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Marcela no aguantó más, desesperada y asustada por el cariz que tomaron las peleas con Luisito, harta de la promiscuidad cada vez más intensa y descarada de su pareja, hundida por la manipulación llena de mentiras de la que era víctima, decidió huir sola de regreso a Italia donde se presentó nuevamente a finales de 1985.
El estado en el que llegó a Massa-Carrara preocupó hondamente a sus familiares. Saltaba a la vista que algo grave había pasado y a nadie le costó mucho adivinar que tenía mucho que ver con su mala relación sentimental. Llegó demacrada, con los ojos hinchados de tanto llorar y con una delgadez de talante anoréxico. Según el relato de su propio padre, al principio estaba como en estado de shock, sin atinar a contar qué había pasado. Recién llegada, se quedó en casa de una prima suya, Luisa, y se pasaba los días encerrada durmiendo sin querer ver a nadie y rompiendo a llorar de manera intermitente cada cierto tiempo. Tal como escuché de varias personas testigos de aquellos días, y luego de contrastar esos síntomas con algún conocido especialista, lo que tenía la mamá de Luis Miguel era lo más parecido a un cuadro de depresión aguda por un trastorno de estrés posttraumático.
Sólo con el paso de los días sus palabras empezaron a salir de su boca. Fue un día que, tras beber un poco del agua que le habían llevado, rompió el silencio con una exclamación: “¡Me escapé, me escapé, ya no aguantaba más!” Las palabras que pronunciaba eran desoladoras. Su situación era insostenible en México por todos lados, la humillación constante por parte de su suegra, la manipulación del padre que le provocaba enfrentamientos con sus propios hijos, su marido le era infiel de manera sistemática, la estaba amenazando para que firmara unos documentos y llegó a temer por su propia integridad física, por lo que decidió huir. No paraba de fumar y apenas comía, por mucho que la consintieran a diario con una exquisita sazón italiana como la de su tía Adua, que tuve por cierto el placer de degustar en varias ocasiones.
Lo peor, según reconocía la propia Adua Basteri, es que después de todo eso parecía que su sobrina seguía enamorada de Luis Rey: “Eso es lo que daba a entender. Al principio sólo se quejaba de su relación con su suegra pero poco a poco fuimos viendo que había más cosas, ese sufrimiento tan grande no se da sólo por la suegra, también manipulaban a Micky y a Alex para que la vieran con malos ojos y eso es lo que más le dolía.”
Marcela le confesó a su tía desde esta primera escapada que ella estaba tranquila respecto a su futuro porque tenía un as en la manga y no la podían dejar desamparada. Pero aquel as era un arma de doble filo, lo cual provocó que la preocupación creciera en los Basteri, una inquietud que se volvería aguda en las vísperas de su desaparición. El as no era otra cosa que la legítima propiedad de muchos bienes y cuentas bancarias en paraísos fiscales como Suiza, a su nombre. Luisito no tenía manera de acceder a ello si no contaba con la firma de la madre de sus hijos y la vía legal era inviable, primero porque ellos no estaban casados, lo cual imposibilitaba ningún planteamiento de sociedad conyugal de gananciales ni nada que se le pareciera, y segundo porque la propia naturaleza oculta del dinero no permitía ninguna disputa legal. La única salida era un mutuo acuerdo, y eso era lo que creía Marcela Basteri que le daba una situación de ventaja.
