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La muerte del general Franco el 20 de noviembre de 1975 supuso un punto de inflexión en la historia de España. Fue el comienzo de la transición a la democracia y del nacimiento de la Constitución de 1978 que abrió uno de los períodos de paz y prosperidad más longevos de los últimos tiempos para todos los españoles. España salió completamente de su aislamiento político, y de la mano de su ingreso a la Unión Europea en 1986 logró un impulso de desarrollo espectacular, poniéndose a la altura en infraestructuras y calidad de vida con las potencias hegemónicas del viejo continente. El cambio político generó muchas amnistías, regreso de exiliados y nuevos tiempos para una de las naciones más antiguas de Europa. Esta coyuntura afectó también al transcurso de la biografía de Luis Miguel.
Luisito vio que era su hora. Libre, merced a la amnistía, del expediente que le reclamaba el ajuste de cuentas con la Justicia, se benefició de la coyuntura política para entrar sin reparo de nuevo en su país. Luego de una década de fracasos, de huidas constantes y de deambular por medio continente americano, creía que llegaba el momento de volver a probar fortuna en la madre patria. Su plan era mandar primero a Marcela con los hijos a Massa-Carrara, donde estaban su padre y Catalina. Luego él iría a España junto a sus hermanos.
De aquel encuentro de 1976 la familia italiana guardaba muy gratos recuerdos. Una de las primeras anécdotas fue rememorar cómo a Sergio Basteri, incluso a Catalina, que obviamente hablaban el idioma, les costaba mucho entender el español que hablaban los nietos, tanto Micky como Alex. Era un español con acento andaluz y algunas aisladas influencias latinas. También le costó un regaño a Marcela, pues su padre le recriminó no hablarles en italiano a los niños para que se fueran soltando en otra lengua.
Luis Miguel estaba muy entusiasmado con su abuelo Tarzán y fascinado con el hecho en general de que su familia italiana fuera una familia de buenos cantantes. El niño empatizaba perfectamente con su voz portentosa, y pasaba horas y horas con sus imitaciones de Elvis Presley, que siempre hizo en su infancia. El desparpajo de Micky en sus show improvisados tenía absortos a sus primos italianos. Era un niño alegre, jovial, soñador y muy activo. Y era muy gracioso, él mismo montaba la tarima del escenario subido a una mesa. Imitaba a un supuesto presentador que daba paso al rey del rock and roll. Entonces empezaba la imitación de los ademanes y la voz de Elvis con una letra en inglés completamente inventada. Algunas veces parecía que la mesa se iba a derrumbar por los movimientos del niño encima de ella. Aquello era en verdad todo un show.
Fueron días de muchas emociones. Adua Basteri y sus hijos estaban felices con aquellos invitados y con su sobrina, a la que había visto por última vez siendo una niña que partía hacia la Argentina. Poco después llegaron los Gallego, Luisito y Tito. Contaban que antes de ir a Massa-Carrara habían viajado a Roma, fue un intento de lanzar a Luisito en Italia como artista pero no fructificó. Una vez en la Toscana, la escasa empatía que había entre Sergio y el supuesto marido de su hija, quedó en un segundo plano. Los Gallego se guardaron muy bien de dar algún motivo para crear un mal ambiente, y tan bien se portaron en esos días que la primera impresión que de ellos recordaban los Basteri era buena, simpáticos, muy pendientes de los niños y de Marcela. Pensaron que ahora que se iban a estabilizar en España podrían echar raíces y se verían más a menudo. Los sueños de la familia italiana se quedarían en eso, en puros sueños.
El lustro que se venía por delante sería más de lo mismo. Un nuevo peregrinar, esta vez dentro de la Península Ibérica, para acabar en Cádiz sin dinero y con la necesidad de volver a poner la mirada en México, donde el tiempo también iba a prescribir las cuentas pendientes.
