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El flechazo de “París”
y la falsa boda

Fue precisamente en esa época exitosa en Sudamérica, durante unas actuaciones que debía cumplir en la ciudad vacacional veraniega por antonomasia de los bonaerenses, Mar de Plata, cuando Luisito Rey conocería a una joven hija de un emigrante italiano originario de Massa-Carrara. La hizo su compañera, y puesto que ella nada tenía que ver con el medio artístico, inventó una historia. Le hizo creer a la opinión pública argentina que Marcela era lo que no era. Ella, cegada por la pasión, aun con la oposición de su padre, dejó todo y siguió los pasos del cantautor, una decisión que marcaría su trágico destino, iniciado con el encuentro casual de un español y una italiana en una ciudad costeña argentina.

Puesto que el universo ya había conspirado para que años más tarde se forjara la estrella de Luis Miguel, el día D, por decirlo de algún modo, Catalina y las tres jovencitas que la acompañaban, es decir, su nuera, la hija del intendente y su ahijada Marcela, decidieron ir a la cafetería París y no al patio de tangos, que era la otra opción posible. En los días que Marcela vivió en Italia con su familia en 1986, deprimida y muy maltratada por la vida, no dejó de pensar en más de una ocasión, como solía decir en las pláticas con su tía, qué hubiera sido de su vida si le hubiera dicho que sí a Rubén, el joven que la pretendía allá en Buenos Aires, o si aquel día no le hubieran hecho caso a Cata y hubieran ido al patio de tangos de Mar del Plata como ella quería. Pero no, su madrastra quiso cambiar de ambiente para no repetir tangos y lo que en realidad estaba haciendo era cambiando el destino de la bella Marcela, que cada vez que entraba en uno de esos locales acaparaba las miradas de todos los hombres.

La cafetería París era un local de moda en Mar del Plata por el que habían pasado consagrados artistas como Julio Iglesias, Palito Ortega, Sandro o Lola Flores, entre otros muchos. Era un edificio con dos plantas, en la superior se encontraba un casino y en la de abajo estaba la sala de café-conciertos. Ya en 1996, cuando me disponía a viajar a Mar del Plata para conocer ese local, supe que no existía más y lo que obtuve de aquel lugar fue una fotografía de la fachada del edificio que unió las vidas de Luisito y Marcela.

Cuando llegaron al local, eligieron una mesa junto al pasillo por donde subían los artistas al escenario. La mesa la ocuparon las cuatro mujeres y un bebé, el nieto de Cata. En el cartel se anunciaba la actuación ese día del cantante y guitarrista español Luisito Rey, quien en cuanto vio a Marcela, que paseaba al bebé en brazos, sufrió una súbita transformación, uno de esos flechazos de manual de guion. Después de la actuación mandó a su hermano Vicente para pedir permiso y sentarse en la mesa donde estaba aquella joven que le había dejado sin respiración y había sacado su lado más poético durante la interpretación, guitarra en mano, que acababa de ofrecer a su auditorio. La palabrería seductora de Luisito se fue clavando en el corazón de la tímida Marcela, que salió del encuentro tocada por el encanto de aquel artista delgado y bajito, de larga cabellera, que la había bombardeado con piropos.

Después de aquel encuentro ya nada sería igual para la joven toscana. Catalina no veía con buenos ojos aquel enamoramiento súbito de su ahijada, pero no pudo hacer nada para detenerlo. Luisito las invitó a una fiesta, Marcela acudió y el romance surgió de manera instantánea, dando rienda suelta a una pasión fulgurante al calor del verano de Mar del Plata. Cuando llegó la hora de regresar a San Vicente, la aprendiza de costurera enamorada esperaba un milagro, que sus mariposas en el estómago encontraran respaldo paterno, ya ella le había advertido a Luis que no iba a ser fácil ganarse a su futuro suegro, pero nada más lejos de la realidad. Ya sabía ella cómo era y pensaba su padre.

Menos todavía que Cata, Sergio mostró una oposición frontal a que su hija saliera con ese gallego que le cayó rematadamente mal desde el principio, al que le suponía una vida inestable llena de vicios y mujeres. La peor noticia, que lógicamente nadie sabía en esos instantes, es que el rudo Tarzán llevaba razón. Lo echó de su casa sin fiarse nada de aquellas promesas en un español tan raro que hasta le costaba entender. Luisito le dijo que se casaría con su hija y la haría muy feliz, de hecho falsificaría más tarde esa historia engañando a los Basteri y a toda la opinión pública haciendo creer que habían contraído matrimonio.

En todo caso, el albañil toscano no le creyó una sola palabra y las sensaciones que se desprendían de la energía de aquel hombre de aspecto enclenque no le gustaban nada. Él quería que su hija se casara con el hijo de un médico del barrio, y su madrastra veía con buenos ojos al tal Rubén, un muchacho normal y corriente, apuesto y con un provenir asegurado, que no dejaba de ir detrás de ella. Si había alguna etiqueta que desde luego a Luisito no le encajaba era la de normal y corriente, y menos aún con un porvenir asegurado. Lo único que garantizaban los Gallego con su carácter y modo de vida eran emociones fuertes. La candidez de una jovencita bonita y con la cabeza llena de sueños no sospechó que aquel no era el camino más plácido que podía tomar. El universo sin embargo, ya había conspirado para que un día sonara una portentosa voz en todo el planeta cantando precisamente a su madre una bella melodía: “Yo sé que volverás cuando amanezca…”

Luisito, llevado de la llama del amor por su bella novia, escribió una canción que derritió más todavía el corazón puro de su amada: “Marcela, mi nublado cielo tú lo alumbraste con tu sol.” Luego de su fracasado intento de empatizar con Sergio Basteri, se marchó de gira fuera de Argentina. Los Gallego probaron suerte en Lima al frente de un restaurante pero el negocio no funcionó, dejando atrás problemas en el Perú. Luego de unos meses regresó a Buenos Aires y buscó de nuevo a Marcela, prometiéndole regresar, después de ir a los Estados Unidos, para casarse con ella. Cumplió su promesa a medias. Efectivamente regresó a finales de 1968 por su musa para llevársela con él. De un día para otro la joven y bella Basteri dejó su hogar para echarse en brazos de su amado. Ni siquiera pudo despedirse de su padre, y sí lo hizo de una Catalina rota en llanto.

