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Estamos en el punto de partida. Si bien, durante 1981 pasaron muchas cosas que moldearon el lanzamiento de El Sol de México, el debut público en Ciudad Juárez fue el comienzo de la vida de Luisito como manager de su propio hijo, una vida de excesos de toda índole, a los que el niño no fue ajeno. El manejo de las finanzas estuvo siempre al margen de la ley, originando problemas legales de evasión de impuestos, entre otras muchas cosas, hecho que provocaría que en el momento de alcanzar la mayoría de edad Luis Miguel cortara todo tipo de relación, profesional y afectiva, con su propio padre, dejando su carrera y su destino en manos del empresario argentino Hugo López. Pero iremos por partes para no adelantarnos a los acontecimientos.
Pepe Gallego, presumiendo siempre de que había que tener amigos hasta en el infierno, no perdió el tiempo para moverse en aquellas aguas turbulentas donde él creía que conseguirían un buen apoyo. La figura del Negro Durazo volvió a desempeñar un papel fundamental para ir abriendo puertas al futuro artista. Había que organizar aquellas veladas de bohemia que tanto gustaban al controvertido jefe de la Policía del entonces Distrito Federal, cuyo peso de influencias de toda índole en la década de los 70 y los 80 era algo que no escapaba a nadie. Gracias a él lograron tener acceso a Emilio Azcárraga Milmo, el todopoderoso presidente de Televisa, y a José López Portillo, Presidente de México de 1976 a 1982.
El propio tío de Luis Miguel reconoció que en la época de Durazo el abuso de alcohol y cocaína fue prácticamente a diario. No faltaban los chistes de quienes decían que el apodo de Negro iba más allá del tono de su piel, y se mimetizaba perfectamente con el color oscuro de la corrupción y los negocios de dudosa legalidad. Según algunos de los datos más fiables publicados al respecto, procedentes de medios serios y solventes, el Negro podría haber amasado una fortuna de unos mil millones de dólares en solo seis años, entre 1976 y 1982.
Como se dijo, los Gallego se aferraron a Durazo y a la negrura de su dinero para cuanto fuera menester, y en 1981 el menester era llevar a Luis Miguel al imperio de Televisa para que lo convirtieran en una mina de oro. No demoró en lograr una primera aparición con Mario de la Piedra. Curiosamente, una de las personas que me confesó recordar a la perfección aquel día fue alguien que no estaba en México y que lo vio por televisión. Se trataba del bueno de Alfred D. Herger que, según él mismo decía, le dio un vuelco el corazón al encontrarse de nuevo, así fuera a través de la pequeña pantalla, con quien tanto daño le ocasionó en su día, ya que fue la figura de Luisito Rey la que cautivó su atención. Cuando vio que en realidad al que estaba presentando era a su hijo, recuerda: “Yo en un primer momento pensé que era el bebé que yo había conocido en Puerto Rico, pero cuando me di cuenta que lo presentaron como mexicano, entonces se me fue esa idea de la cabeza, creí que era el otro hijo de Luisito”.
Efectivamente, como bien mencionó el prestigioso psicólogo y erudito puertorriqueño, desde un primer momento a Luis Miguel se le presentó como un mexicano nacido en el puerto de Veracruz. Su padre, dentro del entrenamiento integral al que lo venía sometiendo, le fue quitando poco a poco los restos del acento que pronunciaba el fonema de la “c” y la “z”, todavía notorio antes de su debut televisivo nacional. Los “amigos del infierno” de Pepe, siguiendo las órdenes del Negro, se encargaron de convertir a un gaditano oriundo boricua en un chilango oriundo jarocho. Su filiación veracruzana iba a durar más de una década, hasta que una de las muchas mentiras de Luisito Rey fueron desarmadas por una casualidad del destino en la que también participó Herger, como veremos. Dicen que las mentiras tienen las patas cortas, pero es evidente que algunas de las que fabricaron los Gallego perduraron demasiado con zancos en el tiempo.
Otro momento clave en mitad de los movimientos de los Gallego para lograr el lanzamiento de Luis Miguel fue la boda de Paulina López Portillo, hija del Presidente de México José López Portillo, que buscaba su propio sitio en el mundo de la música. El enlace de Paulina y Pascual Ortiz Rubio Downey (nieto del general del mismo nombre que ocupara la presidencia del país entre 1930 y 1932), que se celebró el 29 de mayo del año 1981 en el Colegio Militar, al sur de la Ciudad de México, iba a permitir que el niño se diera a conocer entre las personas más influyentes del país, pero lo que más le importaba a Luisito era que deslumbrara a David Stockling, el director general de EMI Capitol en México, presente junto a otros miembros de la disquera en aquel evento, con quienes las negociaciones ya estaban avanzadas.
