CAPÍTULO 49

El aerodeslizador comienza a descender y oímos un extraño zumbido que va aumentando de intensidad hasta convertirse en un clamor furioso.

—Es el público —dice Ash.

Me había olvidado del público. Cantan, gritan, empujan: una masa furibunda de gemas sedientos de sangre. Aúllan por la sangre de los impes. Por la mía y la de Ash. El vehículo aterriza y tengo la sensación de que la multitud nos rodea, braman a través de las ventanas tintadas, aporrean los paneles de metal con los puños.

Un guardia se aproxima a nosotros. Mira directamente a Ash.

—Estás de suerte, mono de alcantarilla. El presidente quiere que hoy solo se celebre un ahorcamiento... Dice que causará más impacto, aunque a saber qué demonios significa eso.

Me invade el alivio. Pues claro que el presidente me quiere sola en el escenario: en el canon solo estaba Rose. Stoneback busca que los dos hilos estén lo más entrelazados posible, para asegurarse así de que el ciclo se completa y Alice regresa a casa. Sé que Ash no habría muerto de verdad —se habría despertado al comienzo de la historia, de vuelta en casa de Ma removiendo la sopa—, pero aun así me alegro de que no tenga que pasar por todo ese dolor. «Todo ese dolor». Creo que voy a vomitar.

—No, esperad —grita Ash—. Si queréis un único ahorcamiento, ahorcadme a mí.

Los guardias no le hacen caso y le quitan las esposas.

—Esperad, por favor —suplica—. Ahorcadme a mí, no a Violet.

—No te preocupes. —El guardia se echa a reír—. Verás a tu novia desde el Chiquero.

—No, por favor, no. —Ash forcejea con el guardia, pero no es competencia para el fornido físico de los gemas. Me mira a los ojos—. Te quiero, Violet.

La parte emocional de mi cerebro se desencaja como la pieza de un puzle y descubro que sé cosas, pero que ya no las siento. Ash me está diciendo que me quiere. Mi Ash. Y sin embargo me siento vacía... perdida. Dentro de menos de una hora, ya no nos conoceremos. Seremos extraños separados por algo más que unas cuantas mentiras, algo más que una muralla o un bosque de zarzas; nos separarán un universo entero, una alteración temporal, una total pérdida de la memoria. Nuestra historia de amor está a punto de convertirse en tragedia, igual que la de Rose y Willow. Capto la ironía, incluso en este estado de disociación.

Ash repite las palabras una y otra vez mientras lo sacan a rastras del aerodeslizador:

—Te quiero, Violet. Te quiero.

Se funden con el rugido de la muchedumbre hasta que dejo de oírlo.

Ya no está.

Esa idea me arranca de mi apatía. La pieza desencajada de mi cerebro vuelve a ocupar su lugar y ya no estoy perdida. La realidad de la situación me golpea como una maza: nunca volveré a ver a Ash.

—Yo también te quiero —le grito.

Pero llego demasiado tarde.