No necesitó mucho tiempo para empezar a descubrir el lado oculto de quien le componía canciones. La otra parte de la promesa no se iba a cumplir. En lugar de boda iba a tener un papel estelar como actriz inventada en un matrimonio imaginario. Ella se llevó una pequeña decepción, sí le hacía ilusión casarse, no quería que se repitiera la historia que su propia madre biológica había protagonizado con su padre. No le quedó otro remedio que obedecer, era lo que había hecho toda la vida, obedecer, ahora las órdenes no tenían acento italiano, sino gaditano. Los argumentos de Luisito para justificar la decisión la dejaron bastante atónita, por el lenguaje y por el tono, dejando ver un mal genio que hasta ese momento no conocía: “No necesitamos firmar ningún papel, gastar plata para que se la ganen los hijos de puta de los políticos o los curas, en el comunismo como en el fascismo los que limpian la mierda siempre son los mismos, ¡no nos hacen falta papeles para vivir juntos y tener hijos!”

La farsa se consumó y se publicó. Nadie dudó. Nadie excepto el tosco Tarzán. Las sospechas del abuelo de Luis Miguel fueron también las mías. Los Gallego me habían contado en Cádiz que la pareja sí se había casado en Buenos Aires en las postrimerías del año 1968, pero no les creí y decidí ahondar en lo que me decía el viejo toscano. Sergio llevaba razón. El presunto matrimonio nunca llegó a realizarse, y para comprobarlo tuve que desplazarme a los archivos de la parroquia de Guadalupe en el barrio bonaerense de Palermo, donde según el cantante español se había dado el “sí quiero” con su bella esposa italiana. Fue una de las muchas revelaciones y mentiras destapadas en Luis mi rey.

Había un recorte de hemeroteca que resumía por sí solo la gran milonga, estaba publicado en las páginas de Canal TV, y lo ilustraba una foto de la pareja en actitud muy romántica paseando por las calles de Buenos Aires. Marcela, tremendamente fotogénica y con un aspecto muy a la moda yeyé de la época, espectacular en su vestido estampado en flores y sus botas altas, apoyaba su cabeza en el hombro de su supuesto esposo. El artículo se titulaba “Cosa repentina”, y decía así:

Hace pocas semanas una noticia cayó como una bomba: Luisito Rey se había casado en Buenos Aires. Algunos lo creyeron, otros no. Pero Canal TV tuvo la oportunidad de confirmar esa versión durante el estreno de la película de Sandro Quiero llenarme de ti. Allí Luisito concurrió acompañado por una bella muchacha italiana que presentó a todos como “Marcela, mi señora”. Y respecto de cómo se conocieron y otros detalles, Rey contó en rueda de amigos: “Todo comenzó el último verano en Mar del Plata. Nos conocimos y al poco tiempo ya éramos algo más que amigos… Después partí de gira por Latinoamérica. La distancia nos hizo comprender muchas cosas. Nos escribíamos todos los días. A mi regreso resolvimos casarnos. Sin barullo. Como dos desconocidos. No quise que se tomara esto como algo promocional. Nos queremos y somos felices. Es todo.”

Pero no era todo. Había más. Otro buen invento con el sello inconfundible de los Gallego, otro buen embuste para hacer creer al mundo artístico de la cosmopolita Buenos Aires primero y al resto del público latino después, ya que el invento perduraría en el tiempo hasta la llegada de la familia a México en 1981: que la esposa de Luisito no era una italiana cualquiera, se trataba de una pariente directa, sobrina para más señas, de Rossana Podestà, una bellísima actriz muy famosa y de una larga trayectoria, cuyo verdadero nombre era Carla Dora Podestà. O sea, que se trataba de una joven actriz en ciernes que había decidido por el momento desoír los consejos de su tía y abandonar su carrera en Italia para formar un hogar junto a él. Eso le contaban los hermanos andaluces a todo el que los quería oír, prensa incluida. La incredulidad aparecía en el hogar de San Vicente cuando a Cata y Sergio les iban con esos chismes que habían escuchado en la televisión o leído en algún periódico o revista.

Pasarían muchos años, necesitaría Luis Miguel alcanzar la fama en Italia con su participación en el festival de San Remo del año 1985, para que le cuestionaran a Rossana Podestà en una entrevista televisiva sobre ese pariente tan guapo que pedía paso en el país de su madre de la mano de Toto Cutugno. Rossana se lo tomó con humor, dijo no saber de dónde había salido esa información, que desde luego era completamente falsa, ella no lo conocía ni lo había visto en su vida, ni a él ni a su presunta sobrina, o sea, su madre, pero que al mismo tiempo no le importaría que hubiera sido cierta, pues se trataba de un ragazzo muy atractivo que además cantaba muy bien. Curiosidades del destino, Rossana fallecería en Roma a los 79 años de edad un 10 de diciembre de 2013, precisamente el mismo día que hubiera cumplido 67 años su inventada sobrina Marcela Basteri, quien fue vista con vida la última vez precisamente en Italia, poco antes de cumplir 40 años.