Hoy me ahorcarán.
Me ahorcarán por mis amigos, por mi familia y, sobre todo, por amor. Pero no por el amor de un hombre. No, me ahorcarán por algo más. Me ahorcarán por el amor de mi pueblo. Por el amor de los impes. Por Ash, Saskia y Matthew. Por Katie y Nate... incluso por Alice. Por todo aquel imperfecto accidente de la naturaleza que tiene derecho a llamarse ser humano.
Un extravagante equipo de estilistas con las uñas pintadas entra en mi celda, tal como ocurría en el canon. Me atacan con bases de maquillaje, coloretes y varias pinturas, me pegan pestañas a los párpados, me hacen la manicura, me pulen la piel hasta que brilla. Me miran de arriba abajo con expresión inquisitiva, crítica, y yo me remuevo, incómoda, bajo el vestido de noche.
Una de las estilistas sonríe, y el gesto hace que se le resquebraje el carmín rojo.
—Bueno, está claro que parece un poco menos simia.
Supongo que Stoneback no confía en que Willow me declare su amor si parezco una sucia rata callejera. Me lanzan ropa interior a las manos y me observan mientras intento ponérmela bajo el vestido. Apenas he acabado de ajustármela cuando me estiran el vestido y me rodean la cintura con una faja metálica. Parece contraerse por voluntad propia y me oprime el estómago contra el pecho. Me embuten el pecho en un sujetador mágico que me añade dos tallas de copa. No me cabe duda de que a Rose no le ocurrió esto. A pesar de lo próxima que está mi muerte, todavía me molesta un poco que mi figura necesite más ayuda que la suya. Me pongo el mono y me miro al espejo. Apenas me reconozco.
Llegan dos guardias. Los recuerdo del canon. Me agarran de los hombros con brusquedad y me empujan por una gran explanada de hormigón hacia el aerodeslizador. El sol ha alcanzado su punto álgido en el cielo e incide sobre el metal del vehículo y los rollos de alambre de espino que coronan las barricadas. Busco a Ash con desesperación, pero no lo veo por ninguna parte.
Continúan empujándome por la rampa del aerodeslizador hasta que llegamos al interior.
—Hombre muerto en marcha —dice uno de los guardias.
—Más bien «simio muerto en marcha» —replica el otro.
El habitáculo es idéntico al del canon. El aire es frío, está contaminado por el tufo a antiséptico y detergente. Me conducen hasta la celda de contención situada en la parte de atrás y abren la puerta. Es entonces cuando lo veo, la curva de su cuello, el punto donde la negrura de su pelo se topa con la palidez de su piel. Ash. Tiene los brazos extendidos, las muñecas esposadas a una barra de metal y, justo en ese instante, me recuerda a un pájaro con las alas estiradas.
Los guardias me esposan de la misma forma; me obligan a ponerme de puntillas y las esposas me rajan la piel. La puerta vuelve a cerrarse y ambos nos columpiamos al ritmo del aerodeslizador, uno al lado de otro.
Creo que las estilistas han pasado completamente de él. Tiene el pelo apelmazado de mugre y sangre, los moratones están empezando a salirle de verdad: un remolino de magentas y amarillos le rodean el ojo izquierdo como un monóculo extraño. Hundo la cara en su cuello; su mono conserva el hedor del río y su piel está caliente y pegajosa en la frente. Pero cuando por fin lo miro a la cara, sus ojos continúan siendo del azul más pálido. Experimento un instante de paz, acurrucada a su lado. Pienso brevemente en Rose, sola en esta celda, dirigiéndose hacia su muerte sin compañía, y me siento triste por ella.
Me besa en la sien con tal suavidad que apenas lo noto.
—Lo siento mucho, Violet. Si no te hubiera seguido, no le habrías contado a Thorn lo de la Carnicería... Nada de todo esto habría ocurrido.
—Esto no es culpa tuya.
De repente exhala y, por la acidez de su aliento, deduzco que no ha comido ni bebido nada desde que nos arrestaron. Siento una punzada de culpabilidad al recordar mi ducha y la bandeja de comida caliente.
Deslizo las muñecas por la barra de metal y consigo acariciarle el dorso de la mano con los dedos.
—Intenta no preocuparte. Te prometo que todo saldrá bien.
Esboza su sonrisa torcida y la piel de los labios se le agrieta en el centro.
—¿Quién dice que esté preocupado?
Intenta parecer valiente, creo que por mi bien, pero su voz es una versión frágil de sí misma y una lágrima le cuelga de las pestañas. Es como una gota de aceite que refracta los colores de la magulladura.
Solo quiero hacerlo sentir un poco mejor, tratar de calmar el dolor. Lo beso en los labios y noto la aspereza de su piel agrietada sobre los míos.
—Ojalá pudiera explicártelo de alguna forma, pero este no es el final para ninguno de los dos.
—No sabía que fueras una chica espiritual.
—Todo acabará enseguida, y después...
—¿Y después?
Pego los labios a su oreja, pálida y curvada como una caracola de mar.
—Si te lo dijera, pensarías que estoy completamente loca, pero nada es lo que parece.
Se vuelve hacia mí y su nariz choca contra mi mejilla.
—Ya me has dicho que eres una asesina que viaja en el tiempo, ¿qué puede superar eso?
Vuelvo a buscar su boca con la mía. Y siento hasta la última hendidura de sus labios, un patrón de rugosidades único, como los surcos de la yema de un dedo. Estoy a punto de echarme a llorar de nuevo, así que me aparto.
Sonríe.
—La esperanza brota como una florecilla.
Los versos de la canción no paran de darme vueltas en la cabeza. Tengo la sensación de que se me está escapando algo, algo realmente importante, pero cada vez que me acerco, se me escurre entre los dedos.
Ash ve mi expresión confusa y dice:
—Lo que quiero decir es que el mundo cobró vida cuando te conocí.
Se me vuelve a formar el nudo de pena en la garganta: un recordatorio de la siguiente pérdida. Hablo con seriedad, con un dejo de desesperación en la voz:
—¿Has tenido alguna vez un déjà vu? Una especie de eco o reflejo, como si ya hubieras vivido tu vida.
Frunce el ceño.
—¿Estás poniéndote espiritual otra vez?
Intento disimular mi decepción, pero es como si me hubieran atravesado el pecho con algo afilado, largo e implacable. Cuando me muera, cuando el canon se reinicie, Ash no me recordará.
—¿Qué ocurre? —pregunta.
—No importa.
Estudio todas las líneas de su rostro, todos los poros, todas las motas de esos ojos de invierno, tratando de grabarme su imagen a fuego en las retinas, porque me ha invadido un pensamiento aún más desgarrador.
Yo tampoco lo recordaré.