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El “Tío Juan”:
huyendo de la pobreza

Las cosas acabaron tal y como Marcela le anticipó a su madrastra. La familia no pudo sostenerse económicamente en Barcelona y debió retroceder. Tuvieron que mudarse a Cádiz, buscando la protección de la tierra madre, replegando filas hacia sus propios orígenes como un ejército que recula en retirada hacia el búnker de su cuartel general, derrotados una vez más por una vida llena de desórdenes, por un temperamento insoportable que solapó siempre el enorme talento innato de Luisito Rey, al que el fracaso continuo de los malos negocios y sus continuos engaños lo llevaban a ese pueblo que él decía que ya no era su pueblo, pero él sí seguía siendo él.

El tío de Luis Miguel reconoció que fueron tiempos duros, de los peores que les tocó vivir hasta ese momento, habitando una muy humilde casa del barrio de La Ardila en San Fernando, muy cerca de la Tacita de plata y, según él, tenían dificultades a veces hasta para comer. De hecho su testimonio sobre la Primera Comunión que Luis Miguel tomó en el Liceo Sagrado Corazón de San Fernando el 25 de mayo de 1980 era el de la celebración de una familia pobre. Afirmaba que habían tenido que empeñar un reloj de oro, de las pocas cosas que todavía les quedaban, para pagar el traje de Comunión de un niño cuyo semblante en las fotografías de aquel día no denotaba ninguna alegría, más bien un halo de cierta melancolía en una pose inexpresiva con aquel cabello largo y lacio que caía sobre su cabeza.

El párroco que le dio la primera Eucaristía me atendió amablemente junto al altar de la iglesia en la que se celebró el sacramento aquel lejano día de primavera. Su memoria estaba intacta allá por 1996, recordaba incluso haber intercambiado quizá alguna palabra con Marcela respecto al mucho mundo que ya llevaban recorrido las criaturas, que se conocían media América.

Luisito no estaba dispuesto a aguantarse esas penurias y no tardó en hablar con su hermano Pepe para que de nuevo regresaran a América Latina fuera como fuera. Luego de hacer algunas averiguaciones, creyeron que se podía hacer algún dinero en la República Dominicana mientras se apuntaba al gran mercado latinoamericano: el mexicano. Ellos ya se habían movido con personas de confianza para comprobar que había pasado el suficiente tiempo como para regresar a México, o al menos intentarlo. Echando cabeza de los contactos que todavía quedaban de una década atrás, lo que había que hacer era encontrar a quien de entre todos ellos estuviera dispuesto y tuviera los recursos suficientes para tragarse el cuento y confiar en volver a financiar el enésimo, en este caso sí sería el último, relanzamiento de Luisito Rey en territorio azteca.

Los Gallego hicieron algún que otro intento infructuoso hasta que por fin dieron con la tecla. Pepe se puso rápidamente en contacto con su hermano para hacerle saber que ya tenían el perfil indicado. Se trataba de un español arraigado en México que lo había contratado en su primera época para actuar en el Bulerías, que se había deslumbrado con su talento y había sido testigo de cómo el público respondía entregado a sus interpretaciones. Era además un hombre de carácter bonachón y tenía el dinero. Al parecer era el hombre ideal. Su nombre era Juan Pascual Grau.

Las artes seductoras de Pepe Gallego se pusieron en marcha. Los encantadores de serpientes usaron toda la artillería a su disposición. Pepe se presentó sin avisar fingiendo un encuentro casual en el Bulerías y consiguió una cita para cenar con el empresario para contarle el interés de su hermano Luis en rememorar los éxitos de antaño, para lo cual le preguntó convenientemente si recordaba cómo el bailarín Antonio Gades había quedado absorto con el arte de Luisito.

Pepe logró cita para cenar con Juan Pascual y le contó algunas viejas milongas como la historia de Picasso y el supuesto éxito apoteósico que reflejaba la vieja reseña del New York Times, y añadió nuevas y convenientes invenciones sobre la “exitosa” gira caribeña que tenía a Luisito triunfando en República Dominicana, con llenos todas las noches en la famosa sala Maunaloa, así como de los últimos años en España, de su íntima amistad con Lauren Postigo y Encarna Sánchez, a los que agregó otros conocidos artistas, sin olvidar mencionar que vivían en Barcelona y el público catalán se le había entregado, hecho que conmovió la nostalgia de Juan, tantos años alejado ya de su Tarragona natal. Lo más chistoso de aquella cena, que tuvo lugar en El Patio, donde actuaba José José aquella noche, es que Juan contaba que pudo ver las mañas de Pepe ahí mismo, cuando fue a pagar no tenía dinero y llevaba una tarjeta que no funcionaba. Los dejaron ir porque a él sí lo conocían y lo respetaban, y dijo que al día siguiente mandaba a pagar la cuenta. El dueño de El Patio dijo que conocía al mayor de los Gallego y que tuviera mucho cuidado con él porque no era de fiar. Juan Pascual no le hizo mucho caso y restó importancia a la anécdota en ese momento.

