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El amor entre Sergio y Vanda seguía siendo enorme, pero la preocupación del abuelo de Luis Miguel ante la falta de trabajo iba en aumento y afectando también al semblante de la futura mamá. El 10 de diciembre de 1946, la humilde casa de los Basteri recibió a un nuevo miembro de la familia, una hermosa niña, muy linda, de ojos claros y prominentes, que nació sana con la ayuda de una comadrona y a la que llamaron Marcella. Las oraciones en aquellos momentos pedían a la Madonna del Carmine por un futuro próspero para ese hogar y recursos con los que alimentar la enorme alegría que suponía la llegada al mundo de la pequeña Marcella. La virgen, no obstante, se iba a demorar, y sí, Ferruccio regresaría después con el suficiente dinero como para mantener su hogar, pero para entonces su hijo Sergio ya no estuvo en casa y su nieta quedó retenida en una casa de acogida de monjas.
El desenlace se forjó desde la necesidad. Los meses fueron transcurriendo y la situación fue empeorando, al punto que Sergio Basteri no vio otra salida que subirse a uno de los barcos que zarpaban de Génova con destino a Puerto Madero, en la capital argentina. Era una decisión complicada pero forzosa. Él y su cuñado Gianni Degliatorre pusieron rumbo a Sudamérica. Los planes eran encontrar trabajo allí, estabilizarse, y mandar llamar después a su hermana Carolina y a su prometida Vanda junto a la pequeña Marcella para que se reunieran con ellos en la Argentina. El joven Tarzán pensaba incluso en casarse por poderes si fuera necesario. El día de la partida fue un mar de lágrimas, atrás dejaba a su amada y a su niñita de apenas 6 meses de edad. El duro y rudo toscano no pudo evitar el llanto.
A Vanda Tarrozzo no le aplicó la letra de aquel célebre bolero que el nieto de su querido Sergio cantó tiempo después en su primer disco de Romance. Para ella la distancia sí fue el olvido, y la barca que partió ni volvió ni ella tuvo la paciencia y el coraje de ir tras de ella. Luego de la partida de Sergio, su amiga Fedora le consiguió trabajo como camarera junto a ella y la invitó a mudarse a su casa, lejos de la vigilancia de su suegra, Ida. Un camionero de Nápoles que respondía al nombre de Ciro la conquistó y convenció para que se fuera con él. En la oferta no incluía a la pequeña Marcella, por lo que una vez consumada la traición tuvo que buscar un orfanato donde dejar a su hija antes de abandonar para siempre la Toscana camino del sur. Marcella tenía un año escaso, cuando su madre la entregó a una monja en una casa de acogida de Massa-Carrara cuyo edificio todavía existía en la época de la investigación de Luis mi rey y que pude fotografiar en uno de aquellos viajes.
Las versiones que recogí en Italia señalaban a una Vanda destrozada ante la decisión que tomó, sacando a su niña de la cuna de camino al abandono. Además, presuntamente su corazón todavía palpitaba en el recuerdo del fornido padre de su hija, que hacía apenas seis meses de su partida, pero pesó más la seguridad que le ofrecía el camionero que la incertidumbre al otro lado del océano. Cuando Marcella iba a viajar a Argentina años más tarde, su abuela Ida la llevó para que Vanda se uniera a ella, pero esta se rehusó aduciendo que ya tenía más hijos. El destino acabó pagándole con la misma moneda, según pude averiguar, pues fue abandonada años más tarde por el camionero, que la dejó por otra mujer.
Para el abuelo del intérprete de “O tú o ninguna” fue un golpe muy doloroso, pues llegó a Sudamérica movido por el amor y el anhelo de sacar a los suyos adelante, fundamentalmente para buscarles un porvenir. Desde el principio trabajó muy duro con ese primer y gran objetivo de mandar llamar a su prometida y a su hija, ajeno a lo que pasaba en Italia. La cosa fue incluso más dramática, pues los Basteri descubrieron la deserción de Vanda justo cuando querían comunicarle que Sergio lo había logrado y que mandaba por ellas. Carolina Basteri fue la encargada de recibir tan excelentes noticias para unirse a su esposo Gianni viajando desde Génova junto a la prometida de su hermano y su pequeña sobrina. Ida enfureció cuando se enteró, pero era demasiado tarde. Vanda se había ido al sur, embarazada de otro hombre, y peor todavía, su nieta Marcella estaba en un orfanato. Su abuela quiso inmediatamente sacarla de allí y llevarla a su casa, pero un documento que había dejado firmado la madre lo impedía, por lo que tuvieron que conformarse con las visitas periódicas en espera de acontecimientos. Debía crecer un poco para que su padre la reclamara. Marcella Basteri permaneció bajo el cuidado de las monjas diez años, hasta que en diciembre del año 1957 pudo por fin viajar a la Argentina a reencontrarse con su padre, al que todavía no conocía, pero que según su tía Adua y su abuela Ida era muy guapo y apuesto y la quería mucho. Allí conoció también a sus tíos Carolina y Gianni, a su tío Piero, el hermano mayor que también había emigrado, y a una señora de buen corazón y muy querida que a la postre se convertiría en su madrastra y que respondía al nombre de Catalina.