Precisamente por todo lo anterior, Luis Gallego no podía dormir tranquilo, y de manera compulsiva e insistente no paró de telefonear a Italia para que Marcela regresara y le perdonara. Y lo consiguió. Él era muy astuto, sabía cómo manipularla. Cuando por fin lo logró, Marcela comprobó que nada iba a cambiar, su marido ya no sólo era infiel, sino que incluso paseaba a la actriz, vedette y cantante mexicana Abril Campillo por las fiestas sociales como su pareja. Así apareció en una reunión organizada por Carlos Santana para Luis Miguel donde estaban conocidos artistas y periodistas como Lucerito, Ricardo Rocha, Dyango y Angélica María. Otra conocida actriz, Lucía Méndez, se dejó fotografiar con padre e hijo evidenciando un romance que fue vox populi en el medio artístico mexicano y que a mí me confirmaron fuentes absolutamente solventes. Lo que sí no pude confirmar y casi le cuesta un serio disgusto al tío de Luis Miguel, Vicente, fue la afirmación que hizo en 1994, cuando sobrevino el escándalo con las cenizas de Luisito Rey que detallaré en los últimos capítulos, de que su hermano le había dicho que Pedro Torres Jr., el hijo de Lucía y Pedro Torres, era en realidad hijo de Luis Miguel. Antes me lo había dicho a mí en Cádiz asegurando que su hermano le decía que ya era abuelo. A Vicente Gallego lo amenazaron con una demanda y nunca volvió a decir nada al respecto. Su credibilidad obviamente estaba muy comprometida.
Abril Campillo falleció en marzo de 2017 a los 58 años. En la época que se le veía públicamente con el papá de Luis Miguel estaba en plenitud física total, sin embargo, cuando hizo unas reveladoras declaraciones en 2016, luchaba ya contra la larga enfermedad que acabó costándole la vida. En una entrevista con el periodista Gustavo Adolfo Infante escuché algunas cosas que son muy ciertas y otras no tanto, no porque ella mintiera, que no lo hizo, sino por poner en duda todo lo que viniera de Luis Rey, lo cual la tenía confundida hasta tal punto que dudaba de la edad de Luis Miguel, creyendo que podía ser algunos años mayor: “No se ve como un hombre de 46 años”, ella creía que era mayor. Estaba equivocada, Luis Miguel solo tiene un día más de edad de lo que dice su documentación, ahí está el certificado de nacimiento, y más allá de eso la hemeroteca y las fotos del niño recién nacido y de bebé. Pero entiendo las dudas de Abril dado el pillaje permanente de los Gallego, ella confirmaba, como tantas otras fuentes, el manejo de documentación falsa por parte de la familia y los engaños que habían sido una constante en su vida: “Él tenía la filosofía de que si las mentiras se repiten tantas veces se convierten en verdades. El papá [de Luis Miguel] era un ser muy extraño, muy, muy extraño. Si él está como está es porque realmente el papá era muy extraño. Lo manipulaba en todo, el papá lo educó así porque decían tantas mentiras que se tuvo que volver muy misterioso porque cuando dices tantas mentiras te tienen que cuadrar las cosas, le quitaban la edad hasta a los perros, porque si no, no cuadraban, entonces es mejor mantenerte en ese estatus de misterio, no abres la boca y no la riegas”. Con eso último trataba de justificar el hermetismo de Micky.
Abril dijo en aquella ocasión: “Yo nunca estuve de destructora de hogares”, y efectivamente decía la verdad, al menos en el caso que nos ocupa. Cuando tuvo el romance con Luisito ella estaba convencida que la relación con Marcela estaba rota. Pero la cosa no quedó ahí, a la desaparecida actriz quien le gustaba en realidad era el hijo, no el papá, dejó claro que el fin justificaba los medios: “Para llegar a Luis Miguel en la época del papá tenías que pasar la aduana del papá. Yo recuerdo ver una vez a Isabel Lascurain, de Pandora, cómo la corrió, de tal manera que yo me asusté, me quería meter debajo de la alfombra, el tipo estaba loco. Todas las chavas que pasaban por Luis Miguel en aquella época tenían que pasar por el papá antes, y si no, pues las corría, como le pasó a Isabel. Yo entré ahí la verdad para ayudar y porque yo amaba a Luis Miguel, pero como digo, tenías que pasar aduana por el papá porque si no, no te dejaba llegar. Así de fácil. Era un hombre muy destructivo.”
