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Mi instinto no me falló. No tardé en darme cuenta de que Luis Miguel no era ese monstruo que me describían sus tíos y que había motivos, y uno especial por encima de todos, que explicaban y justificaban su desconexión con su familia gaditana. Y lo más perverso de todo era que sus tíos sabían que podrían decir cualquier disparate en los medios, que su sobrino no se defendería jamás, que las verdaderas razones por las que nada quiere saber de la familia Gallego son tan tremendas que nunca las iba a usar en su descargo, menos aún públicamente.
El cantante había cortado todo ingreso hacia sus tíos, y el más afectado fue sin duda Vicente, sin oficio ni beneficio, un artista mediocre sin carrera alguna, sin nadie que le diera trabajo con cerca ya de 60 años, sin ningún tipo de subsidio. Desde que Luis Miguel comenzó su carrera siempre subsistió dentro de la manada, por decirlo en plan metafórico, de los Gallego, al ordeno y mando del macho alfa que era su hermano Luisito, obvio sin contrato ni legalización alguna de cuanta actividad era requerido. Fueron muchas las fuentes consultadas en México que señalaron el verdadero papel secundario que desempeñó en aquellos años y que desmentían su reclamación millonaria a su sobrino, aireada en ciertos medios de comunicación en un tono sensacionalista, que en cualquier caso no tenía sustento legal de ninguna naturaleza.
Cuando Luisito murió, Vicente se quedó sin el macho alfa y por ende sin fuente alguna de ingresos. Sabedor tanto Luis Miguel como el difunto Hugo López de información privilegiada sobre su vida, cortaron el grifo. Poco le valieron los insultos y los malos modales característicos para con los interlocutores que designaba su sobrino, él mismo me contó que le arrojó unas monedas a Souza diciendo que era todo lo que tenía una vez que este le confirmó que Luis Miguel no le iba a dar un centavo. La decisión era firme.
Tocaba recurrir nuevamente a la picaresca, pero ahora la cosa ya estaba más complicada para conseguir el dinero fácil, ya no había manada, siguiendo con la metáfora, y él era el lobo más débil. Tanto él como su familia se vieron abocados a la pobreza. La picaresca en todo caso se puso en marcha, no había otra opción, ya fuera fingiendo pedir limosna ante la cámara de un paparazzi, o más tarde aprovechando el boom de los platós de televisión, que quedaron rápidamente amortizados conforme se iba conociendo al personaje.
Hasta tal punto era la desconfianza del artista con sus tíos, que tuvo que contratar a una persona para que manejara la mensualidad que mandaba para mantener a su abuelo Rafael, al que tenía viviendo en un apartamento en San Fernando al cargo de una asistenta que lo cuidaba. Allí fue donde lo entrevisté y fotografié con algunos de los mejores recuerdos que poseía de su famoso nieto. De este modo, a través de un tercero, Luis Miguel evitaba que el dinero pasara por las manos de Mario Gallego. Estaba convencido de que si su tío tenía acceso a la cuenta, el destino de esas entonces pesetas iba a ser otro bien distinto. No se fiaba en lo más mínimo del deshonesto proceder de Mario Gallego, de quien también yo fui víctima. Voy a contar públicamente lo que sólo hasta ahora había contado en privado respecto al mal proceder de Vicente Gallego Sánchez. Y como dice un refrán “no te hace daño quien quiere sino quien puede”, al menos aquel trago amargo me sirvió de experiencia para saber cómo la mezquindad mueve los actos de más personas en el mundo de las que desearíamos.
En las entrevistas que le hice en enero de 1996, le pregunté por supuesto por los orígenes de la familia Gallego Sánchez. Aparte de sus declaraciones, donde me habló de las penurias de su familia, del Luisito niño que tuvo que emigrar a la Argentina y de cómo aquel hogar se convirtió en un matriarcado por la fuerte personalidad de su madre Matilde y la minusvalía de su padre Rafael, me dio a modo de documentación unos apuntes donde se daban pelos y señales de todo aquello y que alguien le había redactado para su proyecto de libro sobre su sobrino. Le pregunté si podía hacer uso de esa información libremente y me dijo sí, que los podía usar sin mayor problema, no obstante no me fie, le hice firmar un documento rudimentario que yo mismo redacté a mano sobre un papel, del cual todavía conservo una copia, en el que me autorizaba a reproducir esa información, y lo hice ante la sospecha de que esa gente nunca jugaba limpio, como desafortunadamente pude comprobar después.
