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La niñez de Luis Miguel se acortó por fuerza mayor: discos, giras, promociones, televisiones y películas alterarían el curso natural del crecimiento de cualquier ser humano, máxime si el que dirige las riendas del caballo dorado es el brioso Luis Rey. Antes incluso de saltar a la fama, la vida de su familia no era la más idónea para una infancia convencional. Aun así, todos cuantos lo trataron destacaban su buen carácter, siempre obediente y amable, dispuesto a llevar un vaso de agua si se le pedía, limpiar unos zapatos o hacer un recado. Jovial, alegre y dulce, su espontaneidad artística también hacía que cayera bien a todo el mundo.
A partir de los 11 años, los tiempos se distorsionaron sensiblemente. Experimentó cosas que no eran propias de su edad. Sin embargo, aparecería ocasionalmente el niño que todavía era. Como en la entrevista que le hicieron en la revista TVyNovelas en el mes de abril de 1982, a la cola del gran éxito de su primer disco. El reportaje en sí se elaboró con una intencionada atmósfera infantil en el Parque de Chapultepec, donde se entretenía con los chimpancés y comiendo golosinas: “El doctor me ha dicho que no me coma las golosinas para no engordar. Papi y mami también me dicen que para un artista joven como yo engordar es perder la galanía, pero hoy no me ven, así es que me aprovecho y me salto el régimen.”
Hubo quien notó que cuando se relajaba en exceso, todavía de vez en cuando se le podía notar en su manera de hablar un acento un tanto raro, propio de quien intencionadamente iba evolucionando su acento natural al tono mexicano. En sus respuestas no había duda de su mentalidad imberbe: “Estoy encantado, de verdad, no saben lo que les agradezco que me hayan traído aquí, ya tenía ganas de conocer Chapultepec, pero qué lástima que no esté el osito panda Tohui, pues ya tenía ganas de verlo.”
Micky decía que le gustaba patinar, que estaba muy orgulloso de las dos apariciones que ya había tenido en el programa Siempre en domingo, y fue precisamente en ese instante, cuando habló sobre su carrera profesional, sus interlocutores no dejaban de sorprenderse del contraste del discurso, ahora propio de todo un adulto. En un momento incluso se convierte en un testimonio de primera mano del propio Luis Miguel sobre el momento clave que supuso en su carrera la boda de Paulina López Portillo: “Pues papi me dijo de la importancia de que el público te acepte y de salir por televisión. Y todo esto surgió el año pasado que debuté como invitado especial en una boda ante muchos invitados, dos mil o así, mi presencia impactó a los asistentes, a raíz de esa actuación decidieron que podían proyectarme como carrera para la que desde entonces me preparé. Claro, tuve que dejar la escuela en la que estaba en quinto de primaria. Ahora lo que hago es estudiar con un tutor que va a casa dos horas al día.”
Esta es una alusión directa del cantante al desorden académico en el que se había convertido su propia trayectoria estudiantil, como ya vimos. Su último curso académico en España, el 79-80, antes de viajar a México, fue un desastre, y una vez allí no se enderezó nunca, ni en Ciudad de México ni temporalmente en Ciudad Juárez. El abandono de los estudios fue directamente proporcional al éxito. Llegó un momento que los únicos libros que leía eran las novelas de Julio Verne, que le fascinaban, y las únicas clases que en verdad atendía eran la de inglés, los idiomas le gustaban.
Luisito se convirtió en un ser omnipresente, el general quería controlar todo. Su imagen de manager implacable se manifestaba hasta con las adolescentes que perseguían a su hijo, como se comprobó claramente en un desayuno que organizó también la revista TVyNovelas. El niño llegó con toda su espontaneidad a compartir con sus fans: “¿Saben qué les digo? Hoy me levanté hambriento, así que mejor desayunamos primero, luego les doy autógrafos y platicamos, hacemos fotos y todo lo que quieran.” ¿Por qué eres tan guapo?, le preguntaron. La respuesta no deja duda que en mitad de toda la naturalidad de las respuestas tenía bien aprendida la lección, es más, sospecho que él mismo creía esa mentira sobre Rossana Podestá: “Pues porque mi mamá es muy bonita y también papi, que es ya adulto pero tiene su pegue. Una de mis tías también es muy guapa, es actriz. Pero guapo es en realidad Elvis, es uno de mis favoritos, aunque también me gustan mexicanos como José José y Marco Antonio Muñiz.”
