Hemos vuelto a la habitación, las manos de Baba todavía descansan sobre mi cabeza. La miro, casi sorprendida de volver a ver unas pestañas cerosas donde antes habían unos ojos verdes.
Sonríe, pero hace tiempo que sus dientes han desaparecido.
—Thorn ya está aquí.
Instantes después, oigo el golpeteo de sus botas al acercarse. Franquea la puerta.
—Tu minuto ha acabado.
Me ha parecido mucho más de un minuto, y sospecho que el tiempo pasa más despacio durante la fusión de mentes.
—Déjala ver al chico —dice Baba.
—Ni de coña.
Baba se cubre la cabeza con la capucha.
—¿Cuándo vas a aprender a confiar en mí?
Salimos al pasillo, pero en lugar de conducirme de nuevo hacia la nave principal de la iglesia, Thorn me interna aún más bajo tierra hasta que llegamos a una puerta azul, oxidada. La reconozco por la película: Thorn acompañó a Rose a esta misma celda para que viera a Willow. Estoy siguiendo los pasos de Rose una vez más, y tengo la impresión de que el canon ha empezado a burlarse de mí recordándome constantemente lo que debería estar haciendo si no la hubiera cagado en la mansión.
Mientras contemplo la puerta azul, se me empieza a erizar la piel del cuero cabelludo. Esa escena del canon me dio un miedo horroroso: Thorn estuvo a punto de matar a Willow empujándolo contra la pared y blandiendo un cuchillo junto a su mejilla, y todo eso con los gritos de Rose de fondo. Alice y yo nos pusimos a chillar a la tele: «¡No, no, no se te ocurra hacerle ni una marca a esa cara tan perfecta!». Creo que Nate tiró hasta Doritos. Pero Willow se salvó proporcionándole a Thorn información de alto secreto acerca de un burdel clandestino y gestionado por los gemas: la Carnicería. Thorn utilizó esa información para asaltar la Carnicería esa misma noche. Alice y yo chocamos los cinco cuando Thorn apartó el cuchillo. Que Willow revelara datos clasificados de los gemas para poder estar con Rose me pareció romántico. Ahora creo que es más bien patético soltar así los secretos de los gemas. Típico de Willow.
Pero ahora no es Willow quien está desplomado tras esa puerta azul, sino Ash... mi adorable, valiente y honrado Ash. Pienso en el cuchillo que probablemente Thorn lleve metido en el cinturón en estos momentos y se me acelera el corazón.
Thorn abre la puerta.
—Un minuto. Eso es todo.
Entro en la celda. La puerta vuelve a cerrarse a mi espalda y la oscuridad me envuelve... la oscuridad y el olor a musgo húmedo. Oigo el ritmo débil de la respiración de alguien, sincopada con el goteo del agua.
—¿Ash?
—Estoy aquí —contesta.
Reconozco el timbre de su voz, pero no el tono... es demasiado apagado. Sigo la dirección de sus palabras mientras los ojos se me acostumbran a la penumbra. Comienzo a distinguir su silueta, encorvado en una esquina, con las rodillas pegadas al pecho. Le cojo las manos entre las mías.
—Madre mía, Ash, ¿estás bien?
Aun en la oscuridad, me percato de lo mucho que se le ha empezado a hinchar la cara.
—¿Estás con los rebeldes? —pregunta—. Mierda, ¿y no se te pasó por la cabeza comentármelo?
—Lo siento, lo siento. Aquella noche, cuando me ayudaste a poner la rosa en el alféizar de Willow... Pensé que lo sabías.
—¿Crees que te habría enseñado a los duplicados si hubiera sabido que eras de los rebeldes?
—Supongo que no. —No podría sentirme más culpable ni aunque quisiera—. Lo siento mucho, de verdad. No quería ponerte en peligro contándote la verdad.
La verdad. Esa cosa inalcanzable que nunca podemos compartir. Le aparto el pelo de la frente y le examino un corte profundo. Sin luz, en contraste con la palidez de su rostro, parece un barranco negro. Da un respingo de dolor cuando trato de unirle la piel.
