Un guardia me quita las esposas. Estoy tan angustiada que le veo la cara borrosa, pero distingo a la perfección el brillo del odio en su mirada, nítido y claro. Me arrastra hasta la puerta y me preparo para el recibimiento de la multitud, pero cuando se abre no veo más que gris. El aerodeslizador ha aterrizado en la ciudad, junto al Coliseo. Quieren que entre franqueando las puertas de los impes, las puertas de los condenados. Igual que en el canon.
Bajo del vehículo y enseguida noto la peste a pájaro en descomposición. Durante un breve instante, se me dispara el corazón. Me tomo unos segundos para asimilar el entorno. Veo las paredes del Coliseo a unos cien metros de distancia. Pero no veo a Ash. Debe de estar ya en el Chiquero. Y tampoco veo a otros impes. Supongo que se han apretujado en sus cuchitriles para ver el acto en las televisiones que han encontrado en la basura. Busco las puertas de la ciudad, pero un enjambre de guardias armados me impide verlas, chocan contra mí, me rodean de manera que me convierto en parte de una entidad única, caqui.
Desde el otro lado del muro, me llega una algarabía alegre. Dentro de diez minutos, me ahorcarán. Dejan de funcionarme las piernas, así que los guardias tienen que cargar conmigo. Arrastro los pies, como dos manos de simio, como si de verdad fuera un mono. Llegamos a las puertas y me fuerzan a adoptar una posición erguida. Aparece uno de los estilistas extravagantes. Me da unos golpecitos bajo los ojos con un algodón, me frota los labios con aceite, me arregla el pelo.
Oigo que la voz aflautada del presidente Stoneback se alza por encima de las paredes del Coliseo. Pronuncia las palabras exactas del canon. Solo que esta vez está hablando de mí.
—Bienvenidos al baile del ahorcado, hermanos y hermanas gemas. Estamos a punto de presenciar la muerte de la impe número 753811. Una impe nocturna que empleó sus argucias animalescas para engañar a un distinguido joven gema hasta hacerlo creer que sentía algo por ella. Una impe nocturna que mintió y sedujo para abrirse camino hasta el corazón de un joven gema y acceder así a los secretos del gobierno. Una sucia espía que intenta derrocar a los gemas, que intenta destruir nuestra forma de vida.
La multitud ruge.
Todo el mundo se aparta de mí: el estilista, los soldados. Me tambaleo en mi sitio, me estremezco bajo el mono, con la mirada clavada en las impenetrables puertas metálicas. Comienzo a temblar sin control, más que cuando me sacaron del río, y creo que mi corazón está a punto de estallar.
La voz del presidente de nuevo:
—Conozcamos, pues, a esta tentadora, a esta espía.
Las puertas comienzan a abrirse. La muchedumbre guarda silencio. Veo que la colorida fracción del mundo gema se expande cada vez más hasta que es lo único que veo. Y a pesar del terror que me late por todo el cuerpo, consigo entender la ironía de que mi propio momento negro esté tan desbordado de color gema. Trajes de tonos esmeraldas y escarlatas pigmentados en extremo, cortinas de pelo brillante, un abanico de tonos de piel que abarca desde la porcelana hasta el ébano. Aun así, todas las caras parecen iguales. Simétricas, perfectas y hambrientas de venganza.
El silencio continúa. Y yo permanezco absolutamente inmóvil, tan solo respiro, parpadeo y les devuelvo la mirada. Me doy cuenta de cuánto los odio. Y me sorprende la intensidad de esa emoción: es más arrolladora que el amor, es algo físico que irradia de mi ser en oleadas. Y el caparazón lacado de muñeca rusa reaparece, me envuelve como una coraza, me mantiene erguida, les confiere fuerza a mis piernas, a mis brazos, a todo mi cuerpo.
¿Quieren un ahorcamiento? Yo les daré un ahorcamiento.
—Y ahí está, señoras y señores. Culpable de dos cargos: relaciones con un gema y alta traición. Es una pena que no podamos ahorcarla dos veces.