Y es que todos los intentos de despegar, todas las nuevas oportunidades que se presentaban, acababan estrellándose en el muro de la retorcida personalidad de Luis Gallego. Una de ellas fue a raíz del programa Cantares del reconocido Lauren Postigo, un andaluz de la provincia de Huelva que dio un enorme impulso al género de la canción española en la década de los 70 desde el legendario Corral de la Pacheca. Su enorme audiencia e influencia eran un trampolín para cuanto artista tenía la oportunidad de demostrar su valía en aquel tablao por donde acababan de pasar Rocío Jurado, Lola Flores o Isabel Pantoja, entre otros muchos. Luisito tuvo una noche soberbia, de esas donde afloraba su enorme talento. Su interpretación de “Soy como quiero ser”, acompañado de su guitarra, con un exacerbado histrionismo y un solo de guitarra punteado al final, levantó a todo el público de sus asientos mientras detrás del escenario salían jóvenes con enormes ramos de flores que le entregaban una a una hasta dejar todo el escenario hecho casi un jardín.
Después de aquella exitosa participación televisiva logró que el afamado crítico musical intercediera por él con la compañía Philipps, pero finalmente todo quedó en nada por las extravagancias, la escasa seriedad y la ausencia de honestidad a la hora de ejecutar los proyectos. Cuando dijo en Madrid que Picasso le había pintado un cuadro, que Frank Sinatra y Sammy Davis Jr. habían grabado sus canciones, que había rodado películas con papeles protagónicos y que había participado en el festival de la OTI, fue cuando empezó a descubrir que los ejecutivos españoles poco crédito iban a dar a un personaje tan fanfarrón como cínico.
La salida fue emigrar a Barcelona, buscar los bolos, como se dice en España, es decir, las pequeñas presentaciones en las salas de fiestas que explotaban el boom del turismo. Cataluña y las Islas Baleares eran lugares que en los meses de verano garantizaban mucho trabajo. Luisito y Tito lo convirtieron en su medio de vida. De aquellos momentos conseguí otra correspondencia de Marcela a su padre en Italia, donde le explica incluso que en el traslado de Madrid a Barcelona tuvieron que hacer dos viajes, ya que en el primero no encontraron donde quedarse y les tocó volver a la capital de España. La breve misiva decía así:
Querido papá y Cata: He llegado a Madrid hace tres días porque no hemos encontrado departamento en Barcelona, así que escribidme a la misma dirección de Madrid. Nosotros estamos muy bien, los niños van ya al colegio el próximo día 15. (…) Pepe está en Barcelona y Mario trabajando, en noviembre estará con nosotros.
Finalmente sí consiguieron un piso, según decía Vicente, fue en la avenida Roma, en pleno Ensanche barcelonés, desde donde se buscaban la vida en aquella Cataluña que retomaba su autonomía de la mano del inolvidable presidente Josep Tarradellas. Allí pasaban los días y las horas Marcela y Rosa con los niños, mientras los hombres de la casa se la pasaban fuera continuamente entregados a la vida nocturna y al trabajo, tantas veces mezclados. Recordaba que les regalaron dos perros pekineses, una hembra para Luisito y un macho para él. Según su testimonio, Luis Miguel se encariñó enormemente con aquella perrita a la que llamaron Gheisa.
La alusión de Marcela al colegio de sus hijos sirve para recordar que la educación de Luis Miguel fue muy complicada, como puede fácilmente deducirse del ritmo de vida que llevaba su familia, nunca estable en un mismo sitio. Los continuos cambios, que perduraron luego en México, unido a la precocidad de su carrera musical, impedirán que pudiera llegar muy lejos. No obstante tampoco era un estudiante brillante, esta faceta la pude documentar muy bien en Cádiz, visitando la que fue su aula durante el curso escolar 1979-1980, justo inmediatamente antes de su emigración definitiva a México en septiembre de ese año, por lo que quedó anulada su preinscripción para el curso 1980-81 en el que de no mejorar las notas se hubiera podido ver abocado a repetir curso, de hecho así consta en las anotaciones de uno de los últimos boletines de notas que se recibieron en su casa.