—Necesitas puntos —digo.
—Ah, pues entonces déjame en el hospital impe más cercano.
Nos miramos a los ojos durante un instante y nos echamos a reír.
—¿Por qué me has seguido?
Continúo presionándole la frente con la mano. Ya no necesito seguir fingiendo que siento algo por Willow. Me mareo un poco al pensarlo, como si estuviera de nuevo en aquel tiovivo. Y de pronto cobro plena conciencia de la piel que llevo descubierta, de que mi cara, mi cuello, mis muñecas, todo parece absorber el calor corporal de Ash.
Deja que se le cierren los párpados y recuesta la cabeza sobre mi mano.
—Pensé que te habías metido en un lío. Verás, no volví a la ciudad después de que me besaras...
—Tú me lo devolviste —lo interrumpo, y a continuación me sonrojo por comportarme de una manera tan ruin cuando está hecho un guiñapo en el suelo de una celda.
—No es que tuviera mucha alternativa. Parecías un pulpo. —Intenta guiñar un ojo, pero lo tiene demasiado hinchado, así que se conforma con esbozar una media sonrisa—. Fui al huerto, y cuando volví para hablar contigo, habías desaparecido. Todos los esclavos estaban hablando del cabreo que había pillado Saskia y de que todos os habíais marchado corriendo. De modo que cogí el siguiente autobús de regreso a la ciudad y te localicé. No me resultó difícil, porque recordaba adónde te dirigías la primera vez que te vi. Y además respiras de una forma muy ruidosa, pareces un cerdo.
Emite una especie de gruñido y suelto una carcajada.
Se hace el silencio entre los dos. Oigo el rasguño de las zarpas de un roedor, el goteo del agua marcando el paso del tiempo. Se me rompe la voz.
—Después de decirte que quería a Willow, pensé que...
—¿Que me rendiría sin más?
—Sí.
—¿Recuerdas lo que te expliqué sobre trepar a los árboles? ¿Que siempre tienes que tener una extremidad apoyada en una rama para no caerte?
Asiento y me doy cuenta de que he empezado a enredarle los dedos en el pelo.
—Bueno, pues he roto mi propia regla. —Entrelaza sus dedos con los míos—. Y ahora he caído a tus pies.
Me invade el calor y soy incapaz de contener una sonrisa a pesar de la situación en que nos encontramos.
—¿Me estás comparando con un árbol?
—Con uno grande, viejo y nudoso. —Una mirada de pánico repentino le borra la sonrisa—. ¿Qué van a hacerme?
—Si no le resultas útil, puede que Thorn te mate. Depende de si Saskia puede convencerlo de lo contrario.
Intento parecer calmada. Él deja caer la cabeza contra la pared.
—Soy hombre muerto.
—Solo tenemos que hacer que les resultes útil... indispensable.
La celda se inunda de luz. Thorn está plantado en el umbral. Desenredo a toda prisa los dedos del pelo de Ash, furiosa por haber bajado la guardia, y trato desesperadamente de encontrar una forma de hacer que parezca inestimable.
—Muy bien, Florecilla, se ha acabado el tiempo.
Thorn se saca un cuchillo del cinturón, el mismo cuchillo que le puso a Willow en la cara en el canon. La respiración de Ash se acelera junto a mi mejilla.
Thorn mira el cuchillo y después a Ash.
—Ahora solo me queda sacar la basura.
—Espera.
Me pongo en pie para formar una barrera entre Ash y la navaja. Las piernas me tiemblan debajo del mono.
—Violet, no... —dice Ash.
Thorn me mira con desdén.
—¿Vas a contarme otra historia sobre Ruth? Esta vez no funcionará.
Me exprimo el cerebro intentando pensar. Ruth no, Ruth no, otra parte del canon. Clavo la mirada en Thorn, muda, incapaz de abrir la boca; el cuchillo oxidado, manchado de sangre, me llama la atención. Me recuerda de nuevo al canon, y de pronto, sé qué decir.