La gestión fue del tío Pepe, no del padre, algo que pude contrastar durante el proceso de elaboración de Luis mi rey. No comparto la versión hecha pública por algunos parientes españoles, de que Luisito se mostrara contrario a que su hijo cantara en la boda cuando su hermano se lo dijo, es algo que está fuera de toda lógica. Si bien la gestión fue del mayor de los Gallego, la iniciativa al parecer partió del propio Durazo. Para llegar a su objetivo, el Negro contactó al mayor de los Gallego con Carmen Romano Nolk (Carmen de López Portillo), la primera dama, y le consiguieron una cita en la residencia oficial de Los Pinos con el coronel José Manuel Orozco, que era la persona que estaba encargada de la organización del evento.
Para un avezado encantador de serpientes como era José Manuel, no fue difícil “vender” a su sobrino para que la novia quedara convencida de contratarlo. Orozco le presentó a Paulina, quien le dijo que había compuesto una canción, que si el chamaco podría cantarla, a lo que Pepe supo responder convenientemente usando su labia infalible. La mera recomendación que llevaba ya de por sí le hubiera facilitado la cosa, lo mismo si su sobrino no fuera tan bueno como en realidad era, pero juró y perjuró tanto que Micky era un ángel que, según ellos mismos contaban, Paulina ahí mismo dijo que sí, que le llevaran al niño al día siguiente para conocerlo. En un momento de la reunión entró su padre, quien dio el visto bueno.
No es que Luisito no aprobara aquello, que obviamente era una excelente noticia, lo que sucedió, según me contó un testigo presencial del momento en el que se enteró, fue que al principio no creyó a su hermano. Eso de entrar en la casa y de repente decirle que al día siguiente tenía una audiencia en Los Pinos para que la hija del presidente diera el visto bueno a que Micky cantara en su boda, sonaba como una de las muchas fantasías a los que ellos mismos recurrían con tanta frecuencia. Incluso le dijo que si había bebido ya, que era temprano para hacerlo. Sin embargo Pepe fue junto a su hermano en busca de un teléfono para localizar al coronel y probar que no estaba mintiendo. La mente maquiavélica de Luisito no tardó en reaccionar. Le dijo a su hermano que debían conseguir como fuera invitaciones para los ejecutivos de la disquera EMI.
La cita en la Residencia Presidencial de Los Pinos sería un jueves a la 1 de la tarde. Allí debían estar Luisito Rey con su guitarra y su hijo para que Paulina López Portillo lo conociera y quedara completamente convencida de que era la persona ideal para su gran día. Según la versión fiable que pude obtener de los hechos, a la hija del presidente le gustó en cuanto lo vio. Era un niño güero muy guapo, se veía muy formal, estaba tímido, tenía cierto aire angelical con aquella melena lacia. Luego de preguntarle si cantaba y de intentar establecer una conversación que relajara al niño, le pidieron que cantara. Desde la primera canción, la famosa ”Malagueña salerosa“, Paulina quedó deslumbrada. Hicieron pruebas también con composiciones de la propia Paulina como ”Just“ o ”Papachi“, que al estar publicadas el jovencito se había preparado convenientemente para la cita. Ella quería que esta última fuera cantada en la boda como homenaje a su papá. Quedó no sólo convencida sino fascinada. No hizo falta más, ordenó al coronel Orozco que se encargara de todo, quería a aquel ángel en su boda sin sospechar que iba a ser un orgullo para toda la vida. Paulina López Portillo puede presumir también de ser una de las piezas claves que el destino fue poniendo en el camino para conocer al gran ídolo de masas que es Luis Miguel.
Luisito salió de allí con una idea clara en su mente, era el momento de poner toda la carne en el asador para convencer a la gente de la EMI que tenían un auténtico cañonazo de las dimensiones de Menudo, cuyo éxito arrasaba, o incluso mayor. Es curioso, sin embargo, que según la familia, la estrategia que siguió fue la de seguir demostrando que no estaba muy convencido de querer que su hijo fuera artista. Esto encajaría simplemente desde la perspectiva de querer sacar un contrato lo más beneficioso posible y no parecer que EMI le hacía un gran favor grabando al niño.
