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La gallina de los huevos de oro no dejaba de recibir alimentación constante por parte del general del “Pentágono”, tanto desde su sede central de México como desde su sucursal europea, que pronto encontraría un nuevo filón en la tierra de la sangre que el adolescente llevaba en sus venas, su rostro y sus ojos, la tierra de los Basteri, la Italia de San Remo, de inmortales melodías, de mitos inolvidables. Sería un buen regalo para los 15 años de un ragazzo que todavía conservaba buena parte de su personalidad cándida, cariñosa, afable y traviesa. Testigos y “víctimas” de sus bromas los había por todos lados, la institutriz del rocoto, o la que encerró en un armario, o la manía de ensuciar con huevos y harina… A Luis Miguel se le veía en ese tiempo su gran sensibilidad, su amor por los animales, sus juegos con su perrita Gheisa y su llanto desconsolado el día que la mascota se perdió en la casa de las Lomas, donde por cierto se celebró su fiesta de 15 cumpleaños, que fue más pública que privada, con presencia de periodistas y de representantes de EMI, felices y satisfechos con el nuevo éxito de Palabra de honor, cuya carátula aparecería por todos lados para que los fotógrafos pudieran captarla junto al aparatoso regalo que le hicieron a Micky aquel día, una enorme batería Rolland.
La privacidad era algo que prácticamente desapareció de su vida desde que Luisito convirtió su tabla en alta mar en una mina de oro. No había celebración en la que el papá-manager no viera un motivo de publicidad, como aquellas mini vacaciones de Disneylandia, como en aquella fiesta de 15 años. Entre toda aquella algarabía, el adolescente sólo tenía por aquel entonces un lado público amable hacia la figura de su papá, incluso ante las preguntas de algunos periodistas que notaban que su ritmo de trabajo era infernal. Aquel 19 de abril de 1985 no había sino planes y más planes, la máquina a todo gas: “Pues sé que tengo una gira por la república, después otra en Italia, creo, más tarde por Sudamérica, Francia y hasta Japón me dijo papi que íbamos a ir. Trabajo, solamente trabajo.” Efectivamente viajaría al país del sol naciente con el apoyo de la EMI Toshiba para participar en el Tokyo Music Festival, que en la edición de 1984 había ganado la cantante neoyorquina ya desaparecida, Laura Branigan, cuya versión del “Gloria” de Umberto Tozzi y el “Self control” de Raf dieron una gran popularidad, y con la que casualmente un par de años después grabaría un dueto con la canción “Sin hablar”, que incluso dio pie a un chisme sobre un posible romance entre ambos. El periodista preguntó si su padre no le daba tregua, él tenía una respuesta abnegada: “Pero le debo mucho, papi es alguien muy especial.”
En 1984 se gestó la entrada de Luis Miguel en el mercado musical de la tierra de su madre. Los ejecutivos de EMI diseñaron la estrategia para abrir un nuevo horizonte donde el producto tenía un indudable potencial. Varios factores facilitaron el desarrollo de los acontecimientos, que culminaría con su participación en el más grande escaparate y rampa de lanzamiento de los talentos italianos como lo es el festival de San Remo.
Giuseppe Raimondo Vittorio Baudo, conocido como el gran presentador de televisión Pippo Baudo, se había quedado impresionado con él mucho antes. Baudo era el Raúl Velasco de la televisión italiana y su Domenica In era desde 1979 el Siempre en domingo del país transalpino. Cuando se enteró de las raíces italianas de aquel mexicano hizo todo lo posible por contactar con la disquera y su manager a fin de llevarlo a Italia.
La primera idea de la disquera fue buscar la canción del verano de 1984, una moda muy mediterránea que en Italia tenía una cita con el St. Vincent Disco Estate, “Un disco per l’estate”, era el nombre oficial, una especie de festival impulsado por la industria discográfica, organizado desde 1964, donde la radio y la televisión daban un amplio altavoz a cuanto allí se gestaba. Al frente del mismo estaba Giandomenico Ravera, conocido en el medio como Gianni Ravera, renombrado empresario y cantante que era a su vez el organizador de San Remo, por lo que el camino y los contactos que se emprendieron eran los correctos. Para entrar en el panorama musical italiano grabó una versión de la canción de Luis Gómez Escolar y Honorio Herrero, “No me puedes dejar así”, que en italiano se llamaría “Non mi devi trattar così”, y que se programó para lanzarla el 24 de mayo, a pocos meses de la cita en Saint Vincent, y como antesala de un álbum completo en italiano que retrasó su aparición una vez que se confirmó la participación de Luis Miguel en San Remo.