Cuando Luis mi rey fue publicado, y puesto que carecía de recursos, Mario Gallego convenció a un abogado gaditano, haciéndole creer que obtendría una sustanciosa Cuota Litis, un buen dinero fácil, para que interpusiera una demanda contra mi persona y contra la editorial aduciendo que yo lo había plagiado y que tanto yo como los editores lo habían estafado, luego de que, tal y como antes conté, hubiéramos rechazado su propuesta de libro al dictado y haberme decantado por efectuar una rigurosa investigación. Recuerdo que estaba en aquellos días de la primavera de 1998 siguiendo la gira española de presentación de Luis Miguel con la que pretendía abrirse paso en el mercado peninsular. Probó suerte en el Palacio de Congresos que se encuentra en el Paseo de la Castellana, cerca del estadio Santiago Bernabéu, cuyo aforo apenas llega a las 1,000 personas, y viendo que la respuesta del público fue positiva, fue aumentando los aforos y las ciudades apoyado en una buena promoción de cadenas de música en español emergentes como lo era ya en ese momento la Cadena Dial y en su magnífico disco Mis romances, tercera entrega de los boleros.
Cubrí dicha gira junto a mi colega Juan Manuel Navarro, él escribía para el grupo Reforma y yo lo hacía para la revista de la Editorial Televisa TVyNovelas, dirigida en aquellos días por el veterano periodista Chucho Gallegos, que siempre me dio un buen tratamiento y en ocasiones como esta no dudó en contratarme como freelance.
En mitad de esa gira el cantante tuvo que desplazarse a Mónaco tras ser premiado en la edición de aquel 1998 de los World Music Awards. En las calles de Montecarlo andaba yo con Juan Manuel, con Pilar y Susana, dos reconocidas fans con las que coincidimos en la capital monegasca que también se habían desplazado a la Costa Azul tras las huellas de su ídolo, cuando me enteré de la demanda. No sé por qué, o mejor dicho sí, no me sorprendí, y de hecho no me preocupó ni lo más mínimo, el que nada debe nada teme, dice el refrán. Recuerdo que hasta gracia me hizo la acusación de estafa, ¿pero cuál estafa ni qué ocho cuartos? Obvio que no había ninguna estafa. Y respecto a la acusación de haber usado sus textos sin autorización, lo mismo, ¡qué cinismo! Pensé, sabiéndome en poder de mi correspondiente autorización firmada, que lógicamente hice llegar al abogado de la editorial en el momento que se me requirió.
Como era de esperar, los jueces dijeron que no se había producido ninguna estafa y nos absolvieron a todos de semejante infamia, pero no obstante me llevé un disgusto cuando me enteré que encontraban plagio parcial precisamente en los pasajes donde había usado la documentación escrita que el susodicho me había facilitado, para darse una idea, eran exactamente ¡10 páginas de un libro de 338! Debía indemnizarlo con 6,000 euros. Me indigné, pedí explicaciones de cómo era posible que con una autorización firmada el juez le diera, así fuera de modo parcial, la razón a este señor. Mi defensa me explicó que la clave estaba en la interpretación que su Señoría había hecho del literal “material periodístico”, que fue la expresión que yo usé al redactar aquel papel, aduciendo que se refería a que era “un material sólo reproducible en medios periodísticos”. ¡Por supuesto que no! En absoluto era ese el espíritu del significado de dicha expresión y menos en ese contexto. Así lo comuniqué inmediatamente con el fin que se recurriera aquella sentencia que estimaba del todo injusta. Material periodístico se refería a la naturaleza de su contenido, es una expresión muy al uso en la profesión, quería decir material con valor periodístico, pues se trataba de información, y en absoluto se refería al soporte donde dicha información se fuera a reproducir, en este caso un libro.