En aquella entrevista, Abril reconoció tácitamente que mantuvo una relación con ambos: “Como diría Juan Gabriel, lo que se ve no se juzga”, respondió con una sonrisa pícara ante la insistencia del periodista de si había estado con el padre y con el hijo, a lo que añadió: “La gente sí sabe. Anduvimos por etapas, yo vivía 24 horas.” Es una clara confirmación de la promiscuidad y la falta de escrúpulos del papá y al mismo tiempo del infierno por el que estaba pasando Marcela Basteri. Sin embargo no quiso entrar en un asunto que por entonces desconocía, aunque pronto supo que ahí había algo muy feo encerrado, por lo que midió sus palabras con mucho cuidado: “Lo de la mamá pues es un punto de vista, es un tema muy delicado, yo pienso, con los alcances que tiene él, tanto económicos como de relaciones, tú quieres localizar a tu mami, contratas a Scotland Yard y te la buscan hasta en el Amazonas. Es un tema que no conozco, yo no tuve el gusto de conocer a la señora, no puedo opinar y es un tema muy sensible.” Lo que no creo que fuera casualidad es la alusión al encargo de una investigación, probablemente Abril Campillo sabía que efectivamente así había sido. El problema es que la mamá no estaba ni siquiera en el Amazonas, según parecía desprenderse de esa investigación.
Lo más cínico y doliente del caso, es que cuando le preguntaban al padre del cantante por su mujer, decía que ella lo había dejado por otro hombre. Marcela lo sabía, y en aquellos instantes se sentía una víctima de esa maquinaria de embustes de la que ella misma había sido testigo cuando en el camino se quedaron damnificadas personas como Herger o Juan Pascual. Era el mismo método que por tantas veces había presenciado, resignada y llena de estupor, desde el día que decidió abandonar Buenos Aires renunciando a una vida plácida en compañía de un médico, encaminándose a la vida nómada de truhanes de los Gallego. Todas esas mañas apuntaban ahora directamente hacia ella, y corría serio riesgo de enloquecer. Sus hábitos insalubres, su sufrimiento y su angustia se manifestaron de manera clara en una desesperada carta que envió a su padre después de haber aceptado las súplicas de Luisito para su regreso a México.
Le habló de la proposición del padre de sus hijos de formalizar la separación aislándola en Los Ángeles con sus dos hijos menores, mientras Micky, la gallina de los huevos de oro, lógicamente quedaría a su cargo. Con la destrucción del hogar de Montes Escandinavos, Luisito había planeado pasar temporadas en Los Ángeles, donde había adquirido una casa, desde allí pensaba buscar nuevos horizontes con la agencia de Joe Ruffalo y Bob Carvalo. Había un proyecto para que el joven cantante participara en una serie de televisión. Tenía también la otra sede del “Pentágono”, cerca de Madrid, en el Club de Golf de Las Rozas, donde estaba la limusina Rolls Royce que habían llevado desde Italia, y por último, para dar rienda suelta a su nueva soltería en México, adquirió un penthouse de la calle Monte Elbruz, en Polanco, que se convertiría en la sede del “Pentágono” más parecida a Sodoma y Gomorra que uno pudiera imaginarse a raíz de los numerosos testimonios recogidos, donde hacer y deshacer a su antojo, en la que al propio Luis Miguel no le aguardarían más que sufrimientos como testigo impotente de las fiestas desquiciantes de su padre llenas de mujeres y droga, de las que era imposible aislarse en la soledad de su recámara.