La elección de Toto Cutugno como compositor de la canción con la que se darían cita en el Teatro Ariston de San Remo tenía mucho fundamento, ambos se habían conocido ya en Buenos Aires, y el autor e intérprete de éxitos como “L’Italiano” o “Mía”, gozaba de un gran prestigio musical. Él ya sabía lo que era ganar en San Remo, lo hizo en 1980 con su canción “Solo noi”. Propuso dos canciones, una que se titulaba “Il Cielo” y otra “Ragazzi di Oggi”, que fue la elegida, si bien contaban que a Micky le había gustado más la primera e intentó defenderla durante las grabaciones en el Bach Studio de Milan, pero estaba muy lejos todavía de tomar las decisiones sobre su carrera. Además había otro buen feeling, Salvatore Cutugno era toscano y casualmente de la provincia de Massa-Carrara, eran paisanos. Eran buenas señales.
La lista de los que triunfaron en San Remo para quedarse consolidados en la música está repleta de mitos de la canción, la mayoría italianos, pero hubo también extranjeros que encontraron en la cita de la ciudad costera fronteriza de la Liguria occidental un trampolín perfecto para el éxito, como el propio Luis Miguel, que aparece citado en el palmarés del festival. La lista la componen, entre otros, nombres como: Domenico Modugno, Iva Zanicchi, Nicola di Bari, Andrea Bocelli, Umberto Tozzi, Mina, Lucio Dalla, Matia Bazar, José Feliciano, Ray Charles, Stevie Wonder, Madonna, Sandro, Elton John, Roberto Carlos, Eros Ramazzotti, que con su canción “Ahora tú” logró ganar en 1986, al año siguiente de la participación de Luis Miguel, Al Bano y Romina Power, que lo hicieron un año antes, en 1984, Toto Cutugno, que sería el gran valedor de El Sol de México en aquella edición de 1985, y el grupo Ricchi e Poveri, que serían a la postre los ganadores con un total de 1,506,812 votos, en dura competición con “Ragazzi di Oggi”, segundo clasificado, tema que interpretó el hijo de Marcela para enorme orgullo de toda Massa-Carrara, que lo siguió con entusiasmo, y que obtuvo un total de 843,494 votos.
La segunda posición fue recibida como ganadora. Era una victoria y una excelente carta de presentación. Luis Miguel acaparó todas las miradas del Ariston como el gran triunfador de aquella mágica noche del 10 de febrero de 1985. En un italiano por momentos algo mezclado, dio rienda suelta a la felicidad del momento ante la prensa: “Es una gran alegría para mí, es el país de mi mamá, y cantar aquí es muy importante y me llena de emoción y de orgullo. Muchas gracias a todos.”
La mayoría de las revistas italianas afirmaban que el mexicano había merecido la victoria. Rossana Manni, directora de Sorrisi e Canzoni, se volcó con él y se puso a disposición de su padre para apoyar con lo que se necesitara. La conocida Ragazza In escribió lo siguiente: “Luis Miguel ha escrito su nombre en el corazón de millones de fans. Es la verdadera revelación del festival. Una cara pulcra y maliciosa, tierna y atractiva, bien dotado vocalmente y con una canción magistralmente construida de Toto Cutugno. Con 14 años, este joven cantante ya ha obtenido media docena de discos de oro y de platino.”
Su aparición en televisión, cuya demanda luego de San Remo fue mucho mayor, lo consolidó como un personaje famoso en Italia. El momento se explotó con una gira que recorrió el verano italiano. El promotor fue el empresario Dino Vitola. Para los conciertos se contrató a una gran orquesta dirigida por Horacio Icasto, músico avalado por su trabajo con Julio Iglesias y José Luis Perales, entre otros. La popularidad fue tal que generó una curiosa anécdota que narraban los Gallego. El teléfono del domicilio mexicano fue publicado sin querer por un periodista en una revista. Esto provocó lógicamente un caos, pues las fans no dejaban de llamar preguntando por Luis Miguel, tuvieron que cambiar el número.
Fue precisamente en el programa de Pippo Baudo en el que públicamente se echó por tierra una de las más grandes y longevas mentiras que habían inventado en torno a la figura de Marcela Basteri. La pregunta a Rossana Podestá era obvia con la explosión de su “sobrino”, pero claro, ella no tuvo otra salida que tomárselo con un buen sentido del humor: “Ya, ya… Mira, pues si te digo la verdad no me importaría lo más mínimo el que fuera mi sobrino, porque es un chico que me parece muy simpático, elegante y excelente cantante, pero por desgracia no…”
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La participación de Luis Miguel en San Vincent en 1984 y la posterior en San Remo 1985, así como la posterior gira, fueron oportunidades únicas de reencontrarse con la familia italiana en la provincia de Massa-Carrara. Marcela se puso muy feliz, volvería a ver a su padre, quien conocería de paso a su nuevo nieto, el que llevaba su mismo nombre, Sergio.