Después de varios encuentros más y de poner sobre la mesa un documento que según él era el nuevo contrato discográfico para lanzar un nuevo disco con la EMI, para lo cual le habló de la amistad que ellos tenían con Jaime Ortiz Pino, logró convencerle para que se convirtiera en el representante y promotor de Luisito Rey en México, y primero de todo eso, en el fiador. De entrada Pepe le pidió dinero con la excusa de financiar los gastos de desplazamiento de Luisito y los trámites para llegar a México. Era el principio de un saco sin fondo en el que el rey de las paellas iría metiendo los pesos de las ganancias de sus negocios hasta descubrir la sutileza de la trampa. También era el principio del fenómeno Luis Miguel. Sin “El Tío Juan” jamás hubieran vuelto a México.

En todo el relato que me hizo el veterano restaurador había siempre un trasfondo en su mirada de resignación y satisfacción mezcladas, pues el éxito de Luis Miguel pareciera reconfortarlo y ayudarlo a olvidar todo lo que pasó. Juan Pascual Grau nació en el año 1923 en España, en la ciudad que los romanos llamaron la imperial Tarraco, uno de sus principales baluartes en Hispania, hoy convertida en la industrial Tarragona al sur de Cataluña. Emigró a México. De la mano del empresario mexicano Jorge Pasquel hizo carrera en Acapulco como jefe de meseros en el Hotel Mirador, en una edad dorada de la famosa ciudad costera de Guerrero.

A una edad muy temprana se convirtió en empresario de la hostelería, fundando Casa Juan en 1952, el tradicional restaurante de la calle Insurgentes Sur, 628, por el rumbo de Barranca del Muerto, en el que siempre me encontraba con él, tanto antes como después de la publicación de Luis mi rey, pues como con tantos otros personajes de esta historia, hubo un trato personal siempre exquisito, un poco más allá de las meras entrevistas. Recuerdo que hablaba orgulloso del sitio que era referencia de la paella en Ciudad de México, de hecho a él le llamaban “El Rey de la paella”. Según él mismo decía, su menú pretendía rendir homenaje a la cocina mexicana y española. Me hablaba del proyecto de abrir otro restaurante coincidiendo precisamente con el año de publicación de mi libro. Según he podido comprobar luego, ese restaurante debía ser el Fideua, y afortunadamente para él parece ser que el negocio siguió creciendo en los años siguientes con la apertura de nuevos locales en Ciudad de México y Cuernavaca.

Nueve años más tarde de inaugurar Casa Juan, en 1962, abrió Bulerías, la sala de espectáculos que reivindicaba y fomentaba el género español en México por el cual habían pasado muchos artistas y era frecuentado por celebridades como María Félix, Raphael o Lola Beltrán, entre los que anoté en mi cuaderno de campo. En la lista que él citaba de memoria de los que allí se habían presentado me llamaba la atención que aparte de recordar mucho las presentaciones del humorista Gila, las de Pedrito Rico o Juan Legudo, siempre incluía a Luisito Rey, prueba del escaso rencor que anidaba en su corazón.

Se le alumbraban los ojos cuando hablaba del Bulerías y las mil y una historias alrededor del medio artístico. Su discurso siempre hablaba de concordia, de paz entre los pueblos, del duende de los grandes artistas y del sabor de las largas tertulias de sobremesa o de la bohemia de las trasnochadas. Mencionaba a veteranos periodistas mexicanos de cuya amistad presumía, entre ellos Bob Logar o Enrique Castillo Pesado. Con las tertulias avanzadas, iba dando paso a rememorar el mal hacer que con él tuvieron los Gallego, aquel disgusto, aquella decepción, aquel fraude que casi lo pone de camino al otro mundo. Pero aquella víctima, pues así hay que calificar al bueno del “Tío Juan” tras el papel que acabó desempeñando, era tan buena gente que siempre le vi en capacidad de perdonar todo cuanto le sucedió por obra y cuenta del clan Gallego. Lo del tío venía dado por las instrucciones que Luisito le había dado a sus hijos, para que lo trataran como tío: “A mí me daba gusto que me dijeran tío, una vez me dijo Micky que me decían así porque su tío Pepe le había dicho que yo me estaba encargando de cuidarlos y mantenerlos y que por eso él y su hermano debían llamarme tío.”