El público rompe a reír. Yo comienzo a dar zancadas firmes, cargadas de odio, hacia el escenario. Oigo la voz de Nate en mi cabeza y sonrío. «Ovarios de acero. Ovarios de acero».
No miro hacia el nudo ni hacia Ash en el Chiquero. No puedo correr el riesgo de que mi armadura se resquebraje ni de que mi determinación se debilite. Intento no pensar en el helicóptero, en la hoguera gigante que iluminó los rostros de los rebeldes ayer por la noche. Ni en Nate a mi lado, con la emoción pintada en la cara. Me limito a mirar la masa de ojos brillantes, simétricos.
Entre la multitud, cerca del escenario, veo a Willow, con el rostro contraído por un sentimiento desconocido que debe de estar a caballo entre el miedo y el amor. Alice está a su lado, toqueteándose el cuello con nerviosismo. Y me doy cuenta de que a ella también la odio.
El verdugo, una columna negra, espera con una mano posada sobre la palanca. Sé que mi armadura no me decepcionará. No me derrumbaré. El coraje cobra fuerza en mi interior y me proporciona una agradable sensación de calma. Subo los escalones hasta el escenario de madera, me coloco sobre la trampilla y dejo que el verdugo me coloque el nudo alrededor del cuello. No sé por qué, quizá sea una última búsqueda de consuelo que me ayude a superar los próximos cinco minutos, pero acerco la mano a la cadena que guardo en el bolsillo. La aprieto con todas mis fuerzas. No hay lugar como el hogar.
El presidente vuelve a hablar:
—Impe, tus delitos están castigados con la pena de muerte.
Miro a Alice. Se le llenan los ojos de lágrimas, la nariz de mocos. No soporta ver que el canon se completa, no tolera tener que abandonar este lugar dejado de la mano de Dios. No tiene ni idea de que cuando regrese a casa, el presidente la estará usando para servir a los gemas. Aprieto la mandíbula, la sensación de vacío que tengo en el pecho me resulta casi insoportable. Desvío la mirada, y es entonces cuando los veo, de pie en el Chiquero. No solo a Ash, sino también a Saskia y a Katie.
Katie está muy nerviosa: se pasa las manos por el pelo rojo y veo que tiene los nudillos blancos, tanto que parecen a punto de rasgarle la piel. Nos miramos a los ojos y consigue hacer un guiño, como si hubiera regresado a aquella clase y estuviera escuchando mi presentación. Saskia parece destrozada. El dolor le contrae el rostro y las lágrimas le gotean por la barbilla. Pienso fugazmente en lo guapa que está ahora que toda la rabia se ha desvanecido de su rostro.
Después miro a Ash. Ojalá le hubiera contado la verdad, por muy alocada que hubiese sonado. Ojalá le hubiera contado lo de la Comic-Con, lo del universo alternativo, lo de Willow y Alice... todo. Pero, sobre todo, me gustaría haberle dicho que lo quiero. Aunque vivamos el resto de nuestras vidas ajenos a la existencia del otro, al menos durante el más breve de los instantes podría haberlo mirado a esos preciosos ojos y haber contemplado el reflejo de la verdad.
Comienza el redoble de tambores. Igual que en el canon. Me vuelvo hacia Willow. En cualquier momento saltará la barrera y subirá al escenario para declarar su amor por mí. El redoble va cada vez más rápido. En cualquier momento... Pero continúa absolutamente inmóvil, con las manos temblorosas y los ojos cerrados.
Se me revuelve el estómago, se me encoge el corazón. No se me había ocurrido pensar que Willow pudiera quedarse paralizado. Si no pronuncia sus frases, si el canon no se completa, a saber qué ocurrirá. Probablemente muera colgada de esta cuerda y este universo y todos sus ocupantes —Ash, Saskia, Katie, incluso Alice— dejen de existir.
