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El bisabuelo gemelo
y la pasión de Tarzán

Sergio Basteri era un emigrante italiano que había llegado a Buenos Aires en el año 1947 en busca de una vida mejor. Un tipo fuerte, forjado en los trabajos físicos principalmente como albañil, se ganó el apelativo de Tarzán entre sus familiares y conocidos desde muy temprana edad, no era precisamente lo que se dice un hombre de carácter afable. Fue rebelde desde pequeño pues se negaba a ir a la escuela y someterse a la disciplina de sus maestros. Eso de la disciplina no iba con él, no le gustaba que nadie le diera órdenes. Su madre lo alistaba pero él cambiaba la ruta, se deshacía del material escolar y en lugar de ir al colegio se iba a buscar ranas y mariposas al campo. Al regresar a casa buscaba la excusa de que le habían robado, y aunque ya nadie se lo creía, sus padres tiraron la toalla.

En mitad de la consolidación de esa rebeldía, que también le provocó varios incidentes con sus capataces en los primeros trabajos que hizo, le sorprendió la guerra, a la que tuvo que partir muy joven, en plena adolescencia. Sergio luchó en la Segunda Guerra Mundial, al igual que su padre años antes, Ferruccio Basteri, quien guarda un parecido físico asombroso con Luis Miguel, que combatió con 16 años en la Primera Guerra Mundial. Su bisabuelo Ferruccio y él son dos gotas de agua, parecen hermanos gemelos, en la portada del libro Luis mi rey se incluyeron deliberadamente dos fotografías de ambos juntas, cuando Micky tenía más o menos la misma edad de la imagen del bisabuelo, y se puede observar que el intérprete de “Hasta que me olvides” no puede negar sus genes italianos, en los que, como veremos, había buen portento en las cuerdas vocales. Hay otra vieja fotografía del álbum de los Basteri en la que se ve a Ferruccio con sus hermanos vestidos de soldados en la guerra, también ahí se puede apreciar un gran parecido entre Luis Miguel y sus tíos-bisabuelos, si bien no tan espectacular como el que guarda con el abuelo paterno de su mamá.

La historia tal como la conocemos pudo haberse quebrado si Sergio Basteri no hubiera tenido la suerte de esquivar un trágico final durante la guerra y posteriormente durante su regreso a pie, escapando de un campo de concentración, a través de cientos de kilómetros y peligros. Derrotado, en condiciones miserables y flirteando a cada rato con la muerte, recorrió a pie el camino de regreso hasta Italia. A punto de desfallecer y morir de inanición o frío en plenos bosques centroeuropeos, logró salvar su vida gracias a que encontró la casa de unos campesinos toscanos cuando estaba muy próximo a su destino final. Llegó exhausto, con un aspecto deplorable, famélico, con largas y sucias barbas luego de semanas sin afeitarse. Lo acogieron, recuperó fuerzas y de ese modo pudo continuar hasta Castagnola, en la provincia de Massa-Carrara, donde vivía toda su familia y de donde él era oriundo. Con sus playas y su costa, la Marina de Massa y la Marina de Carrara, con los respectivos cascos urbanos de ambas poblaciones, están escoltadas por los Alpes Apuanos, donde se ubican las canteras de mármol que han hecho famosa a esta comarca italiana atrapada entre el mar y la montaña, y muy cercana a las poblaciones de Lucca, Pisa y Florencia, la perla de la Toscana.

El día que alcanzó de nuevo su hogar y pudo abrazar a su familia, que no tenía ninguna noticia de él y lo daban por muerto, se produjeron escenas llenas de emoción a las que no pudo resistirse el rudo, tosco, huraño e introvertido Sergio. Hubo celebraciones y cantos de alegría. Los Basteri tenían un gran don en la voz. Ida era una excelente cantante, tenía una voz prodigiosa, y de sus hijos, Franco era el que mejor había heredado el talento de su madre, con la pequeña Adua, a la que un maestro de música escuchó cantar en una ocasión con tal deleite que llegó a proponerle a los padres hacer que su hija hiciera carrera en el canto. La oferta no prosperó y Adua se quedaría para siempre a vivir en Massa-Carrara y, como le profetizó su madre, conoció a un joven y apuesto carabinero, Cosimo, con el que se casó, tuvo hijos y un hogar propio. Luis Miguel lleva en sus genes una herencia vocal por parte de su padre y su madre.