Juan Pascual había conocido a Luisito en la primera época de este en México, a comienzo de los años 70. Se lo presentó Ricardo Liaño sin sospechar que una década después se convertiría en su tabla de salvación, una tabla con la que él mismo casi se ahoga. El 30 de julio de 1980, exactamente diez años después de aquel recibimiento que le había hecho la prensa en el aeropuerto de la Ciudad México con su supuesta esposa y su bebé, también supuestamente nacido en Nueva York, como declaró aquel día, se repetía la escena.

Su nuevo manager se encargó de prepararle un recibimiento por todo lo alto con medios de comunicación y ruido suficiente. Allí estaban en el aeropuerto para recibirlo Juan Pascual y Jaime Ortiz Pino. Luisito llegó en el vuelo 977 de Mexicana procedente de Santo Domingo. El titular que usó algún periodista era el mismo del disco que la EMI iba a poner en circulación, y que no podía ser más elocuente respecto a lo que estaba pasando: Luisito Rey “Vive y está aquí”. Una nueva oportunidad en la que participaron el ya conocido compadre Jaime Ortiz Pino en la dirección artística y Peque Rossino en los arreglos. Lo lanzarían con una canción en dueto con la cantante Arianne, pero el disco tuvo un discreto recorrido. A Jaime Ortiz lo conocían de la primera época, hay que recordar que su esposa fue la madrina en el bautizo de Luis Miguel. Jaime Ortiz Pino había pasado de la CBS a la EMI después de haber sido locutor, productor y conductor de radio y televisión en México. Poseía una voz muy peculiar, era la voz oficial de Walt Disney y la del famoso eslogan de la XEW: “XEW, la voz de la América Latina, desde México.” Jaime Ortiz falleció en Ciudad de México en enero del año 2015.

La arrogancia del pequeño cantautor no demoró en empezar a comerse con papas, como coloquialmente suele decirse, a su padrino. El ritmo de vida que le exigía era altísimo, incluido carro y chofer, con la excusa de que un artista de su categoría no podía llegar en taxi a Televisa. En el Bulerías tenía mesa propia y barra libre con whisky interminable para cuanta reunión social se le antojara, y se le antojaban muchas. Juan le pasaba una cantidad fija semanal y además de eso tenía que darle dinero a Pepe cuando se lo pedía. Un pozo sin fondo con el agravante de que no le pagaban y encima hacían galas por fuera del contrato sin reportarle un peso: “Yo hacía la vista gorda, ellos creían que no me enteraba, y me enteraba de todo, se escapaban a República Dominicana por su cuenta y un fin de año fueron a Puerto Vallarta y le pagaron 250,000 pesos.” Solamente en dinero entregado, además en moneda extranjera porque así lo exigía, Juan Pascual estima que en los aproximadamente cinco meses que lo mantuvo le entregó alrededor de 25.000 dólares mensuales, súmese a eso los gastos elevadísimos de su ritmo de vida, el chofer que le pidió, los giros cuando andaban en el extranjero, los pasajes y el dinero que le daba a Pepe. “Además no pagaba nada, primero los tuve en el hotel Vermunt, luego le puse un departamento a Luis en la colonia Nápoles y a Pepe en la del Valle, pero no pagaban ni los muebles ni el arriendo.”

De la mano de Juan Pascual la red de contactos influyentes aumentó. Como ocurrió muchas otras veces a lo largo de su carrera, de haberse dejado aconsejar y tener otra personalidad seguramente habría acabado imponiendo su talento y triunfando, pero ese no era él. Una de las muchas personas que conoció de la mano de su representante fue Mario de la Piedra, un hombre fuerte de Televisa, quien le hizo una muy buena oferta para el Marrakech, que la televisora apoyaría convenientemente en el Canal de las Estrellas. Lo que parecía una excelente noticia se convirtió en un quebranto. Juan Pascual recordaba aquella como una de las primeras discusiones con Luisito: “Se ponía como loco, gritaba, decía que no iba a aceptar aquello porque no se le pagaba lo mismo que a José José, lo cual era completamente lógico, yo traté de convencerle de que habían pasado muchos años y la gente lo había olvidado, tenía que volver a empezar y seguro que si lo hacía lograríamos muy pronto un gran éxito y de ese modo exigir un mayor caché, pero nada, él no se atenía a razones. Se volvía muy agresivo y no había nada que hacer. Era muy difícil de entender y asimilar todo aquello, hubo gente luego que me decía que a él le daba igual, que lo que le importaba era sacarme el dinero hasta donde pudiera. No sabría qué pensar, era un personaje muy conflictivo y complicado, tremendamente irresponsable, no pagaba las cuotas de la ANDA, después que yo le arreglé eso. Una vez se negó a ir a cantar en un evento benéfico que yo organicé para que figurara como que él daba una donación, que desde luego no dio, el dinero lo puse yo, lo único que tenía que hacer aquel día era cantar una canción, y no se presentó. Todo el rato se la pasaban pidiendo dinero, con excusas y con promesas. Cuando ya no sabía que más inventar y yo estaba por tirar la toalla para no perder más de lo que había perdido hasta ese momento fue cuando me vino con lo de la familia.”