La carta de su madre a su abuelo, fechada en México el 19 de noviembre de 1985, después de su primera de dos escapadas a Italia, hablaba por sí sola:
Espero que estés bien, yo no puedo decir lo mismo, no te quiero mentir, todo va mal. Luis me ha dicho de ir a Los Ángeles con Alex y con Sergio a un apartamento solos, la idea no me gusta pero al menos puedo estar cerca de Micky. Luis y yo hemos llegado a la conclusión de ser amigos, porque no puedo soportar cosas que no son verdad, te lo juro, y no me creo lo que está pasando, es muy desagradable. No salgo, no quiero ver a nadie, estoy todo el día fumando y tomando café, no me siento bien, me siento extraña, me gustaría estar contigo. Gracias por los 16 días que he estado contigo, has hecho que no me falte de nada. La herida está abierta, haré todo lo posible por cerrarla. Soy fuerte. Esperaré. Seguro que cuando todo se descubra tengo miedo de cómo podré pensar. Los momentos que estoy pasando no se los deseo a nadie, estoy sufriendo mucho (…).
Le contaba también que el queso que le había dado se lo había comido el pequeño Sergio, le preguntaba si le había gustado la película de su nieto y le daba el teléfono del apartamento de Micky.
La prueba de que por la cabeza de Luis Gallego no rondaba el juego limpio con la madre de sus hijos la encontré a finales de aquel año de 1985 en una fiesta que el actor Andrés García organizó en Acapulco. Un testimonio directo, de fuente fiable, contrastado y con testigos, que lógicamente conservo, aseguraba que en el transcurso de aquella velada Luisito Rey pidió a un amigo íntimo, ayuda para “hacer desaparecer” a Marcela, a lo cual esta fuente le respondió de manera negativa y molesta: “Yo le dije que cómo se le ocurría esa barbaridad y esa pendejada, y Micky lo supo, yo se lo dije, él estaba ahí, fue en Acapulco a finales de año.”
Luisito logró en el poco tiempo que Marcela permaneció en México que firmara algunos documentos, pero no todos, ella tomó a su hijo pequeño y huyó nuevamente a Italia antes de verse forzada. No quería quedarse sin nada porque ya no se fiaba, con toda razón, de cual podría ser su suerte si se quedaba desprotegida, por lo que se aseguró de tener algún as en la manga y optó con ello por abandonar todo e irse nuevamente rumbo a la Toscana.
Estos son tiempos difíciles para Marcela pero también para el propio Luis Miguel, que empezó a tener serias crisis existenciales y tentaciones de tirar la toalla y abandonarlo todo. Algunas apariciones públicas, como el día de su cumpleaños número 16, están exentas de alegrías y colmadas de muchas zozobras. Su madre ya no está y en el fondo había un sentimiento de culpabilidad por creer que su carrera era la que destruyó su hogar. El destino, no obstante, impidió que las cosas acabaran así, y aunque el gran sufrimiento no había hecho sino comenzar, su carrera seguiría hacia adelante y los mejores tiempos de la misma estaban por llegar.
Luisito Rey llevaba tiempo alimentando una de sus habituales mentiras para preparar el terreno cuando le preguntaran por la madre de sus hijos. Regó el chisme de que ella lo había dejado por otro hombre, y aprovechaba cualquier evento público para repetir la mentira con ahínco, en esa técnica que tan bien apadrinaba el jefe de la propaganda nazi, Joseph Goebbels, de que una mentira convenientemente repetida acaba convirtiéndose en verdad.
En la fiesta de los premios de la revista TVyNovelas de 1986, en un evento en el Centro Libanés de la Ciudad de México, Luis Miguel acudió con su padre, quien, acompañado de Abril Campillo, fue diciendo que Marcela se había vuelto a casar y que creía que estaba en Los Ángeles. Lo dijo además con rabia, como si tuviera despecho, con rencor, insultándola incluso, pero no daba muchos detalles del supuesto nuevo marido, de quien sí insinuaba que no era trigo limpio. Como las mentiras tienen las patas muy cortas, resultó que el hombre que la familia Gallego me mencionaba en España en 1996 como el amante que había secuestrado a Marcela todavía no había aparecido en la carrera de Luis Miguel, lo haría de hecho a finales de 1986. Otra de las versiones que se regaron por el medio mexicano fue que Marcela se había ido con un señor de Milán, amigo de la infancia según unos, un duro mafioso según otros. Si lo que pretendía Luisito era crear confusión, lo consiguió con creces.