Sergio era uno de los siete hermanos del matrimonio de Ferruccio e Ida. Una unión que con sus hijos perpetuaban la tradición de familias numerosas que los habían precedido. Junto a Sergio criaron a Piero y Carolina, quienes también emigraron a la Argentina, donde echaron raíces y formaron sus respectivas familias, con las que pude entrevistarme en el proceso de elaboración de Luis mi rey. Luego estaban Franco y Renato, la más pequeña de las niñas, Adua Basteri, y el benjamín Enzo. Piero era el mayor de los hermanos, nacido en 1919; dos años más tarde nació Carolina, Sergio fue el tercero, nacido en 1924; Franco lo hizo en 1928, Renato en 1933 y cuatro años después Adua, en 1937, tía de Marcela Basteri y tía abuela de Luis Miguel, quien fue la gran impulsora en 1996 de la búsqueda de su sobrina desaparecida. Enzo Basteri fue el menor de todos los hermanos y vino al mundo en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial.

Ferruccio, el bisabuelo gemelo, se ganaba la vida en las canteras de mármol, hablaba el masense, uno de los innumerables dialectos que se hablan en toda Italia. Era muy apuesto, ojos claros, cabello rubio, labios carnosos, fornido, muy aficionado al calcio, como llaman en el país transalpino al futbol. Después de la guerra las cosas se pusieron muy difíciles, escasez y falta de trabajo obligaron al patriarca a emigrar para mantener la familia, que no podía subsistir de la venta de verduras a la que se dedicaba su esposa Ida.

Así pues, la escasez y la falta de trabajo provocaron que la idea de la emigración fuera una alternativa para que Tarzán aprovechara su fuerza natural trabajando y abriéndose camino lejos de su tierra natal. Tuvo también la posibilidad de volver a vestir un uniforme militar, no para luchar en la guerra sino para salir adelante en espera de mejores tiempos. Su destino fue Verona, ciudad internacionalmente famosa por la obra shakesperiana Romeo y Julieta, lugar perfecto para encontrar el amor y dejarse clavar las flechas de Cupido.

El arquero romántico soltó el primer flechazo en un bar de aquella célebre provincia del Véneto, que solía ser muy frecuentado por los soldados italianos. Allí trabajaba una joven toscana, Fedora, y hasta allí se desplazaba Vanda Tarrozzo, una señorita muy atractiva con marcado acento veneciano. Vanda esperaba a que su amiga acabara el turno para conversar con ella, pero una noche de luna llena, mientras aguardaba en una mesa, Fedora se sintió con espíritu de Celestina y le contó a su comadre que había un joven soldado muy apuesto que no le quitaba el ojo. Ella miró y sintió como si alguna flecha le hubiera dado en el blanco. Tarzán no se lo pensó dos veces, aquella Vanda era su Jane. Se acercó hasta su mesa, se conocieron, y las calles de Verona hicieron el resto. Cupido dio en toda la diana.

Sergio y Vanda comenzaron una relación intensa, muy pasional, un enamoramiento de esos profundos, con todos los ingredientes del mítico drama de Shakespeare. Aquí el miedo no era que los amantes fueran a morir, pero sí que se separaran, no eran tiempos en los que la tecnología atenuaba la distancia. Sergio debería volver a Massa-Carrara en poco tiempo, su esperanza era que Fedora también iba a regresar y podía con eso facilitar las cosas para que Vanda se les uniera.

En una de esas lunas llenas, la pasión acabó por concebir un nuevo Basteri. La noticia fue recibida con entusiasmo, el amor era tan intenso que cegaba cualquier obstáculo coyuntural, los amantes vivían extasiados en su nube y un hijo era un regalo de Dios, sin reparar mucho en que no estaban casados y el horizonte inmediato era incierto para ambos. Sergio, eufórico, deseaba llevar consigo a su amada para que, una vez en la Toscana, pudieran casarse y que el niño —pues el soldado estaba convencido de que sería hombre— se llamara Sergio igual que él. Por desgracia no se cumplieron ninguno de sus dos anhelos, ni fue niño ni pudo formar un hogar en su tierra. No contaba con los requiebros del destino ni con la traición de su adorada Vanda, a la que el espíritu de Julieta abandonaría más tarde de la mano de un camionero napolitano.

Cuando Sergio regresó a Castagnola las cosas no habían mejorado, por lo que su padre había tenido que emigrar a Bélgica en busca de recursos. Muchos italianos empezaban a desplazarse en masa a América del Sur, principalmente al Río de la Plata, en busca de una nueva vida lejos de las penurias de una Europa devastada por el delirio nazi.

Detrás de él llegó Vanda, que dejó su Véneto natal para buscar un futuro en la Toscana junto al hombre que amaba, una más en el hogar de los Basteri, y no llegaba sola, en su vientre traía otra futura boca más que alimentar. Se encargó de cuidar al pequeño Enzo y a sus hermanos Adua y Renato, mientras su futura suegra se la pasaba fuera de la casa vendiendo en la calle. Allí no estaba sola, aparte de su nueva familia, su amiga Fedora seguía siendo un gran apoyo.