Efectivamente, como él mismo recordaba, Luisito se dio cuenta que no había pasado un mes y ya había cometido bastantes despropósitos como para que su mentor dejara de financiar aquel ritmo de vida que por otro lado no le estaba reportando nada. Fue entonces cuando le puso la excusa de que no se centraba y andaba en tanta parranda porque le faltaban su esposa y sus dos hijos. Si le ayudaba y los traía a México pronto empezaría a pagarle y devolverle cuanto estaba haciendo por él. En el momento que Juan Pascual asintió debemos hacer un subrayado como uno de los momentos clave y determinantes para que Luis Miguel lograra lo que es hoy.

Tuve incluso acceso a la factura de la agencia Viajes Peral S.A. que él todavía conservaba de los boletos de Marcela Basteri y los niños Luis Miguel y Alejandro, tal como quedó publicada en Luis mi rey. Por cierto los menores figuran como Gallegos en el apellido que se ve en dicho documento, lo cual invita a pensar que Luisito seguía manejando documentación falsa en la identidad. El total de la factura era de 2,581 dólares, 1,126 costaba el de la mamá de adulto y 563 cada uno de los dos boletos de los niños.

El martes 2 de septiembre, Luis Miguel Gallego Basteri, en ese momento ya con 10 años, volvía a pisar tierra mexicana con su madre y su hermano menor. El recibimiento a Marcela fue apoteósico, digno de una celebridad, y quedó perfectamente reflejado en la hemeroteca que consulté a tales efectos. Para la prensa mexicana se trataba de hecho de una celebridad, la maquinaria propagandística de los Gallego seguía funcionando a la perfección, inventando el invento, y no había sino echar un vistazo a los titulares de prensa para comprobarlo: “Llegó la ex-actriz Marcela Bastedo”, decía el recorte, apellido errado incluido.

La presencia, fotogenia y belleza de la mamá de Luis Miguel, todavía muy atractiva a sus 34 años de entonces, ayudaba a que todos creyeran los embustes. El literal de lo que la prensa decía de aquel día en una nota publicada el 4 de septiembre de 1980 es impresionante. La densidad de mentiras del texto, de las que obviamente hay que disculpar a su redactor, llega a producir cierta hilaridad imaginando a su autor en pleno descaro ante el periodista. Este recorte en concreto fue enviado por la propia Marcela a su padre en Italia, anotando de su puño y letra en italiano, en el borde del papel, dos frases, en la primera decía “aquí se creen que soy la hermana pequeña de Rossana Podestá”, y seguidamente, en la segunda, añadió otro comentario para justificar el error en el apellido: “Papá, siempre se equivocan con nuestro apellido.” Parte del texto de la nota de Cine Mundial era este:

Fue recibida Marcela Bastedo, la esposa de Luisito Rey, que ha sido actriz, de teatro y televisión. Marcela llegó acompañada de sus hijos, Luis Miguel y Alejandro, de 10 y 7 años respectivamente. En principio sólo estarán un par de semanas en nuestro país, en las cuales se dedicará a recorrer algunos lugares de la provincia. La rubia de ojos verdes es hermana de la famosa actriz italiana Rossana Podestá. Luisito la conoció durante la estancia de ambos en Buenos Aires, posteriormente se volvieron a encontrar en Roma, donde comenzaron su noviazgo de tres meses que terminó en matrimonio, mismo que ha durado hasta la fecha, once años. “Mi mujer sigue siendo tan dulce, tierna y amorosa que no le importó dejar su carrera por mí.”

Un mariachi le dio la bienvenida al son del que fuera gran éxito de Luisito, “Frente a una copa de vino”. Ramos de flores y muchos curiosos rodeaban la escena, en la que dos niños con cara de asombro contemplaban toda la parafernalia. El mayor, que se mostraba más risueño y natural frente a las cámaras, se antojó de un sombrero charro y fue rápidamente complacido.