11
El crédito se agotó una vez más. El disco que se había lanzado con el título de El lavaplatos tuvo una aceptación discreta y Luisito siguió haciendo de las suyas. Pude averiguar que estuvo a punto de ser detenido y enviado a la cárcel debido a la demanda por estafa por el disco que le pagaron y que nunca produjo. Para evitarlo tuvo que huir precipitadamente de México. Otro lamentable episodio con el que engordar la lista de fechorías que tuvo a aquella actriz como protagonista, quedándose sin lana y sin disco. Entonces el pequeño granuja andaluz echó mano de un conocido amigo para que le ayudara a escapar y a salir de México antes que la policía lo capturara.
La persona que lo ayudó a huir me pidió expresamente durante la elaboración de mi primer libro que no le citara en la anécdota, ya que al fin y al cabo había colaborado a que se fugase de la justicia mexicana, lo cual en su momento pudo perjudicarle a él también y a su carrera, puesto que se trataba de un personaje muy conocido. Aseguraba mi fuente haber hecho aquello por amistad y sobre todo porque le dio mucho pesar ver a Marcela y a ese niño de apenas dos añitos, que no tenían culpa ninguna del desastre y el pícaro proceder del cabeza de familia.
Con este episodio, Luisito ya era prófugo al menos de dos países, España y México, sin contar la felonía de Puerto Rico, de allí tuvo que salir igual por la puerta de atrás luego de lo que hicieron con Alfred D. Herger, pero no me constaba que hubiera también algún proceso legal de por medio. A lo anterior se sumó otra denuncia por estafa que tuvo de una empresaria colombiana que respondía al nombre de Fanny Arenas y que le provocó que lo detuvieran en el hotel donde se hospedaba. Eso fue antes de que naciera Luis Miguel, provocó una salida apresurada de Colombia, país al que dijo entonces que no regresaría jamás, temeroso de que las personas a las que perjudicó decidieran tomarse la justicia por su mano, poniendo de ese modo en peligro su integridad física.
La escena de la huida en el aeropuerto, tal como me la contó uno de sus protagonistas, en más de una ocasión por cierto, era propia de una película de humor surrealista. Imaginemos por un momento a aquel Luisito enardecido con el mal genio que le caracterizaba intentando pasar a un avión mientras un empleado no le dejaba acceder asegurando que ese señor tenía prohibida la salida del país, estaba denunciado y retenido. Así lo recordaba mi fuente, quien era capaz de reproducir la misma cara de asombro de aquel día: “Yo no me creía lo que estaba viendo, resulta que tenía que intentar entrar de manera discreta al avión y acabó armando una pelea del carajo. Me pidió que le ayudara, que dijera que el niño, o sea Micky, era mío, y eso fue lo que hice, además se había publicado hace poco el nacimiento de mi hijo, por lo que me cargué de razón, pero cuando el funcionario dijo que ese señor era Luisito Rey y que no podía salir del país, en lugar de dejarme a mí actuar se puso a gritar y a insultar, aquello era como dicen ustedes un esperpento, pensé que con ese temperamento suyo lo que iba a provocar es que llegara la policía y se lo llevara preso, por la pelea y por el intento de fuga. Lo metí empujándolo y al niño casi se lo lanzo literalmente.”
Mientras el cantautor no dejaba de gritar diciendo al empleado que él no era Luisito Rey, su amigo lo mandó callar para que le dejara hablar a él, quien en un tono más conciliador pidió que lo disculpara y le aseguraba que no era Luisito, que lo dejara pasar. El empleado no daba su brazo a torcer y para cargarse de razón señalaba a Luis Miguel como diciendo que ahí estaba su hijo, entonces fue cuando el amigo le contestó diciendo que el niño era suyo y no del pasajero, que se iba con él a pasar unas vacaciones. Puesto que él era una persona muy conocida, le dijo al señor que si no había leído los periódicos, puesto que efectivamente también era padre. Esto empezó a confundir al empleado, y mientras este discutía con el amigo, hizo una seña a Marcela, que estiró de la chaqueta de Luisito camino a la aeronave. “Yo entonces me di cuenta, mientras seguía convenciendo al tipo del aeropuerto para que dejara la cosa así, que ellos iban para adentro y se dejaban a Micky, entonces tuve que tomarlo y prácticamente casi lo lanzo hacia la puerta de embarque, hasta hice una gracia diciendo que les iba a salir piloto. Lo gracioso de la escena, mi fama y el hecho de que el señor ya dudó de si el pequeño era mío o de Luisito, hizo que entraran, la puerta se cerró y pudieron salir del país. Yo di un suspiro de alivio pero maldecía el carácter de Luisito, la verdad tenía siempre una energía muy pesada, allá por donde iba todo era un puro pedo.”