Para mi pesar, aquella decisión judicial no se recurrió. Las razones de las personas que me defendían eran que la sentencia no afectaba a la comercialización del libro, que los derechos permanecían íntegros, y que no tenía más consecuencia que pagarle de mi bolsillo la citada cantidad a este señor. Efectivamente la sentencia no afectaba al libro más allá de aquella multa, pero yo quería no considerarla a toda costa por una cuestión de honor. Decidieron no obstante no arriesgar en el recurso para evitar costos y así se quedó la cosa. Visto que la Cuota Litis no iba a ser lo que la verborrea de su cliente le había prometido, nunca más tuvimos noticias de aquel abogado ni tan siquiera para reclamar la multa, y menos todavía del tal Mario Gallego, que sin embargo sí tuvo su pequeña ronda televisiva pagada en algunos programas del corazón en España que no se caracterizan precisamente por el rigor de lo que cuentan y sí por el espectáculo a grito pelado para ver qué barbaridad es mayor que la anterior, sin límite en lo grotesco de sus personajes a los que dar silla, unos euros y unos minutos de fama. Tenía claro que no iba a acudir a ningún plató a ponerme a la altura de ese señor.
Sigo pensando que, como dije, no te hace daño quien quiere, pero fue muy desagradable escuchar la versión tergiversada y tendenciosa de lo sucedido en espacios de amplia audiencia, incluso de la boca de periodistas a los que les suponía un cierto rigor, como la conocida Lydia Lozano en el extinto programa La Tómbola, que no tuvo el detalle de llamarme para contrastar la versión que de los hechos le dio el tío de Luis Miguel. Yo, con la conciencia tranquila, jamás respondí ni me pronuncié al respecto. Era obvio que aquello no podía en modo alguno enturbiar, y en realidad no lo hizo, un arduo trabajo de investigación periodística que me llevó en España a Madrid, Andalucía y Barcelona; en más de un viaje a Italia; a Puerto Rico en dos ocasiones; una vez a Río de Janeiro en Brasil, donde además conté con la siempre impagable ayuda y amistad de mi hermano Tico Lacerda; al gran Buenos Aires y San Antonio de Areco en Argentina, y por supuesto en innumerables viajes a México desde Miami, incluso a veces directamente desde Madrid.
No hubo un solo medio serio que dudara de la profesionalidad de mi trabajo, como lo prueba el hecho de su vigencia dos décadas después y del reconocimiento del propio Luis Miguel, y no sólo no impidió la consolidación de Luis mi rey como uno de los bestsellers más recordados de América Latina, sino que me permitió abordar un segundo éxito consecutivo como fue El consentido de Dios, la biografía autorizada de Andrés García que publiqué justo después en México, al que siguieron 10 libros más, incluido el presente.
Es ahora, después de 20 años y en la pertinencia de este contexto, la primera vez que me parece interesante dar a conocer aquel episodio al gran público para ayudarles a entender un poco más todo lo que Luis Miguel ha sufrido por causa de su familia andaluza y por los muchos avatares que la vida le puso en el camino. La relación de Luis Miguel con esa familia entró desde aquellos años en un punto de no retorno, sabedor de todas las cosas que sucedieron. Una pista de la gravedad del cisma es que su hermano Alejandro renunció expresamente al apellido Gallego. La más grave, oscura y delicada de todas las desavenencias fue sin duda la desaparición en extrañas circunstancias de su madre, Marcela Basteri, quien jamás volvió a aparecer desde que su familia italiana la vio en la despedida de un aeropuerto en 1986. La verdad sobre estos hechos es desde el punto de vista psicológico un trauma de dantescas dimensiones que explica sin dudas el hermetismo que guarda el cantante sobre su vida privada.
La historia de Luis Miguel es la historia de un hombre marcado por su pasado, un drama humano en la trastienda de una leyenda que conforme avanza el paso de los años siente la desmotivación propia de la inestabilidad emocional que le persigue. Un hombre solo, un ídolo que no confía en nadie y que avanza hacia adelante, forjando y alimentando su leyenda, con un final que nadie sería capaz de aventurar.
En 1997 contamos su apasionante historia en forma de novela, hoy reconstruimos los hechos gracias a testimonios exclusivos de gran valor, muchos de los cuales prefirieron el anonimato. Este libro vuelve a contar esta biografía con nuevos datos y otro estilo. Luis Miguel es ahora mucho más rey que hace 20 años.