La familia italiana recordaba perfectamente que aprovecharon sus compromisos en la cercana Montecatini para visitarlos y que encontraron a Marcela muy deteriorada, incluso se notaba el empeoramiento en el corto espacio de tiempo que transcurrió entre la primera y la segunda visita con pocos meses de diferencia.
La relación entre Sergio y Luisito seguía fría y distante como siempre, y esto no mejoró en Italia, al contrario. Cuando Sergio vio a su hija dedujo que su mal aspecto se debía al mal trato que le daba su supuesto marido. Él nunca disimuló su falta de aprecio hacia Luis Rey, es más, en las conversaciones que con él mantuve nunca dejó de acusarlo a él como presunto responsable del hecho de que no pudiera ver a su hija antes de morir. Estaba convencido de que Luisito y sus hermanos sabían lo que había pasado con ella.
De nada sirvió el intento de Luisito de apoyarse en la tía de Marcela, Adua, para organizar un gran banquete en el que se reuniera a todos los Basteri que vivían en la Toscana. Allí estaban Renato, Franco, Enzo y la propia Adua, todos ellos hermanos de Sergio, pero la respuesta, por elocuente, inolvidable, fue que “se fuera a la mierda”, palabras textuales que Adua recordaba a la perfección salieron de la boca de su hermano. El orgullo de Sergio era más grande que el mar de la Liguria. Él estaba feliz solo con su nieto famoso, y se lo presentaba a cuanto paisano encontraba, pero no quería saber nada de Luisito, ni de sus invitaciones, ni de su dinero. Le compraron una moto nueva de color rojo, “no sabes lo que tuvimos que insistirle para que la aceptara. Marcela decía además que pensaban comprar una casa grande allí para que viviera el babbo y de paso Luigi pudiera venir de vez en cuando a descansar, ya que es una buena zona con mar y montañas. Pero él se negó rotundamente, decía que no se iría de su casa y menos a una que comprara el papá de Luis Miguel”, me decía Adua en uno de los primeros encuentros mientras disfrutábamos una deliciosa minestrone en su casa de Massa-Carrara.
La postura de Sergio Basteri creó gran incomodidad al resto de la familia y por supuesto a su propia hija, quien se desahogaba con su tía y le pedía que recapacitara para no echar todo a perder. Para Adua, sin embargo, lo que más le alarmaba era el aspecto de su sobrina. El deterioro de Marcela era incluso visible en las fotos producidas, como las de una revista que hizo un reportaje de la familia para la Navidad de 1984, en donde se da la falsa apariencia de una familia unida, en las que es visible el desgaste y la diferencia entre la imagen de una bellísima Marcela radiante a su llegada al aeropuerto de México, en septiembre de 1980 con sus dos hijos mayores, y esta otra foto tan sólo cuatro años después en la que luce una cinta en la cabeza que no disimula su aspecto famélico: “Yo le preguntaba por qué estaba tan mal, quería sonsacarle porque ella en esos momentos al menos le quitaba importancia a las cosas, pero se veía que no estaba bien, que sufría mucho la soledad y el carácter y el comportamiento de Luisito, y además tenía una muy mala relación con su suegra Matilde que fue prácticamente desde que se conocieron. Lo peor de todo es que en la pelea que había entre ellas Luisito siempre defendía a su madre y a ella la hacía quedar mal, la humillaba. Cuando volvió después, que se escapó, fue cuando pude hablar mucho más con ella y saber del sufrimiento por el que estaba pasando. Otra de las cosas que observamos cuando estuvieron con nosotros era el trato que tenía el padre con Micky, yo se lo decía a Marcela, que no debía ser tan estricto y tan duro con el muchacho. No parecía el trato de un padre con un hijo sino el de un general con un soldado. Ella se encogía de hombros y me decía que ya sabía el temperamento que tenía.”
Los temperamentos del “general” y de Tarzán chocaron frontalmente para disgusto de Marcela, que fue la que más lo sufría. Su padre organizó una reunión en una pizzería mientras su yerno insistía en buscar el modo de reunir a toda la familia. Ninguno dio su brazo a torcer, no lograron reunirse más allá de la comida del primer día, como se observa en algunas fotografías que los Basteri conservaban, en algunas de las cuales es más que obvia la distancia entre Sergio y Luisito. En uno de aquellos desencuentros, la soberbia acabó cortando por lo sano y los Gallego decidieron irse antes de lo previsto y abandonaron la idea de invertir en una casa en el lugar, la terquedad y el carácter del babbo hacían incompatible la convivencia. Adua ponía un gesto triste cuando contaba todo eso: “Aquella vez iban a quedarse como 15 días y no estuvieron ni 3, mi sobrina se quejaba con su padre de que por su carácter lo había arruinado todo.”