Aquel conocido personaje me contó también que el lío por presunta estafa con la actriz no era el único que tenía en México: “Luisito era un desastre, se tuvo que ir porque medio país iba detrás de él por las puras tranzas, a todo el mundo le pedía, todo lo tomaba y nada que devolvía la lana ni pagaba a nadie. La cosa era tal que a mí me pasó otra anécdota con él, me ofreció venderme una sala comedor cuando se iba a ir, y la verdad que era una sala bonita y cara y le dije que sí, pero luego resultó que me enteré que no había pagado esos muebles, que todavía los debía y lo andaban persiguiendo, entonces ahí sí lo agarré y le dije qué onda cabrón, ¿cómo me quieres vender esto si no lo has pagado? Todo con él era así, y los hermanos que andaban con él igual, a mí me daba la sensación que actuaban juntos como en manada.”
La huida de México del clan Gallego en esta ocasión era el comienzo de una caída en picada hacia la pobreza, sobreviviendo de país en país, inventando siempre el invento como ellos decían. La primera escala tras la abrupta salida de México fue Nueva York, donde intentaron sin éxito una vez más abrirse paso en el negocio de la hostelería.
Contaban los Gallego que en aquella época hubo un incidente que pudo acabar en tragedia. El pequeño Luis Miguel casi se cae desde el quinto piso del apartamento que compartían en Brooklyn. Al escuchar a su padre, que llamaba desde la calle a su tío Pepe para que bajara, el niño se acercó a la ventana, que estaba abierta, desde la que procedía la voz, ajeno al peligro. Afortunadamente la cosa quedó sólo en un tremendo susto.
Las cosas nunca arrancaron, y si ya las dificultades arreciaban, una boca más que alimentar estaba en camino. Marcela estaba nuevamente embarazada. Luisito decidió mandarla junto a su madre y el pequeño Luis Miguel a Cádiz para evitar los elevados gastos hospitalarios estadounidenses y que el parto fuera atendido por la sanidad pública española. Micky conocería a tan corta edad por vez primera tierra española y a su abuelo Rafael. Alejandro Gallego Basteri, al que toda la familia llamaría Alex desde un principio, quien años más tarde prescindiría deliberadamente de su primer apellido, nacería en agosto en el Hospital Mora de Cádiz. Después que nació Alex se regresaron a Nueva York, de aquella época, cerca del fin de año, hay otra comunicación postal de Marcela con su familia. La había dirigido a Italia, puesto que su padre se había regresado ya a Massa-Carrara, sin embargo Catalina todavía no, Catalina Mezín se trasladaría a Italia para reunirse con Sergio Basteri en febrero de 1973. El literal de aquella carta de Marcela era el siguiente:
Querido papá y todos los demás: Estoy en Nueva York, ¿cómo estáis? Nosotros y los niños estamos bien, ahora estamos en este hotel pero en un par de días regresamos a casa. Escribidme a la dirección que tenéis. ¿La Cata está con vosotros o está todavía en Argentina? Dímelo porque le he mandado una felicitación por las fiestas y no he tenido respuesta. Un beso muy grande papá y otro para la tía Adua, los niños, la abuela… Os quiero mucho a todos. Besos de vuestra hija, Marcella.
(Junto a su firma escribe de puño y letra
los nombres de Luisito, Alex y “Miki”, tal cual.)
De Nueva York acabarían mudándose a Miami sin que pasara absolutamente nada, la misma historia de siempre, un nuevo intento de grabar otro disco que acabaría sin pena ni gloria, con otro viaje clandestino a España que casi le cuesta caro porque coincidió con el atentado a Carrero Blanco, lo cual extremó la seguridad, y él, que andaba con papeles falsos, tuvo que salir huyendo rápidamente por Portugal.