Organizaron una comida en un restaurante de la Zona Rosa de la Ciudad de México en la que Luisito y Pepe convocaron al director general de EMI México, David Stockling, al subdirector, Miguel Reyes, y al director artístico, Jaime Ortiz Pino. Llevaron a Luis Miguel. De aquella comida contaban una anécdota, al parecer el futuro artista tiró sin querer una maceta decorativa en una pecera que había en el restaurante llena de pescados. El niño, que temía las reacciones de su padre, se puso nervioso, pero fue tranquilizado, desde luego no era el momento de demostrar que había una relación autoritaria y que el muchacho no daba un paso ni decía una palabra sin pedir la aprobación de su papá.
El día del evento fue todo un éxito. Luisito, Pepe y Luis Miguel eran los invitados de la familia en una mesa de honor. El niño estaba fascinado de ver allí tanto personaje conocido, contaban que fue Cantinflas el que más le llamó la atención y que como era en realidad un niño no pudo evitar algunas actuaciones propias de un crío de 11 años, como ponerse a jugar con las cuerdas de los violines del grupo Villa Fontana.
A Micky lo dejaron para el final, después de escuchar también a la orquesta de Bebu Silvetti y de que se creara un enorme clima de expectación. Primero presentaron a su padre, y acto seguido a ese güero chamaquito con aspecto de no haber roto un plato en su vida con su camisa blanca y su pantalón azul marino. La novia dijo que tenía un regalo sorpresa para su padre y que les iba a presentar a un niño que cantaba como los ángeles. Cantó “Lágrimas” y todo el mundo quedó impresionado, pero el momento de mayor asombro fue cuando logró dar el do de pecho con la soberbia puesta en escena que hacía de “La malagueña” con la subida de tres tonos que dejaba a todos con la boca abierta. Remató con “Papachi” y la ovación cerrada emocionó a todos los asistentes, incluidos por supuesto los ejecutivos de la EMI. Había matado dos pájaros de un tiro, por un lado la enésima exhibición de la prodigiosa garganta del niño, pero a su vez la clara demostración que tenía duende delante del público, se ganaba a la gente desde el primer acorde.
Se lo dijo el propio Stockling en mitad de la apoteosis del momento: “Luisito, no me lo puedo creer, tu hijo es una bomba, esto lo comunico a Londres mañana mismo, tenemos que hacernos con la exclusiva y espero no vayas a pedir una fortuna por ello.” El comentario parecía ir en un tono distendido y jocoso, pero no se iba a equivocar, Luisito Rey iba a apretar bien las tuercas como suele decirse. La tabla en alta mar que tiempo atrás pensó podía ser su primogénito se convirtió pronto en todo un buque insignia. Fue el inicio de la relación de Luis Miguel con EMI, el primer millón de dólares, Luisito legalmente tenía derecho al 40% de las ganancias como representante pero en realidad como tutor manejaría el 100%. El segundo contrato con EMI ascendió a 4 millones de dólares y según mis fuentes en el primero con WEA la cifra subió hasta los 10 millones. Mientras tanto el muchacho tenía que pedir permiso al padre hasta para comprar un helado.
Aquel día se disiparon las dudas de la gente de EMI, porque las había, así lo reconoció el propio Jaime Ortiz Pino, él mismo las tuvo, no de las condiciones del niño, sino de que pudiera llegar a funcionar como producto. Algunos de los que acabaron dando el visto bueno al contrato lo hicieron pensando que podría ser un buen negocio pero que no pasaría de ser un fenómeno coyuntural. En dos o tres años el niño cambiaría la voz y el cuerpo, la moda de Menudo menguaría y ahí se quedaría la cosa, pero valía la pena lo que se pudiera lograr hasta ese momento. Lo que no sabía la gente de la disquera que así pensaba es que la voz iba a cambiar, sí, pero Luis Miguel seguiría triunfando y quitándoles la razón. La desgracia para estos desacertados profetas de EMI fue que lo hizo en otra empresa, Warner.
Podríamos decir que la boda de Paulina López Portillo fue el primer mini concierto como tal de Luis Miguel, la primera vez que sintió esa adrenalina de un público entregado a su arte. Las actuaciones en Ciudad Juárez de la mano del show de Andrés García fueron apenas unos meses antes, y también tenían público, pero era algo más improvisado, aquí se trataba ya de un evento en el que el protagonista era él, hasta el punto que le pidieron una interpretación de la famosa canción mexicana que tan bien se sabía y tanto había ensayado en sus diferentes casas desde que aterrizó en México en septiembre de 1980.