Las tensiones entre padre y abuelo no impidieron que el joven Basteri, que había regresado a Massa-Carrara como toda una estrella, disfrutara de esos días, de su abuelo Tarzán, de su moto Vespa, de las salidas y los paseos en moto con sus primos, que lo veían con inmensa admiración y le recordaban la última visita de años atrás cuando era un niño y se subía a las mesas para imitar a Elvis. Parecía mentira, allí estaba su primo, tan normal y sencillo, el mismo que habían visto triunfar en televisión y que crearía una auténtica fiebre entre las jovencitas que lo aclamaron en San Remo. Sus primas Cinzia y Paula se emocionaban al evocar los buenos momentos que pasaron juntos en aquel inolvidable año.
Luis Miguel les contaba a sus primos que no se encontraba muy cómodo con la legión de fans que iban detrás de él, pues le daba miedo que en algún momento pudiera pasar algún accidente. Él decía que se habían dado casos de jovencitas que cargaban tijera en mano con la idea de cortar un mechón de su cabello, toda una temeridad. El equipo de seguridad era una de las cosas que llamaban la atención durante la gira italiana. Velaban por la integridad del cantante y su familia, a la que acompañaban dos mujeres de servicio doméstico y que al menos podían disfrutar de instalaciones como las del Gran Hotel de Rimini, uno de los más lujosos de la costa adriática.
La enorme popularidad de Luis Miguel tampoco pasó inadvertida para una mujer ya entrada en años, que hizo un descubrimiento que le encogió el corazón. Aquel jovencito del que todo el mundo hablaba era su nieto. Vanda Tarrozzo volvió a aparecer en la vida de su hija abandonada, pero el resultado fue muy frustrante para ella. Marcela no pudo perdonarla. La escena sucedió en un pueblo llamado Viareggio, en la Riviera, cerca de la Toscana, cuando acudió al hotel en busca de su hija. Habían transcurrido casi 40 años, cuatro décadas de un olvido, y otras tres de ratificar su indiferencia en la segunda oportunidad que tuvo cuando la niña iba a viajar a la Argentina. Vanda habló con Luisito y este le facilitó el encuentro con Marcela. La versión que recordaba la familia fue la de un encuentro escueto, donde la hija abandonada renegó de su madre biológica, para ella no existía más madre que Cata: “¿Mi madre? ¿Qué clase de madre abandona a su hija siendo un bebé? No es mi madre ni la abuela de Luis Miguel. Yo a usted no la conozco.” No hubo ningún tipo de reconciliación y el nombre de Vanda seguiría siendo un tabú entre los Basteri. En 1996 pude todavía percibir en los ojos de Adua la huella de desdén hacia la que consideraban culpable de aquella historia tan triste que condenó a su sobrina a muchos años de orfanato.
No estaba en los planes del menor de los Gallego darle al fisco italiano buena parte de la millonaria recaudación que se había hecho en ese país. Había que tener cuidado, un problema fiscal de Sofía Loren, que se destapó en 1982 y dio pie a un pleito que duró 40 años hasta que le dieron la razón a la célebre actriz, había sensibilizado mucho el asunto y las autoridades italianas miraban a los artistas con lupa. Alguien le aconsejó que invirtiera en un vehículo de lujo que luego podría revender, y si hay algo que se pueda mover bien de un país a otro es un automóvil, que por otra parte quedó traspasado a nombre de Marcella Basteri. Pudo ser el principio del apego de Luis Miguel con la marca Rolls Royce, para muchas de sus fans y público en general no es nada raro verlo a bordo del vehículo de esta marca por las calles de Los Ángeles con él mismo al volante. Este vehículo estuvo a punto de ser embargado cuando surgió el problema del reclamo de la Justicia de California en los primeros meses de 2017, pero finalmente pudo ser solucionado.
Su padre compró en la casa Achilli Moto de Roma un Phantom limusina, blindado y con la tapicería forrada de madera de caoba, de placas Roma M09687, una joya que perteneció a un miembro de la realeza, del que se decía sólo había otra pieza igual, perteneciente al modisto Pierre Cardin. La limusina acabó en la casa de Las Matas en Madrid, posteriormente, según la información recogida en 1996, fue a parar a una finca del torero Paco Camino, quien adoptaba una actitud agresiva si algún periodista o curioso le preguntaba por el padre de Luis Miguel.
Luego de tan abrumador éxito logrado en 1985, de convertirse en el gran orgullo italiano de los Basteri, muchos se cuestionaron el abandono posterior del mercado italiano. ¿Por qué Luis Miguel al día de hoy no tiene la popularidad que tienen otros cantantes latinos en Italia y no ha grabado más discos en italiano? La respuesta una vez más, como sucedería en el caso de España, hay que buscarla en el propio deseo del cantante de renunciar a ese mercado, y esa decisión sólo puede explicarse desde los acontecimientos que se originarían un año después, en 1986, cuando Marcela despegó de Pisa para nunca volver.