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¿Viniste a matarme?

Logré contactar vía telefónica con el tal Mario Gallego gracias a la intermediación de Tomás. En esas primeras comunicaciones telefónicas empecé a notar los primeros síntomas extravagantes en el trato con este personaje, pero en esos momentos no entendía absolutamente nada ni me explicaba a cuento de qué tanto misterio para una simple entrevista. La cita con el tío de Luis Miguel se me empezaba a hacer digna de una película de espionaje. Cada llamada me cambiaba el lugar y la hora, me pedía que lo llamara antes de llegar y una vez en Cádiz acabó cambiando nuevamente el lugar de la cita fijándolo finalmente en el Hotel Atlántico de la ciudad andaluza a las 7 de la tarde, ya noche en esa época del año. Menos mal que ya entonces manejaba el primer teléfono móvil, un pesado ladrillo de la marca NEC operado por MoviLine que nada tiene que ver con los dispositivos actuales. Aquel teléfono ni siquiera tenía identificador de llamada. En la última comunicación me dijo que no iría solo a la cita, que llegaría acompañado de una persona de confianza, a mí desde luego ni me importaba, no le vi sentido al hecho de que me lo comentara como condición necesaria. No sabía en ese momento que aquella compañía, que por cierto luego no llegó, pues se presentó solo a la cita, era para él una precaria medida de seguridad.

Nos encontramos en el lobby de recepción de este lujoso y concurrido hotel, recalco lo de concurrido porque era una de las condiciones que me había puesto, que debíamos vernos en algún sitio donde hubiera mucha gente. Me saludó con tremenda frialdad, me radiografió con la mirada denotando una desconfianza absoluta y me dijo que hasta que no llegara la persona que lo acompañaría no íbamos a hablar de nada. Mi perplejidad iba en aumento.

Una vez en la mesa, antes siquiera de empezar la plática, el mesero preguntó por lo que tomaríamos, yo pedí una infusión de menta poleo, él hizo un chiste malo, algo que con el tiempo descubrí era muy propio del carácter de los hermanos Gallego Sánchez, como parte de su repertorio de encantadores de serpientes. Para justificar su petición, dijo que no era alcohólico anónimo, que era alcohólico declarado, y que quería un whisky. Me tocó recurrir a mi vieja documentación para recordar la marca, era un JB.

Recuerdo que hablamos de cosas triviales como haciendo tiempo para que llegara quién sabe quién, pero nunca llegó. Se acabó el whisky y propuso cambiar de bar camino de lugares que él decía conocer con la condición de que yo pagara todo, porque me advirtió desde un primer momento “que no tenía ni un duro”, expresión hispana que significa no tener ni un peso. En cada bar se bebía un nuevo whisky y la ronda de bares no tardó mucho en hacer efecto en su locuacidad. Ahí comenzó a despellejar, verbalmente hablando, a su sobrino. Vocablos irreproducibles y acusaciones que a mí seguían sin cuadrarme, pues implicaban reconocer una crueldad y un mal corazón gratuitos, un riesgo a un escándalo que podría dañar su carrera y un sinfín de cosas sin sentido común alguno. El resentimiento que se desprendía de los ojos de ese hombre era descomunal y yo no hacía más que preguntarme, ¿qué estaba pasando? ¿Realmente podría ser que ese cantante de masas fuera el monstruo que su tío me estaba describiendo?

La cosa me descolocó más cuando, ya visiblemente afectado por la ingesta de alcohol y con los ojos aguados, me espetó una frase que contradecía todo lo que había dicho anteriormente: “Luis Miguel nunca tuvo culpa de nada, él es inocente, siempre tuvo razón.” ¿Razón de qué? ¿Inocente de qué?, pregunté, pero ahí se atascaba al tiempo que sus ojos se encharcaban más entre trago y trago hasta que llegó la frase que me dejó completamente atónito. Me miró a los ojos con cara de resignación y, visiblemente embriagado, me soltó: “¿Tú viniste a matarme verdad? Entonces no perdamos más el tiempo.”