En Miami se les unió Tito, quien se hacía llamar por esa época Mario Rocco, y se ganaba la vida como podía actuando en Costa Rica. Él también manejaba la técnica de las milongas y los embustes para promocionarse, y hay desde luego una nota publicada en aquella época en la revista Vanidades Continental que es otro paradigma de la fabulación más asombrosa, al punto que leída en contexto resulta hilarante. La firmó un periodista, Manuel Carvajal, que decía ser amigo del tal Mario, a la sazón hermano de Luisito Rey, en aquella nota se rumoraba que tenía un romance con Liz Taylor o Geraldine Chaplin, a las que desde luego no les habría dirigido la palabra jamás en su vida, entre otras elementales razones de sentido común, porque no hablaba ni una palabra de inglés.
Luego de no conseguir nada en el sur de la Florida, el clan decidió reunirse de nuevo en Centroamérica. Micky ya iba dando en esos primeros años muestras del portento vocal que atesoraba y además no hacía sino repetir todo el rato que iba a ser cantante como su papá. Fue por eso, según contaba su tío, que durante una actuación suya en el Hotel Colonial de Puntarenas, en Costa Rica, invitó a su hermano a subir al escenario, y que tras él arrancó Luis Miguel sorprendiendo a todo el auditorio y reclamando que quería cantar como su padre. Entonó un fragmento de “Hay un algo”, uno de los temas de Luisito que ya se sabía de memoria, y dejó atónitos a cuantos le escucharon. Tenía 4 años de edad. Mario Gallego me dio a entender en las entrevistas e innumerables conversaciones que tuve con él en enero de 1996 que la escena no había sido tan improvisada como parecía, se habían dado cuenta de las condiciones vocales y escénicas del primogénito y cómo su presencia era un reclamo tremendo en el espectáculo.
En Costa Rica el crédito escaseó nuevamente, entonces se fueron a la vecina Panamá. Desde allí los Gallego planearon regresar a uno de los pocos lugares donde creían había todavía oportunidades y no tenían el crédito amortizado. En Venezuela lo recordaban todavía de su único éxito, “Frente a una copa de vino”, y hasta allá se fueron Luisito como artista y Pepe como manager con el mismo patrón de comportamiento de siempre, incluidas unas entrevistas de presentación que ya eran una película repetida. El lunes 25 de febrero de 1975 apareció en la prensa local diciendo: “Me quedo en Caracas, me gusta el calor de aquí, y no precisamente el del sol…” Estas son otras de las respuestas que pude encontrar en la hemeroteca:
—¿Cuál es tu última composición?
—“Mi pueblo ya no es mi pueblo.”
—¿Por qué?
—Yo nací en Cádiz y estuve como diez años sin ir. No hace mucho volví a sus calles y la encontré muy cambiada, llena de automóviles y enormes edificios, la gente…
En esta época Vicente, el mediano del clan, conoció a Rosa Barbarito, una venezolana viuda de origen italiano, con la que vivió ya desde aquellos tiempos en Venezuela, según ellos mismos me dijeron, y que todavía permanecía a su lado. A Rosa también la entrevisté en la humilde casa en la que vivían de la gaditana calle Columela en enero de 1996. Con Rosa tuvo dos hijos. La encontré muy desmejorada físicamente, seguramente por la situación precaria en la que se hallaban, ella seguía los argumentos victimistas del tío de Luis Miguel en el sentido de preguntarse por qué se portaba así con ellos: “Si no te hemos hecho nada quillo…” repetía usando la jerga andaluza, reforzando la idea de lo malo que era el sobrino por permitir con todo el dinero que tenía que ellos pasaran todas esas “fatiguitas”. No me pareció su mirada la de la mala gente, solamente una mujer vencida por los duros avatares que le tocó lidiar en la vida, que rompía a llorar cada dos por tres al mostrar la situación en la que tenían que vivir y que fotografié con mi propia cámara. Era la viva imagen del resultado de convivir con la losa de la pesada energía de los Gallego.
Rosa tenía una estrecha relación con Marcela Basteri, me hubiera gustado verla nuevamente y preguntarle, mirándola a los ojos, si conocía cuál había sido el final de aquella buena mujer.