El Liceo Sagrado Corazón, situado en la localidad gaditana de San Fernando, donde pasó también sus últimos días el abuelo paterno de Luis Miguel, es uno de los colegios que dan fe del perfil bajo de Micky como estudiante de cuarto curso de la entonces llamada Educación General Básica en España, el equivalente a la Primaria. Su aula, que pude ver y fotografiar, era la 241. A pesar de que estaba en el curso que correspondía a su edad, suspendía todas las asignaturas excepto las Ciencias Naturales y el área de Dinámica, como consta del testimonio de los profesores y de su expediente académico. En los boletines de calificación a los que tuve acceso los profesores dejaban bien claro que el alumno demostraba una inteligencia superior a sus resultados académicos, que rendía por debajo de sus posibilidades, algo que es muy fácil de entender debido a la tremenda inestabilidad del ambiente en el que se estaba criando y su peregrinar por las aulas de diferentes ciudades, existe incluso un testimonio de su paso efímero por Ciudad Juárez, de la época en que comenzaba a cantar en público.
Ya en aquellos años, estamos en el final de la década de los 70 y principios de los 80, Marcela daba pistas de la soledad que muchas veces sufría. En otra carta que le escribe a Catalina a finales de 1978 dice textualmente:
Nos vamos a Palma a pasar las navidades, Luis ha alquilado allí pisos para cuando vaya gente, así es que si vienes tú me dices y yo te voy a buscar. Vente que estoy sola y aburrida y de paso me engordas que he rebajado otra vez, tú sabes que cuando estoy sola no como.
No habla, sin embargo, del otro sufrimiento, que confesaría después a su familia italiana. El de tener que asumir las continuas infidelidades de Luisito, su vida desordenada, nocturna, con ausencias prolongadas. Algo que fue mermando en su salud, además de su adicción al tabaco y al alcohol. Las delicias que cocinaba Catalina y su compañía eran vistas por la mamá de Luis Miguel como una vía de escape de aquella soledad. Su fama culinaria era sabida en toda la familia, al punto que llegó a emplearse como cocinera en la Marina de Massa. Cata todavía estaba en Italia. Después se regresaría a la Argentina un tanto decepcionada con Sergio, que le había prometido que se casarían en Massa-Carrara pero nunca cumplió. En el verano de 1979 tomó la decisión y se fue. Primero quiso atender la llamada de su ahijada y se marchó un tiempo a Barcelona para acompañar a Marcela, quien estaba feliz por tenerla allí pero triste porque de allí se iba a Buenos Aires, dando por fracasada definitivamente su relación con el viejo y rudo Tarzán, que según contaba seguía peleando con los patrones, por lo que no conseguía estabilidad laboral.
Marcela le contó a Catalina que la relación con su suegra Matilde no había logrado enderezarse con el paso de los años y que aquello era todo un tormento para ella. Le dijo sin embargo que la relación con su concuña Rosa era buena, pero no impedía que tuviera muchos momentos de profunda soledad. Entre las confidencias que se hicieron estuvo la de la verdadera situación de la familia, su ahijada reconoce que nunca acaba de saber bien en qué anda Luisito, que siempre están al límite, que el negocio de una sala de fiestas en Palma fracasó y que parece que los días en Barcelona se estaban acabando, que seguramente tendrán que irse al sur a la provincia de Cádiz para subsistir.
Catalina recordaba dos cosas de aquel niño inquieto: “Le gustaba mucho cantar, siempre estaba haciendo actuaciones por toda la casa, y siempre me pedía que les hiciera lasaña, no se cansaban de comer lasaña y me decían que yo hacía la mejor lasaña del mundo. Él bebía mucha agua, Marcela decía que transpiraba mucho en la noche, y se bebía una jarra entera de agua. Otra de las cosas que recuerdo de los días que viví con ellos era que a su padre le hacían mucho caso, él era muy severo con ellos, tenía un tono de decirles las cosas muy autoritario, y ellos obedecían inmediatamente, daba la sensación de que le temían, a mí personalmente no me gustaba ese trato tan estricto pero yo no podía decir nada, alguna vez se lo dije a mi ahijada por separado, pero ella no tenía valor para llevarle la contraria.”