El intercambio duró hasta que Luisito dijo basta, le inquietaba que entre tanta plática y tanta relajación fuera a decir algo que no convenía. En un momento dado le invitó a que se despidiera, él obedeció sin rechistar y abandonaron el encuentro.
En otra de las entrevistas que le programaron para la promoción, organizaron un encuentro con cinco jovencitas que se convirtieron en improvisadas reporteras. Su vocación profesional quedó clara en aquel encuentro: “¿Carrera? El canto es mi profesión. Yo quiero ser cantante toda la vida.” Una de ellas le dijo que le recordaba a Elvis Presley en la actuación que había hecho en Siempre en domingo. No iba la fan muy desencaminada, pues sin conocer el pasado infantil de su nuevo ídolo, donde pluma en mano a modo de inventado micrófono se ponía a imitar al mito de Memphis a cada rato, le había dado en el clavo. La respuesta de Luis Miguel evitó sin embargo aludir a los años que lo imitaba por todos lados, pero claro, una cosa era imitarlo delante de la familia, y otra delante de millones de mexicanos: “Pues claro, admiro mucho a Elvis, es uno de mis cantantes favoritos, guardo varios discos suyos, pero no lo imito en escena, ni siquiera me atrevería a intentarlo. Quizá el traje de cuero negro contribuyó a que me relacionaras con él. Pero esos atuendos también los usan cantantes como Tom Jones, Sandro…”
No pasaba inadvertida en algunas de estas notas la mejora de la calidad de vida en los Gallego, no sólo tenían una casa mejor, sino que también el parque automovilístico hizo el papel que tanto amaba Luis Rey, la apariencia de una vida opulenta en consonancia con la gran estrella que era su hijo como cantante y por supuesto él como manager. Para él eran lujos pero inversión también: “Dinero llama dinero, picha”, se le escuchaba decir. Esta obsesión por no reparar en gastos fue muy recurrente en los testimonios que abordé, incluidos los de los dos hermanos Gallego en tierras andaluzas. La humildad era algo que ni siquiera existía en su diccionario, y la pobreza era un motivo de sonrojo y vergüenza, que sólo se muestra al mundo cuando se está en desesperación, como ocurrió con Vicente Gallego, el tío de Luis Miguel de Cádiz que no tuvo reparos en disimular que pedía limosna ante la cámara de un paparazzi y hacer copia de una carta que certificaba que recibía ayuda de Cáritas para que comiera su familia.
En 1982, desde luego, pobreza no había ninguna, ni en el general del Pentágono ni en los soldados rasos, como podía ser el caso del propio Vicente Gallego, siempre presto al mando de su hermano para colaborar en la medida de sus posibilidades en la carrera de su sobrino, quien por cierto se encariñó mucho, como él mismo contaba, con su prima Lorena, la primera hija de Vicente y Rosa, que nació precisamente por aquella época y fue bautizada en la iglesia de Coyoacán, y que para él era la hermanita que no había tenido. Una historia muy triste por el final que aguardaría a la relación de Micky con sus primos. Cuando yo la conocí en 1996, Lorena era una jovencita, adolescente ya, muy guapa, como lo fue también su madre antes del deterioro del tiempo y las circunstancias, pero con una expresión de profunda tristeza en sus ojos, con un aire de languidez que por momentos me recordaba a esas personas que quedan en silencio permanente traumatizadas ante un shock.
Luis Miguel hablaba en una entrevista precisamente de uno de los claros síntomas de la opulencia del general del Pentágono, un Mercedes negro tipo limusina con chofer particular incluido, con teléfono, bar, cristales especiales y hasta televisión, según reportaban. Esto es lo que decía al respecto: “Cuando crezca lo voy a manejar yo, bueno, la verdad es que no sé, porque cuando salgo de cantar salgo muy cansado, así es que mejor lo maneja Elías. Lo que sí me gusta es que los vidrios de fuera son oscuros, así viajo de incógnito y nadie me reconoce, como James Bond.”