Catalina Mezin era una joven viuda porteña que regentaba el hotel Broscia enfrente de la estación de Alejandro Korn, en Buenos Aires. El hotel acogía a muchos trabajadores temporales, italianos y españoles principalmente, que llegaban al Río de la Plata en busca de una nueva vida en los duros años de mediados del siglo XX. Sergio se mudó allí en 1952 desde Lanús para estar más cerca de su puesto de trabajo como albañil con el constructor Cortinovi. Después del desengaño amoroso que supuso la traición de Vanda con el camionero napolitano, le costó fijarse en otra mujer.
Con el paso del tiempo Sergio miró a Catalina cada vez con mejores ojos. Acabaron formando pareja, Cata vendió el hotel y decidieron vivir juntos en San Vicente, primero de alquiler y luego en una casa que el propio abuelo de Luis Miguel construiría. Fue en 1956, justo después de la caída de Perón. La consolidación de su relación con Catalina facilitó la llegada de Marcella, quien ya en Argentina, viviendo con su tía Carolina primero y con su padre y su madrasta después, perdió una letra en su nombre, castellanizado como Marcela, y ganó en su madre política una persona de gran apoyo. Catalina tenía sus propios hijos, pero estos ya se ganaban la vida como panaderos y decidieron independizarse, por lo que el nuevo hogar lo conformarían tan solo la pareja y más tarde la joven hija de Sergio, que llegaría a Puerto Madero con 11 años de edad y que por fin, luego de toda una década al cuidado de las monjas y al calor de su tía Adua y su abuela Ida, podía vivir en su propia casa. Recién llegada se quedó en casa de su tía Carolina en Lanús y un año después, cuando su padre acabó la nueva casa, se mudó a San Vicente.
La larga entrevista que mantuve un día entero con Catalina Mezín en su casa de San Vicente fue sin duda un gran aporte en la investigación de Luis mi rey. La casa conservaba muchos recuerdos y Catalina mantenía una gran memoria, así como cartas y otros documentos que confirmaban su estrecha relación con Marcela, que perduró hasta el momento de su desaparición en 1986. Entre sus apreciados tesoros sentimentales también había fotos y cuadros de su famoso nieto político, todo un ídolo de enorme popularidad en la Argentina, con los que posaba orgullosa para mi cámara en el mes de abril de 1996.
Marcela era una niña muy dulce y muy guapa. Se integró fácilmente, aprendió rápido el español y conforme creció fue avanzando en las manualidades de la costura y hasta era requerida para modelar en algunos desfiles gracias a la amistad que hizo con la hija del intendente Serigioli, cuya nuera era modista de alta costura. En aquella época la joven Basteri veía su futuro ligado al mundo de la moda, sin embargo sus salidas chocaron frontalmente con la mentalidad misógina del rudo Tarzán, que llevó su educación tradicional a límites extremos, lo cual provocó un duro enfrentamiento con su hermana Carolina y acabó con Marcela nuevamente de regreso a Lanús para evitar que su padre la encerrara con llave en la habitación.
Después las aguas volverían a su cauce y Marcela regresaría a la casa de su padre y de Catalina. Con 18 años era una chica muy atractiva, muy bonita de rostro y con una figura natural envidiable de formas perfectas, de complexión delgada y no muy alta, pero tremendamente fotogénica y con un ángel indudable que percibían cuantos la conocían.
La expresión de los ojos de su tía Carolina o su primo Ángel Degliatorre, por citar dos testimonios de los que mejor recuerdo referidos a esta época, hablaban sin lugar a dudas de la nostalgia del recuerdo de un ser humano extraordinario: “Marcela era una ragazza muy buena, muy bella y muy dócil de carácter”, repetían constantemente. En 1996 toda la familia argentina que entrevisté coincidía en el hecho de tener sentimientos encontrados, por una parte reconocen que cruzarse con Luisito marcó el destino de Marcela para mal en lo personal, pero al mismo tiempo de no haber sido así no hubiera nacido ese cantante del que todos se sentían tan orgullosos.
¿Cómo actuó el destino para que aquella inocente y bella argentina de origen toscano, discreta, amable y que no tenía más aspiraciones que ser costurera, acabara unida, como una gota de aceite en el agua, con el carácter volcánico de Luisito Rey y la vida nómada, desordenada y plena de vicios de los Gallego? Pues todo empezó de la mano de una familia acomodada dueña de una cadena de electrodomésticos, los Gaggiulo, donde Catalina Mezin trabajaba como empleada y cocinera. Cuando se acercaba el fin de año de 1967, le propusieron a Cata que los acompañara a su residencia veraniega tal como habían hecho en los últimos siete años, que como en el caso de miles de argentinos, se encontraba en la localidad de Mar del Plata. Después de esa estancia temporal en el sudeste de la provincia de Buenos Aires nada sería igual en la vida de la bellísima Marcela Basteri.