Imagino que, probablemente al ver mi cara de asombro, se tranquilizó lo suficiente al menos como para no temer más por su integridad física, pero yo no daba crédito. ¿Matarlo? ¿Por qué temía este señor que alguien pudiera ir a matarlo? Ahí empecé a atar cabos respecto a las extravagantes medidas que había tomado para la entrevista pero mi curiosidad periodística se disparó. ¿Sería el whisky?, me pregunté toda la noche, ya que poco después nos separamos, él camino a su casa y yo a mi hotel, citándonos para el día siguiente. Aquello se quedó rondando en mi mente y pasarían varios meses hasta que, conforme avancé en la investigación, entendí que aquella anécdota no había sido fruto del alcohol.

Durante los dos días siguientes me dediqué a hacer mis entrevistas con él mismo, con su esposa Rosa, con su padre y abuelo de Luis Miguel, Rafael; conocí a sus hijos e intenté entrevistar a su hermano, el otro tío del cantante, José Manuel Gallego, más conocido como Pepe, para lo cual me desplacé a comer a su casa en la localidad sevillana de Osuna. Por aquel entonces colaboraba en una emisora de la cadena Cope, si no recuerdo mal en la vecina Estepa, donde hacía valer sus conocimientos como chef dando consejos de cocina. En México contaba que era chef y fuera del país escuché testimonios de que Luisito decía que había sido policía en México. José Manuel decía estar delicado del corazón, no quiso que encendiera mi grabadora, nada de entrevistas, ninguna frase comprometedora. Vi en él un perfil distinto al del hermano, frío, calculador, pero eso sí, sin dejar el gracejo andaluz con los chistes fáciles y las frases evasivas que formaron parte del repertorio embaucador con el que fueron seduciendo a tantas y tantas personas en distintos países de América Latina, que meses más tarde me iban a revelar el auténtico talante de los hermanos Gallego.

Me dejó claro que no quería saber nada de Luis Miguel, ni para bien ni para mal y, más sutilmente que Mario, también dejó entrever que el sobrino era un malvado que se había desentendido completamente de su familia española. Estas mismas palabras las encontré en una carta en internet atribuida a su esposa Elizabeth, fechada el 4 de mayo de 2012. Recriminaba al cantante que “después de tanto como hizo por su sobrino, lo llevó al éxito de su carrera y luego no fue agradecido”.

Recalcó varias veces que no daría jamás ninguna entrevista, y con el paso del tiempo entendí perfectamente por qué deseaba mantener un perfil bajo, ya que algunas fuentes muy fiables lo apuntaban a él como autor intelectual de muchas de las tropelías de los Gallego, así como el enlace necesario y oportuno con siniestros personajes que contribuyeron mucho en su día a la subsistencia del clan en tierras americanas. Mucho es lo que tenía que callar y poco lo que ganaría tentando a la suerte hablando con periodistas.

Tal vez el paso de los años fue atenuando su miedo y su rechazo a la exposición pública, probablemente dedujo que después de tanto tiempo poco había ya que temer, de otro modo no se entiende la entrevista, obviamente previo pago de unos buenos euros, que concedió en 2010 al programa de TV ¿Dónde estás corazón?

En mitad de la tormenta de asombro con la que volví de Cádiz hubo sitio para un último episodio. Hablando por teléfono con la agencia advertí que había un gato encerrado incapaz de descifrar y que teníamos que lograr como fuera confrontar todo eso con el propio Luis Miguel. Antes de regresar a Madrid, donde tenía una nueva cita en Hispanews para valorar qué hacer con todo ese material periodístico, Mario Gallego, que no sabía qué más inventar ni qué más hacer para conseguir dinero fácil, me comentó que tenía en mente escribir un libro sobre su sobrino pero que ninguna editorial le aceptaba el proyecto, cosa lógica, y por lo cual había contactado con un empresario vasco afincado en Sevilla que pretendía fundar una editorial pequeña, con quien él creía tener el suficiente poder de convicción para sacar adelante su proyecto. Y sí, era cierto que esa naciente empresa barajaba publicar este libro, incluso también proyectaba, si no mal recuerdo, la publicación de una novela de la duquesa de Medina Sidonia.

