hay en la parte delantera de la iglesia. Un pájaro dorado extiende las alas, atrapado bajo un círculo de ángeles.
—El pájaro es un pelícano —anuncia Thorn—. En la antigua mitología impe, alimentaba a sus crías con su propia sangre arrancándose las plumas del pecho.
No sé qué quiere que diga, así que me limito a mascullar:
—Qué asco.
—El sacrificio no tiene nada de asqueroso, Violet.
Mira más allá de los querubines pintados, hacia el alto techo abovedado, en busca de inspiración.
—Te concedo un minuto con ella.
—¿Con quién?
—Con Baba.
Sonrío.
—No necesito más.
Baba está encorvada en un rincón de su celda, observando el fuego y tarareando una melodía. El olor a lirios y humo de leña me traslada hasta mi primer encuentro con ella. Pienso en el patíbulo y en los cuerpos que caen y se me seca la boca.
Vuelve la cabeza hacia mí, los ojos le tiemblan bajo los párpados cerrados como si estuviera soñando. Su boca sin labios se frunce en las comisuras.
—Violet. Pareces... diferente.
—Tengo más hambre y sueño.
—Eres más fuerte. —Tiende las manos marchitas y cruzo la celda para agarrárselas. Están sorprendentemente calientes—. ¿Dónde está Thorn? —pregunta.
—Nos ha concedido un minuto.
Se ríe, y su cuerpo se bambolea ligeramente, de manera que el resplandor del fuego se desliza sobre su piel.
—Qué mezquino es cuando está estresado. —Señala el suelo, delante de ella—. Ven, arrodíllate, hija mía.
Hago lo que me dice, dejo que la piedra me enfríe las espinillas y agacho la cabeza. Esta vez quiero el dolor. Algo que adormezca el aguijonazo de la culpa y el fracaso. Me pone las manos en las sienes y el relámpago de dolor me baja disparado por el cuello, me rebota en el esternón y me reverbera en todo el cuerpo. Me duele absolutamente todo. Inspiro, pero mis pulmones rechazan el aire y se me cierra la garganta. Tengo la sensación de que me estoy ahogando sin agua. Veo una cadeneta de papel de impes cayendo al suelo, un chico flotante, medio muerto, una navaja con forma de guadaña que se alza y destella bajo el sol, un revoltijo de piernas bronceadas envueltas en sábanas de satén.
Entonces, justo igual que en la ocasión anterior, el dolor se concentra en un punto situado entre los ojos. Veo a Ash arrodillado entre los rebeldes, un reguero de sangre le corre por la barbilla. «Estaba pensando con el corazón», dice.
Y con la misma rapidez con la que ha llegado, el dolor se desvanece.
Sé dónde estoy aun antes de abrir los ojos. Aspiro el olor del césped recién cortado, oigo los cantos de los pájaros y los golpes suaves de las manzanas que caen. El huerto. Nunca había estado aquí bajo el sol del mediodía. Está tan vivo, rebosante de colores y aromas. El viento mece las hojas y mi piel se convierte en una colección de sombras de aspecto estroboscópico. Sonrío para mis adentros.
Baba está de pie delante de mí, con la espalda recta y los ojos abiertos. Escudriña el entorno.
—Entonces ¿aquí fue donde sucedió la magia?
—Sí. Pero Willow no se enamoró de mí. La magia no funcionó... Soy Neville Longbottom en los primeros libros, antes de que mejorara.
Baba se ríe y me percato de que ahora sí tiene dientes.
—No me refería a Willow. Hablaba del otro... el de los ojos azules.
La mera mención de Ash hace que se me llenen los ojos de lágrimas.
—Todo ha salido mal, Baba. ¿Qué voy a hacer?
Soy consciente de que parezco una niña pequeña, pero me da igual.
Hace caso omiso de mis palabras y estira un brazo hacia las ramas de un árbol cercano: hasta el último mechón de su cabello gris ha cobrado vida bajo la luz del sol.
—¿Cómo he podido ser tan tonta? —Me sale una voz aguda y quejumbrosa—. Sabía que Alice estaba enamorada de Willow. ¿De verdad pensaba que se iba a mantener al margen?
Arranca una manzana de una rama e inhala su aroma con tanto ímpetu que sus recién descubiertas fosas nasales están a punto de desaparecer de nuevo.
—Alice te dio una manzana envenenada, pero eso no la convierte en una bruja malvada. Y que tú la aceptaras tampoco te convierte en Blancanieves.
—Me traicionó.
Baba se encoge de hombros.
—Tú estabas dispuesta a traicionar a Willow, a seducirlo para tu propio beneficio. El fin justificaba los medios. Es solo que Alice tiene en mente un fin distinto. —Clava los dientes en la piel de la manzana y el jugo le resbala por el mentón—. Ash. Así se llama. —La pulpa de la fruta se mueve de un lado a otro sobre su lengua—. Me cae bien.
—¿Qué voy a hacer? —repito algo molesta por su falta de concentración.
Traga.
—Todavía tienes esos zapatos de rubí, puede que tengas que recorrer un camino diferente.
—No te entiendo.
—Encontrarás tu camino, Violet. Deja de intentar ser Rose.
—¡Pero si creía que ceñirme al guion era lo correcto! Creía que la historia tenía que completarse para que pudiéramos irnos a casa.
Debo de tener cara de desconcierto absoluto, porque me dedica una mirada compasiva y dice:
—Pero ya has corrido algún riesgo que otro, ¿no es así, Violet? ¿Y qué ha ocurrido?
Contesto sin pensar.
—Que me he enamorado del personaje equivocado.
—¿O es esa la razón por la que corriste esos riesgos? El huevo y la gallina. Al final todo es un bucle.
—Baba, por favor, lo que dices no tiene sentido.
—Míralo de otra forma: si te quedaras atrapada aquí, en nuestro mundo, ¿cómo vivirías tu vida? ¿En qué tipo de impe te transformarías?
Siento que la rabia va creciendo en mi interior.
—No puedo quedarme aquí, Baba. Tengo que irme a casa... Nate, Katie y yo no encajamos aquí.
—Encajar no es más que un estado mental, pregúntaselo a Alice.
Parece una de las pegatinas que mi tía tiene en la pared del salón. «Aprende a bailar bajo la lluvia».
—Por favor, Baba, deja de hablar en clave. Dime qué tengo que hacer.
—¿Y qué tendría eso de divertido?
La manzana reaparece entre sus manos, una esfera brillante, reluciente. La lanza al aire como si estuviera liberando una paloma: atraviesa las ramas y parte hacia el cielo infinito. La risa de Baba se funde con el canto de los pájaros. Los colores del huerto se disuelven como pintura y el olor de las manzanas desaparece poco a poco.