El redoble se intensifica y Willow sigue sin moverse. Mantiene los ojos cerrados con firmeza, le vibran ligeramente los labios, como si estuviera murmurando una oración. Tal vez fuera el tiempo extra que pasó con Rose escapando por la ciudad impe lo que consolidó sus sentimientos de amor hacia ella. Quizá el hecho de tener a Alice a su lado, una sustituta guapa y divertida, disminuya su determinación. O puede que el Willow del ahora, mi Willow, sea en verdad más débil que el Willow del canon. Sea cual sea el motivo, he fracasado. Las lágrimas cálidas me empapan la cara. Me siento derrotada, perdida. Todo esto no ha servido para nada.
«Venga —grito en mi cabeza—. Venga, Willow. Tienes que hacerlo».
Los tambores me inundan el cerebro, su estruendo es mayor que el de un pelotón de fusilamiento. Miro a Alice. La insto a intervenir, a darle un coscorrón a Willow o algo así. Pero sé que piensa que si el canon no se completa yo moriré y ella se quedará en este mundo. Ojalá supiera la verdad, ojalá pudiera explicárselo todo.
El redoble de tambores alcanza el clímax. Y aun así, Willow permanece totalmente quieto, con los ojos cerrados, sin atreverse siquiera a mirarme. Vuelvo a fijar la vista en Alice. Parpadea despacio, casi distraída, esperando sin más a que mi cuerpo caiga por la trampilla.
Los ha elegido a ellos antes que a mí.
La cadena se me resbala de entre los dedos justo en el instante en que el redoble de tambores termina. Silencio. Salvo por el suave tintineo del corazón roto que cae en el suelo.
Ya está.
Contengo la respiración y espero en crujido de la trampilla al abrirse, el chasquido de la cuerda contra mi cuello. Pero, en lugar de eso, oigo una voz. Clara, fuerte y llena de ira.
—¡ALTO!
Levanto la vista y la veo. Salta sobre las vallas, se encarama al escenario, el pelo claro le enmarca el rostro. Alice. Está de pie en el escenario, le tiemblan las manos, su pecho sube y baja mientras toma varias bocanadas de aire, rápidas, jadeantes. Me mira durante un instante. Tiene un aspecto muy distinto: la cara deformada por el miedo, las mejillas desprovistas de su habitual color miel. Y reparo en que, en el hueco en el que sus clavículas nunca llegan a unirse, descansa el colgante de corazón partido, sobre cuyo borde irregular se refleja el sol. Durante un instante, la culpa por haber dudado de ella me devora.
Me señala con la cabeza, despacio. Compartimos un instante de entendimiento. Y entonces, se vuelve para enfrentarse a la multitud.
—Me llamo Alice. Y la impe que estáis a punto de ahorcar también tiene un nombre. Violet. Y es la persona más valiente y más buena que he conocido en mi vida. Impe o gema, es un ser humano. —Cita el canon casi palabra por palabra, se está ciñendo al guion por primera vez en su vida. Su voz trepa por encima de las paredes del Coliseo, desafiando a todo el mundo a llevarle la contraria—. No es una tentadora ni una delincuente. Es mi mejor amiga. Y la quiero con todo mi corazón. —Me rodea con su mirada azul oscuro—. Te quiero, Violet.
Oigo el grito contenido del presidente en la pantalla que tengo a la espalda. Sabe que ha perdido. Alice deseaba vivir como los gemas, quedarse en este mundo, pero ha renunciado a todo eso por mí. De repente entiendo qué quería decir Baba. Este es el sacrificio de Alice, este es el amor de Alice. Ahora ya está claro que es imposible que escriba una secuela progema. Le dedico una sonrisa. La más grande que soy capaz de esbozar.
Pensé que me costaría pronunciar mi última frase, sabiendo lo que me espera —la tensión de la cuerda, la repentina sacudida de dolor—, pero me parece sencillo, natural.
Así que, sin más ceremonia, lleno el Coliseo no de vilano de cardo, sino de mi voz.
—Yo también te quiero.
Y por fin, la trampilla se abre.