Hay que destacar que en este inicio de su carrera Luis Miguel estuvo muy cerca de la felicidad completa. Hubo momentos en los que el mundo creyó ver un sueño hecho realidad, el de una familia feliz y unida y un niño soñador que cumplía su sueño de ser cantante y que en su fuero interno le satisfacía arreglar todas las penurias de su gente. Uno de los momentos que escenifica perfectamente lo anterior fue el viaje a Disneylandia, que hubiera sido un momento de completa intimidad familiar de no ser porque el manager pensó que aquella imagen era a su vez una buena publicidad. Ya sabemos de las dotes fabuladoras y propagandísticas de Rey, en esta ocasión no había nada que fabular, sólo mostrar los momentos entrañables en el famoso parque de atracciones.
TVyNovelas recogió la visita y declaraciones de sus protagonistas. El niño estaba radiante: “Me retraté con todos los personajes, el que más me gustó fue el Capitán Garfio. Lo que más me gustó de Disneylandia fue el castillo de la Bella durmiente, parecía que de un momento a otro iba a despertar, ¡qué hermosa es!”
Cuando le comentaron que su niño disfrutaba mucho, Marcela contesto: “Sí, y yo también, no se crean, porque últimamente tengo que saborear al máximo los ratos que estoy junto a él que no son muchos.” En esa primera frase se confiesa abiertamente el temor que siempre tuvo, se atisba la soledad creciente de una madre abnegada. Luego prosiguió: “Le habíamos prometido unas vacaciones desde hacía mucho tiempo, porque el pobre al fin y al cabo es un niño y no ha tenido más que trabajo y viajes en los últimos meses. Además de eso, por si fuera poco, también está con los estudios, es una locura…”
Luisito no perdía ocasión de anunciar lo que se venía de manera inminente: “Luis Miguel es un niño muy responsable, estoy muy contento de la forma que ha respondido a toda la disciplina que le hemos impuesto de trabajo, y por eso me pareció oportuno traerlo aquí para que se olvide de sus compromisos. Le he prometido que me iba a subir a la montaña rusa con él, está loco por subir ahí. Después de estas mini vacaciones empezaremos a filmar y con el nuevo disco.” La maquinaria de la gallina de los huevos de oro no pensaba aflojar.
El nuevo disco Directo al corazón se publicó antes de finalizar ese mismo año de 1982 y confirmó el éxito de su antecesor. El disco es casi una réplica en la imagen y el estilo de las 10 nuevas canciones, la voz es la misma y se mantiene en la portada, en la que esta vez predomina el rojo anaranjado de un bello atardecer, el apodo de “Luis Miguel, un sol”, sol que aparece en el fondo de la imagen y en el visible estampado de la camisa morada que luce para la carátula. Fue igualmente distribuido en América Latina y en España. Se apostó nuevamente por los arreglos de Peque Rossino y el éxito en las composiciones de Rubén Amado y Javier Santos después del éxito que obtuvieron con “1+1 = 2 enamorados”. El único tema de Luis Rey que aparece en este disco, que él mismo produce, es precisamente el que le dedica a su madre, la vieja canción de Marcela con la que Luisito quiso seducir a la mamá de sus hijos en aquel lejano 1967 del verano argentino.
Nada en este mundo
Vale nada si no estás
Marcela.
Mi nublado cielo
Lo alumbraste con tu sol.
Palabras que escritas hoy en día adquieren un significado inmortal. Palabras que emocionan si la mente busca con nostalgia un flashback hacia el fin de año de 1982 y la bienvenida de 1983. Dos semanas transcurridas por todo lo alto al calor del sol de Colima y las hermosas playas de Manzanillo en el Pacífico mexicano. Fueron otros de esos momentos en los que la felicidad navegaba a bordo de un yate. Los Gallego eran felices emborrachándose, me sorprendía incluso la naturalidad con la que lo reconocían tanto Vicente como Pepe, las mujeres cuidaban de los niños, ellos disfrutaban de los paseos marítimos, y Micky era feliz en busca de pescados con el capitán del barco que alquilaron para pasear y pescar. Se hizo con un pequeño marlín tras una ardua persecución. Su madre lo abrazaba llena de orgullo, Marcela alumbraba completamente ese sol.