Pero al margen de la anterior reflexión, reuní pruebas de sobra de que mentía y que mientras él andaba en el citado evento en México, Marcela no estaba ni en Los Ángeles ni en Milán, mucho menos con un hombre y sí muy ajena a los chismes y los planes maquiavélicos que urdía el “general”. Ella estaba con su familia en Massa-Carrara, a donde regresó en enero con su hijo pequeño, Sergio, y en donde se iba poco a poco recuperando físicamente, comiendo mejor, fumando menos, bebiendo casi nada, recibiendo amor y consentimientos de los suyos, los Basteri. Fueron meses donde pudo volver a respirar paz y aire limpio. Dormía donde su prima Luisa, se levantaba tarde, a veces a mediodía, disfrutaba de la tranquilidad.
Adua Basteri me contó en más de una ocasión, con su esposo Cosimo por testigo, las muchas conversaciones en aquellos largos días bajo el sol de la Toscana con su sobrina: “Estábamos muy felices, ella empezó a recuperarse, era otra persona, la ropa que traía no le servía, subió de peso, se puso bonita, y soñaba con rehacer su vida, con encontrar un empleo aquí en su tierra. Yo rezaba porque pudiera encontrar otro hombre y le hiciera olvidar todo, al principio iba a ser difícil porque ella no mostraba interés alguno por los hombres, así viéramos uno muy guapo, ni se fijaba, pero con el paso del tiempo teníamos la esperanza de que pudiera encontrar a alguien.”
Su padre y su tía sabían que aún quedaban vínculos con los Gallego que eran delicados pero que tenía que mirar la forma de cortarlos: “Ella no quería hablar mucho de eso, pero sí decía que Luisito tenía que tener mucho cuidado porque si ella quería él se quedaba sin nada. A veces me preguntaba, tía, ¿qué tan lejos está Suiza? Yo le decía que no tanto, y decía que ella podía hacer y deshacer con lo que allí había. También me advertía de los malos manejos con el dinero, decía que Luis Miguel creía que tenía mucho pero cuando fuera mayor de edad se iba a dar cuenta que en la mano no tenía más que un puñado de moscas.” Aquella expresión del puñado de moscas era muy recurrente en la familia italiana cuando narraban todo aquello, lo cual era prueba inequívoca de que efectivamente aquella había sido la metáfora que eligió Marcela para contarle a los suyos que otro volcán muy potente estallaría en el momento que su hijo cumpliera 18 años y descubriera la verdad. No se equivocaba.
Estaba tranquila por su futuro porque todavía había patrimonio y cuentas a su nombre en Suiza y por ello esperaba que Luisito diera su brazo a torcer y olvidarlo para siempre. Él, desde luego, no olvidaba todo eso, y puso de nuevo en marcha un plan de acoso e insistencia para que ella regresara, en este caso a Madrid. “Luisito llamaba y llamaba, y cuando hablaba con él ella se hundía, normalmente llamaba a la hora de la cena, por la noche, ella se volvía a encerrar a llorar y salía con los ojos hinchados. Un día nos dijo que él estaba insistiendo que fuera a Madrid porque tenía que firmar algo para Luis Miguel y algo también para un papel de Sergio, la vimos dudar, no queríamos que fuera bajo ninguna circunstancia, teníamos incluso miedo después de todo ese misterio y de que incluso después que ella se fue llegara una señora toda misteriosa a Castagnola preguntando por ella, hablando muy mal y amenazando con que tuviera mucho cuidado de que Luisito le iba a cortar el cuello.”