Me contactó con estas personas con el fin de que yo pudiera ayudarle en ese objetivo, en un principio acepté y llegamos a un acuerdo previo, pero cuando puse como condición que su papel en el libro sería el de una mera fuente y que yo investigaría por mi cuenta se negó rotundamente. Visto lo cual, en una posterior reunión en Sevilla con el empresario fui muy contundente y tajante, le dije que no secundaría una obra al dictado de este señor, cuya energía negativa era perceptible por cualquier ser humano mínimamente honesto sin necesidad de mayores pesquisas. Le dejé muy claro que le desaconsejaba por puro instinto periodístico la publicación de cualquier relato personal de Mario Gallego, pues estaría lleno de sesgo y se expondría además a una demanda por difamación de Luis Miguel, muy posiblemente más que justificada, si todas las barbaridades que yo había escuchado se ponían en negro sobre blanco.

La decisión del dueño de la editorial fue apostar por una investigación para hacer una semblanza periodística rigurosa y desmarcarse de Mario Gallego, decisión en la que influyeron también unas pesquisas que él mismo hizo por su cuenta con conocidos suyos de Cádiz, quienes le contaron de las andanzas y el perfil del tío de Luis Miguel, incluidos algunos episodios truculentos relacionados con el alcohol y las drogas que no puedo reproducir por carecer de pruebas. Lo que está claro es que Tomás Montiel llevaba toda la razón del mundo, Mario Gallego no era de fiar, yo tendría ocasión de comprobarlo mucho después.

Y acepté el reto. Era enero de 1996. Pospuse mi regreso a Miami para meterme de lleno en este trabajo. No habría ningún adelanto de dinero pero me garantizaba la cobertura de los gastos de todo el trabajo de campo y una participación en la editorial. La idea era que esa semblanza se convirtiera en un libro, como así sucedió. Firmamos un contrato de cesión de derechos por 5 años que luego se amplió a 10 y me puse manos a la obra. Así fue como empezó la investigación, o mejor dicho continuó, pues ya contaba con todo el material de las entrevistas a la familia española que apenas era la primera pieza del dominó. Para mi asombro, conforme caía una pieza había detrás otra, y otra más, y parecía que aquello nunca acabaría. Lo que programé para un estimado de cuatro meses máximo y un par de viajes acabó en 14 meses de trabajo de campo y una ardua peregrinación tras la huella nómada llena de fraudes que Luis Gallego había dejado, sobre todo en América Latina, a lo que se unió apenas en el tercer mes de investigación el escándalo sobre la desaparición de la mamá de Luis Miguel, hecho que intensificó también mis viajes a Italia.

Empecé a buscar la entrevista con Luis Miguel, haciendo numerosos intentos, todos fallidos, a través de Hispanews. En realidad su testimonio no era necesario para documentar en sí la historia, como se demostró a la hora de afrontar la serie autorizada de televisión, pues ni siquiera él fue consciente en muchos momentos de las tranzas o las maniobras de su padre que condicionarían su propia biografía. Así acabaron cayendo todas las fichas del dominó para desenredar muchas de las mentiras y dar luz a la verdad. La historia ya estaba armada. Después de 14 meses entendí todo, luego de decenas de entrevistas, innumerables documentos, correspondencia original de algunos personajes, fotografías inéditas, una enorme labor de hemeroteca en México, España, Argentina, Italia y Puerto Rico, y horas interminables frente al computador.

Luis mi rey narró la verdadera historia, la misma que ahora van a leer aumentada y actualizada en este nuevo libro, que como su antecesor conserva su compromiso con la verdad. Una verdad que en modo alguno fue un camino de rosas, todo lo contrario, apasionante pero dramática, que ayuda mucho a entender la personalidad de Luis Miguel y valora más todavía el hecho de haber llegado tan alto y su mantenimiento en la cima. Si muchas personas pasaran por el calvario familiar que le tocó vivir al niño, adolescente y hombre al que todos llamaban Micky, no sabría decir si resistirían. Su dura infancia y turbulenta adolescencia, la desintegración de su familia rematada con el doloroso episodio de la desaparición de su madre, son las causas del forjamiento de una personalidad hermética y desconfiada, y estas son seguramente las menores consecuencias posibles que un ser humano puede tener después de pasar por determinados traumas. Es comprensible que a nadie le guste revivir pasajes de la vida en los que le tocó sufrir, desconozco cómo encajará eso cuando lo vea reflejado en la pequeña pantalla o rememorado nuevamente al releer Luis mi rey o este nuevo libro, pero esos acontecimientos son parte de su historia, imposible de contar y entender sin abordarlos.