Hubo otro tipo de momentos que le tocó vivir y que le obligaron a crecer deprisa. Estos seguramente no le traerán tan buen recuerdo y mucho menos nostalgia alguna. De esos sucesos se podría hablar de cualquier cosa menos de una familia ejemplar. Vivencias a las que casi su conciencia se había acostumbrado desde que era un bebé. Ya mencioné en un capítulo anterior la teoría científica que avala la influencia que en un niño pequeño puede tener el verse sometido a un entorno y cómo este puede quedar alojado para siempre en su subconsciente. Pero por si lo de la primera infancia no era suficiente, lo que vino después, con Luis Miguel perfectamente consciente de ello, fue igual o peor.
Durante la investigación de Luis mi rey pude escuchar muchos testimonios de las dantescas fiestas en las que Luis Rey se vio involucrado, con espectáculos muy poco edificantes de alcohol, sexo y drogas. El polvo blanco rodaba por doquier. Tampoco le importaba que estuviera su pareja digamos “oficial”. Marcela no se atrevió a hablar explícitamente de ello ante su padre, madrastra y demás familia italiana, pero ellos sospecharon que cosas horribles habían pasado porque se le notaba “en la mirada, en el cuerpo y en el alma”, recuerdo una de las frases de los Basteri en Massa-Carrara. En la narración de la obra lo traté con sutileza sin dejar de obviarlo, pero después incluso de la publicación del libro, en estos 20 años ha habido testimonios que han venido a corroborar tan lamentables hechos que el cantante tuvo que sufrir sin hacer nada desde edades muy tempranas. Uno de ellos procedía de José Quintana, como veremos.
Años después, con Marcela ya ausente, la cosa iría peor, con orgías en el penthouse de Polanco, con la presencia algunas veces de reconocidas mujeres de la farándula mexicana cuyos nombres prefiero omitir, que fueron desquiciando a Luis Miguel de manera progresiva. Allí había un jacuzzi que era uno de los lugares predilectos del manager y padre de la estrella para hacer todo tipo de excentricidades sexuales.
Es muy fácil entender, una vez más, el sufrimiento de Luis Miguel y el hermetismo al que la vida lo condenó. No se puede elegir el propio destino cuando las decisiones no dependen de ti. Algunas veces se rebelaba, alzaba la voz a su padre recriminándole muchas cosas que veía y le desagradaban, como la escena que cité en Puerto Rico y que fue escuchada por un operario de sonido. Él no era ajeno al sufrimiento de su madre y al hecho de que su padre, viéndose económicamente fuerte, se estaba propasando con el abandono, cada vez mayor, de la que había sido su compañera. Ahí siempre llevaba las de perder. Su padre sacaba su vena autoritaria y El Sol tenía que seguir y callar. Hasta su mayoría de edad tuvo que ser así.
***
Brasil se iba a convertir en un país protagonista en la precocidad del hijo mayor de Luis Rey, iniciado en las artes amorosas en plena pubertad. Tenía un par de buenas historias respecto a las cosas que aquí sucedieron en la versión de la familia española, así que eché mano de mi gran amigo y hermano Tico Lacerda para poner rumbo a la capital carioca con el fin de investigar lo que allí había sucedido. No me resultaba muy difícil imaginar los encantos de las mujeres brasileñas que tanto seducían a los Gallego, de hecho yo mismo había tenido poco antes una novia de aquella nacionalidad. La sensualidad del acento portugués fue precisamente lo que tenía loco a Luisito y a su hermano Vicente, como él mismo reconoció.
Allá por donde pasaba el personaje dejaba huella, y en Río de Janeiro no fue una excepción. Localicé al que fue su anfitrión y compañero de andanzas cariocas, el cantante, compositor y productor musical Carlos Colla, cuya hospitalidad y amabilidad comprobé que estaban a la altura de todos mis amigos brasileños. Carlos no olvidaba ni mucho menos a Luisito Rey ni su apego a las noches locas de caipiriñas, cocaína y mulatas espectaculares de esas que arriendan el amor por horas o días, depende de la capacidad de la billetera. Recordaba incluso que en una de aquellas juergas locas, con una suite llena de mujeres, a Luisito, completamente enajenado como consecuencia de la ingesta de drogas y alcohol, tras un derroche de interpretación a la guitarra, completamente desnudo, a juego con la ropa del resto de mujeres allí presentes, le dio por componer una canción. Carlos la guardó, y cuando al día siguiente se echó mano al pantalón y dio con ella entró en conciencia del desmadre de su colega español. No lo podía creer.