—Resulta que Alice no lo sabe todo. Willow me contó algunos de los secretos sucios de los gemas antes de que ella le echara la zarpa. Pero solo te los contaré si accedes a perdonarles la vida a Ash y Katie.
Thorn me quita de en medio de un empujón y levanta a Ash del suelo para lanzarlo contra la pared y clavar el cuchillo en las piedras justo al lado de su mejilla.
—Cuéntamelos —grita.
Esta repentina explosión de violencia me sorprende. A pesar de que medio la esperaba, sentir la ráfaga de aire y los proyectiles de fragmentos de argamasa en la cara, inhalar el olor acre del sudor y ver sobresalir hasta el último de los tendones de las muñecas de Thorn... da mucho más miedo que cualquier cosa que se pueda ver en la tele.
Hablo rápido, sin apartar ni por un segundo la mirada del cuchillo, que se dobla y araña la piedra.
—Sé dónde estarán esta noche todos los gemas importantes. Embajadores, generales, hasta el sobrino del presidente Stoneback, Howard. —Mi cerebro apenas es capaz de seguirle el ritmo a mi boca, que extrae las frases de Willow directamente del canon—. Hay un burdel conocido como la Carnicería. Lo llevan unos cuantos guardias corruptos que ofrecen a los gemas cualquier tipo de carne impe que desee el cliente: masculina, femenina, de discapacitados, de niños. Mientras el cliente pueda pagar el precio, le proporcionarán al concubino. —Oigo que Ash toma una bocanada de aire, tembloroso. La punta de la navaja rota contra la pared desprendiendo polvo y arena. La desesperación me tiñe la voz—. Y yo sé dónde está. Puedo llevarte hasta allí.
Thorn me mira, con el cuchillo aún a escasos milímetros del rostro de Ash.
—Esos burdeles son inquietantes, pero no nuevos.
—Pero los clientes de la Carnicería no son gemas del montón —replico—. Irrumpes en el burdel, liberas a los concubinos impes... y levantas unas cuantas ampollas importantes.
—De acuerdo, pero lanzar un ataque al otro lado de la frontera sería un suicidio. Estaríamos tras líneas enemigas.
—Ese es el tema. Este burdel tiene un factor de emoción añadida. No está en Los Pastos, está en la ciudad.
Thorn empieza a reírse y el resplandor de su sonrisa prácticamente ilumina la celda.
—Vaya, vaya, ya no menguamos tanto, ¿no, Violet?
—Si te tratan como a un simio, te cabreas.
—¿Con quién te cabreas? —pregunta Thorn.
Recuerdo el bloque de descontaminación, las manos entrometidas sobre mi cuerpo, la cadeneta de papel que se desploma, los ojos muertos de los duplicados, los brazos de Nate estirados ante él en el mercado. La furia me invade las entrañas y comienzo a temblar. Cuando por fin vuelvo a hablar, no lo hago como Violet, fan ávida de El baile del ahorcado, sino como Violet la impe.
—Esos cabrones de gemas se merecen todo lo que les pase. Se merecen bailar en el patíbulo y saber lo que se siente.
Veo que el cuchillo de Thorn desciende, tal como lo hizo en el canon. Va a permitir que Ash conserve la vida. Siento una oleada de alivio.
Thorn se da la vuelta, con una expresión oscura ensombreciéndole el rostro.
—Pero me temo que solo Katherine conseguirá el indulto.
Se vuelve a toda prisa hacia Ash, blandiendo de nuevo el cuchillo y listo para atacar. En ese horrible fragmento de segundo, me doy cuenta de que Ash va a morir.
—¡Espera! —grito. El cuchillo se queda suspendido en el aire—. Sé más secretos, sé más secretos... —El canon ya no puede salvar a Ash. Tengo que arriesgarme, tengo que dejar de depender del guion, como me ha dicho Baba. La última vez que decidí saltar al vacío iba agarrada de la mano de Ash. Fue cuando me llevó a ver...—. ¡Los duplicados! —Me trabo con mis propias palabras—. Ash, cuéntale lo de los duplicados.