El que más enérgicamente se oponía a que viajara era su padre, Sergio, quien le propuso que si era verdad y tenía que ir a la fuerza, al menos dejara a su hijo Sergio allí con ellos mientras volvía. El poder de convencimiento de Luisito fue mayor que la oposición de la familia italiana. La excusa era que tenía que firmar un papel para que Micky pudiera entrar en Chile, cosa que en principio ella no entendía pues su hijo había viajado desde un principio gracias a su pasaporte estadounidense a ese país sin mayores objeciones por las nulas relaciones diplomáticas entre Chile y México. No sabía por qué tenía que firmar nada, y aunque no se fiaba de Luisito, la insistencia de este la hizo dudar y decidió dar su brazo a torcer. Era el mes de agosto de 1986.
Sergio, Adua y su esposo Cosimo acompañaron a Marcela y al pequeño Sergio al aeropuerto de Pisa en aquel día caluroso y allí mismo serían otra vez testigos de la desesperante manera de hacer las cosas que tenía el ínclito cantautor andaluz. Le había dicho a Marcela que tomara un avión en Pisa, que él se encargaba de pagar el boleto, pero cuando ella llegó a la ventanilla le dijeron que nadie había pagado ningún viaje. Era el colmo, tuvo que llamarlo para que mandaran un fax con su boleto y encima él se puso impertinente y le preguntaba si es que estaba con otro hombre por las voces de fondo que escuchaba, que no eran otras que las de su padre, su tía con su esposo, incluso pasó el teléfono a Adua para que hablara con él y viera que le estaba diciendo la verdad.
Esta actitud celosa no era la primera vez que la mostraba. Su machismo recalcitrante barnizado con un tremendo cinismo me dejó en su momento y me sigue dejando dudas respecto a su naturaleza. No sé si era una actitud espontánea dado el carácter misógino del personaje, o la cosa era más perversa, intentando disimular celos para que ella pensara que todavía le importaba, y de ese modo convencerla para que emblandeciera su postura y accediera a viajar a Madrid. Mi instinto siempre me llevó más a la segunda opción, porque aquello hizo dudar a la propia familia de Marcela, como bien recordaba Adua, y sobre todo porque mantendría esos comentarios machistas mucho tiempo después de la desaparición de Marcela, lo cual induce a pensar que era una actitud impostada: “Ella yo creo que seguía enamorada de él, quería creer que a lo mejor las cosas podrían cambiar, pero a nosotros no nos daba buena vibración todo aquello. En el mismo aeropuerto ella dudaba y nos preguntaba si iba o no, mi hermano era el que menos quería, él sí decía que no, pero nosotros no sabíamos qué decirle, hasta nos hizo dudar también. Finalmente dijo que ella no tenía miedo de nada y que se iba. Cuando la oímos decir eso entonces nos entró más miedo a nosotros. Ojalá no la hubiéramos dejado jamás subir a ese avión.”
Pero sí la dejaron, y tomaron fotografías de aquel día, las últimas imágenes que quedarían para la posteridad de Marcela. Un mes más tarde, ella hizo una llamada telefónica. Adua habló con Marcela, incluso le pasó al pequeño Sergio en el auricular: “No recuerdo exactamente el día pero sí había pasado ya como un mes desde que se fue, nosotros estábamos muy preocupados y por fin llamó. Dijo que estaba con Alex y con Sergino en la casa de Madrid, y que iba a viajar a Chile a encontrarse con Micky allá. Le pedí que me pasara al pequeño al teléfono, hablé con él. De aquella conversación recuerdo perfectamente haber escuchado la voz de Luisito de fondo pidiendo a su hijo Alex que le llevara una maleta. Marcela me dijo que Alex se iba porque él y su hermano pequeño se iban a quedar con su abuela Matilde”. En la capital de España, Matilde Sánchez ocupaba otro apartamento que Luisito había comprado para sus padres.
Después de eso se esfumó. La tierra se la tragó. Desde entonces, más o menos a principios de septiembre de 1986, no hay una sola señal de vida de la mamá de Luis Miguel.