Carlos fue recomendado a través de la disquera por sus trabajos con Roberto Carlos, al que le unía ya una larga trayectoria de colaboración musical plagada de éxitos. La misión que tenía el manager y padre del nuevo artista era que Colla se hiciera cargo de las canciones que Luis Miguel debía grabar en lengua portuguesa.
Colla recibió a Luis en el primer viaje que este hizo a Río de Janeiro con esa intención. Su primer encuentro fue en un restaurante de la famosa playa de Ipanema, no muy lejos del lugar donde otro fanático de la bohemia, Vinicius de Morais, había compuesto la famosa “Garota de Ipanema” luego de quedarse deslumbrado con una hermosa mujer que pasaba todos los días frente a él y su trago de cachaza.
De los sucesivos viajes de Luisito a la capital carioca, Colla recordaba a Luis Miguel, un niño que ya iba tomando forma de jovencito, al que acompañaba también un señor que le presentaron como hermano de Luisito: “Era el que se quedaba a cargo del niño cuando su padre estaba fuera, de eso sí me acuerdo bien. Fueron los días que estábamos con mucho trabajo y cuando acababan Luis dejaba al niño y me buscaba para hacer sus fiestas.”
Habían pasado muchos años, más de 12, pero todavía alcanzaba a evocar, cuando le pregunté, las bellezas de una joven mulata que trabajaba para la EMI y que no dejaba indiferente a nadie que visitara las oficinas del célebre barrio de Botafogo. Lo que tenía ella y no tenían las demás bellezas cariocas es que ella, según mis informaciones, rompió la virginidad de Luis Miguel. Colla recordaba el coqueteo del cantante con aquella preciosidad: “A mí me sorprendió mucho, porque lo veía más como un niño de unos 13 años, sí se le veía ya un poco desarrollado pero en mi mente era más un niño.” Una vez le llamó la atención algo que pasó en el estudio, unos ruidos que escuchó en una parte donde según la descripción estaba la batería, ahí estaba él con una joven espectacular, se reían, tenían una cara de complicidad como si algo hubiera sucedido. Todos los indicios apuntaban a que se trataba de una despampanante brasileña llamada María: “Sí me acuerdo de ella, se llamaba María, y de las travesuras que ellos hacían en el hueco de la batería. Ella creo que luego fue contratada en la Warner de Brasil.”
Intenté por todos los medios localizar a tan escultural mujer, que si los números no fallan, hoy día tendría 53 años. Lo único que sabía de ella es que se llamaba María, también tenía el apellido, sabía que era hija de padre italiano y madre brasileña, y que debía tener unos 19 años en la época que Luis Miguel viajó a Río de Janeiro. No hubo manera, Carlos apenas tenía un recuerdo de ella y en las oficinas de la EMI nadie me supo dar razón, tampoco en las de Warner. En aquel mes de mayo de 1996 ya no había rastro alguno de aquella escultural mujer, por lo que simplemente pude confrontar el recuerdo del célebre compositor acerca de un chisme que por aquellos días circulaba por Río.
A Luisito no se le había ocurrido otra cosa que iniciar a su hijo en las artes del amor de la mano de una de aquellas mujeres de sexo por encargo que él tanto frecuentaba. No tuvo reparo en comentárselo a Colla. Esta idea la compartió con Peque Rossino y la justificó en el sentido que ya era un jovencito y que en los nuevos discos habría que explotar una imagen más sensual, por lo que era bueno que fuera aprendiendo de qué iba eso del amor. Rossino se escandalizó, pero Luisito no reparó en dejar a su hijo a solas con una espectacular mujer, muy profesional, que cuando se marchó hizo un comentario irónico. La habían contratado para que fuera suave y delicada con la primera vez del muchacho y ella dejó entrever que lo había visto muy espabilado como para ser la primera vez. Eso daba pie a pensar en la versión de su tío sobre el debut amoroso de El sol, una anécdota simpática que él me contó varias veces con una sonrisa cómplice en su rostro, y era al menos bastante más romántica.