Ash me mira, su cara es un revoltijo de bultos y abrasiones, rosas y azules sobre un fondo blanco. Pero su mirada es afilada, intensa, está alerta. Le hago un gesto leve con la cabeza y entre nosotros se produce una conexión casi palpable, real.
Empieza a hablar con una voz sorprendentemente clara.
—Encontré un dispositivo de ocultación en la hacienda Harper, en lo más profundo del bosque, donde no va nadie, ni siquiera los demás impes. Lo desconecté y apareció un búnker muy extraño. Dentro había ocho duplicados. Tres Willows, dos señores Harper y tres señoras Harper. Uno de los duplicados no tiene piernas, y creo que a otro le falta el corazón.
Thorn parpadea larga y pausadamente.
—¿Encontraste duplicados?
—Sí. Suspendidos en tanques de fluido.
—¿Los duplicados son de verdad? —pregunta Thorn sin dar crédito a lo que oye.
Ash asiente.
—Los he visto con mis propios ojos.
—Yo también —añado.
Thorn suelta a Ash y su incredulidad se transforma en alegría.
—Esto es... ¡grandioso! Pensaba que los duplicados no eran más que un rumor infecto que se habían inventado los impes para poner a los gemas de a pie en contra del gobierno. —Se pasa la mano por el pelo, con el cuchillo sujeto entre los dedos pulgar e índice—. Es más que grandioso. —Se vuelve hacia mí—. ¿Cuántos gemas lo saben?
—No lo sé —contesto—. Solo los que son muy ricos, creo. Alice me dijo que la mayor parte de los duplicados están escondidos en almacenes secretos, que los Harper trasladaron a los suyos porque algunos guardias estaban... ya sabes... haciéndoles cosas asquerosas.
—¿A los duplicados? —pregunta Thorn.
Asiento y él resopla.
—O sea que está extendido entre los gemas ricos y de la élite pero es un secreto muy bien guardado... Es evidente que los gemas del montón no tienen ni idea, porque de lo contrario yo ya lo sabría. Si esto sale a la luz, bueno, revolucionaría las cosas. Pondría a los gemas de a pie en contra del gobierno. —Se le dibuja una sonrisa en la cara y se da la vuelta para mirar a Ash—. ¿Y dices que has encontrado un búnker?
—Sí.
—¿Sin ayuda?
Ash niega con la cabeza.
—Sin ningún tipo de ayuda.
—¿Cuándo?
—Hace unos meses, supongo.
Thorn se ríe.
—¿Y descubriste que había un dispositivo de ocultación y no se lo dijiste a nadie hasta que conociste a nuestra joven Violet?
Ash asiente.
—Es que me apetece conservar la vida.
Thorn se guarda el cuchillo en el cinturón.
—Emprendedor y reservado. Puede que a fin de cuentas no seas basura. —Me mira—. La Carnicería, duplicados. Te has superado a ti misma. —Se detiene en el umbral, con la sonrisa aún dibujada en la boca—. Enviaré a Darren a recogerte dentro de cinco minutos. Considéralo parte de tu recompensa, Florecilla.
Ash y yo nos desplomamos contra la pared, con los brazos y las caderas pegados.
—Ese tío da mucho miedo —dice Ash.
Poso mi mano sobre la suya.
—Verlo con ese cuchillo...
Ash me silencia con un beso y siento que la angustia va desapareciendo poco a poco.
Se aparta y me mira con expresión pensativa.
—Florecilla.
—Thorn siempre me llama así. Lo odio.
—Es que me resulta raro, ¿sabes? Ash, que significa fresno, y Florecilla. No me lo había planteado hasta ahora.
Niego con la cabeza, confundida.
—Supongo que nunca te he recitado la última parte de esa canción para saltar a la comba —dice.
—No.
Comienza a hablar desacompasado con el goteo constante del agua.
Cuento los cardos, uno, dos, tres,
algún día libre seré.
Cuento los cardos, cuatro, cinco, seis,
todos los impes, mejor que os arméis.
La hoja del fresno ya enrojeció.
Adiós primavera, el verano murió.
Cuento los minutos, las horas solo humillan,
porque la esperanza brota como una florecilla.