La historia de la tal María nació precisamente de ese afán mujeriego de los Gallego. El propio Vicente era el que andaba detrás de la joven carioca hasta que logró citarla en el hotel en el que se alojaban, el Othon Palace de la playa de Copacabana, cuyo personal de relaciones públicas fue muy amable y generoso conmigo para mostrarme las instalaciones y la habitación 1810 en la que sucedieron los hechos, desde la que pude fotografiar el imponente paisaje de una de las playas más famosas del mundo, con una atmósfera, una luz y un clima que invitan a cualquier fantasía amorosa.
La habitación 1810 se comunicaba con la 1812, eran las que ocupaban Luis Miguel y su tío Vicente. Éste había engalanado con un ambiente romántico la suya sin que nadie se enterara, temeroso de que su hermano, el gran general del Pentágono, se enfureciera y le recriminara su actitud como solía hacer a la menor falta. El servicio de habitaciones se había encargado de llevar discretamente unos canapés y un buen champán francés para la ceremonia introductoria a la noche de amor con la escultural María con la que el tío fantaseaba. El plan era cerrar la puerta y dejar a su sobrino que se entretuviera con la televisión mientras la música de bossa nova a un determinado volumen en la suya facilitaría las cosas. Pero nada salió como él lo había previsto.
María llegó puntual al Othon Palace en el número 3264 de la Avenida Atlántica, en primera línea de playa de la famosa Copacabana. Si nos atenemos a la memoria del tío, cuya expresión algo lasciva, que se repetía una y otra vez al rememorarla me dejaban fuera de toda duda, aquella garota debía ser todo un espectáculo de sensualidad con una camiseta escotada ajustada y una minifalda que lucía sus enormes piernas, estilizadas en ligeros tacones. No debía ser muy diferente a la que enloqueció en su día a Vinicius de Morais en la vecina Ipanema, dando pie a su inmortal melodía.
El tío incumplió su obligación de no dejar solo al cantante para bajar a recepción. Era demasiado directo proponerle a la chica subir de una vez a la habitación, por lo que invirtió un buen tiempo en el bar para dar rienda suelta a sus dotes de seductor antes de invitarla a subir. Durante todo ese tiempo había que rogar que al muchacho no le diera por cruzar de una habitación a la otra, pero según la versión de los hechos que él manejaba sí lo hizo. No encontró a su tío pero sí muchos canapés y champán. Lo que sucedió a continuación parecía más un plan premeditado que una inoportuna casualidad.
Una vez que invitó a María a subir, ya con el champán descorchado y su fantasía desbordada pensando en la que se le venía por delante, irrumpió Luis Miguel en la habitación quejándose de un fuerte dolor en el vientre y pidiendo a su tío que le consiguiera una pastilla urgentemente. Enojado ante la contrariedad que había partido en dos la magia de aquel momento, no tuvo más remedio que atender la petición. Dejó a María en la habitación y regresó más tarde con la pastilla, pero cuando entró en la habitación la mulata había desaparecido. La puerta contigua se había bloqueado, empezó a llamar con insistencia pero su sobrino no respondía. Ni por el teléfono, ni con una llave maestra, inútil cuando por dentro han echado el seguro, logró acceder a la habitación de Luis Miguel. Parecía obvio que la joven María se había mudado de cuarto y no le quedó de otra que admitir la decepción y esperar en el bar a que el jovencito apareciera. Unas dos horas después comprobaría que sus sospechas eran ciertas. Por fin se abrió la puerta, María estaba sonriente, su sobrino más todavía, el cabello de ambos aún estaba húmedo, señal inequívoca de que ambos habían pasado por la ducha, incluso se reían ante el mal humor del tío. La chica se marchó y allá se quedaron sobrino y tío, contrastando sus semblantes.
La noche de la llamada “Cidade Maravilhosa” había dejado una sonrisa infinita en el Sol de México. No había una manera más maravillosa de despertar al amor.