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La gran explosión:
rey muerto, rey puesto

La guerra padre-hijo no era desconocida por algunos periodistas de espectáculos. En febrero de 1988 se podía leer en un artículo en la prensa mexicana lo siguiente:

Micky me recuerda el cuento de aquel rey que tenía una hija a la que quería tanto que la protegía hasta de los rayos del sol y acabó por encerrarla en una torre del castillo rodeada de profundos fosos rebosantes de fieras y sabandijas, hasta que alguien que la amaba más llegó a rescatarla y… bueno, esa es la historia que tendrá que contarse en otra ocasión. En la historia de Luis Miguel tendrá que haber otro desenlace, porque el rey es él, aunque su señor padre lleve por el momento ese título en lugar de su verdadero apellido, y porque Luis Miguel no es tonto, tarde o temprano pondrá el remedio.

En plena guerra, de su boca salían frases que daban una pista certera sobre lo que sucedía: “Toda mi familia influyó en mi carrera y salió afectada, tengo esperanza de que todo cambie y algún día las cosas queden mejor que ahora.” No lo decía con mucha fe, más bien con un halo de resignada tristeza.

Llegó el momento en que Luis Miguel se dio cuenta que su padre no cambiaría jamás, intermediara quien intermediara, y de cómo intentaba engañarlo de manera sistemática y reiterativa. Las cosas en este sentido empeoraron cuando contrataron a una prestigiosa agencia californiana de management radicada en Los Ángeles, tras su fichaje por Warner con el sello WEA, con la intención de dar un verdadero impulso internacional a la carrera del artista, buscando a medio plazo la llegada al mercado en inglés y explotando la proyección internacional que se había dado en Italia y el mercado natural en portugués de Brasil. En el palmarés de esta agencia estaba la exitosa representación de Prince, al que manejaban desde 1979. Se trataba de Cavallo, Ruffalo & Fargnoli, propiedad de Roberto Cavallo, Joseph Ruffalo y Steve Fargnoli, quienes poco después, concretamente en 1988, serían desvinculados por el propio Prince del manejo de su carrera, lo cual dio origen a una demanda por daños y perjuicios en contra del ídolo.

El 27 de diciembre de 1986 la revista Billboard publicaba una fotografía recogiendo el acuerdo en la que aparecía el nuevo manager, Joe Ruffalo, el presidente internacional de WEA, Nesuhi Ertegun, el abogado del cantante, Peter López, el propio Luis Miguel y Luis Rey, al que no se le da más crédito en aquella reseña que el de padre.

Luisito iba a caer muy pronto en la trampa de sus propias mentiras, ignorando que su hijo tenía sus propias fuentes de información y que estas le solían contar una versión muy distinta de la suya respecto a lo que pasaba con la agencia de Cavallo y Ruffalo. Esto afectaba al manejo de la carrera y posteriormente al hecho de que Luisito señalaría al propio Ruffalo como la persona que había provocado el abandono de Marcela de su familia, una versión que todavía mantenían los hermanos Gallego en 1996.

La barrera del idioma con Ruffalo y su gente cada vez lo era menos para el hijo y más para el padre. Con la proximidad de la mayoría de edad, era ya una decisión clara y firme que había que sustituir a Luis Rey por otra persona, momento en el que se pensó en Hugo López y su inseparable Alex Mc Cluskey, ambos ya desaparecidos, si bien con el segundo si alcancé a desarrollar una buena relación profesional a raíz de Luis mi rey que incluso estuvo a punto de traducirse más tarde en otro trabajo en la época en que Alex estuvo relacionado con Maradona. Fue en el año 2002, en el transcurso de una comida a la que amablemente me invitó en el famoso penthouse de Polanco que acabó pasando a su propiedad después de la rescisión del contrato con Luis Miguel, cuando Hugo López ya había fallecido. Fue la última vez que lo vi en persona, aunque hablamos por teléfono algunas veces más.

Y a Rey muerto, rey puesto. Hugo López era un personaje muy peculiar, un empresario que salió adelante con uno de esos golpes del destino que encajaría en el guion de cualquier película. Contaba uno de sus amigos inseparables, con el que pude compartir más de un momento de agradable tertulia, que había llegado a México con apenas 60 dólares en el bolsillo en el año 1970; que cuando por fin conseguía salir adelante, la devaluación del peso de mediados de los 70 lo dejó al borde de la ruina. Estando virtualmente arruinado, decidió jugar una última baza en los casinos de Las Vegas, y ganó. Hugo era muy amante del juego. Decidió pedirle prestado un dinero a un amigo suyo, José Antonio León, y la moneda salió cara. Con lo que ganó en Nevada pudo resurgir en México. Tenía fama de ser un hombre estricto para los negocios, tenaz e infatigable, y mantenía una espina clavada en un fiasco con el brasileño Roberto Carlos.

En 1999, su viuda, la exmodelo y empresaria Lucía Miranda, lo recordaba en una entrevista para El Universal: “Mi destino fue conocer a un argentino, en México. Siempre he creído en el destino, y el mío fue conocer no uno, sino dos argentinos en México. Nunca imaginé venir a este país y mucho menos que aquí me enamoraría. En 1986 trabajaba en un programa de TV, como conductora y productora de modas. Durante el Mundial México 86 vine a realizar una serie de reportajes acerca de la participación de la mujer en el mundial. Me entrevisté con Hugo López, un argentino radicado en México desde hacía 24 años, era presidente de Televisa en Argentina, socio de Emilio Azcárraga; en ese momento Hugo me proporcionó el equipo y el personal para mi trabajo, el cual concluyó y regresé a mi país. Pero cuando la selección argentina calificó para la final me enviaron nuevamente. En esta segunda visita el flechazo se dio entre Hugo y yo, y después de un año de ir y venir nos casamos; desde entonces radico en México. Nuestra relación terminó seis años después, cuando falleció de cáncer en el colon. Hugo era una persona excepcional, con mucho carisma y muy inteligente, de él aprendí su sencillez, su trato amable con los demás y su optimismo.”

En esa época ya había contactos entre Hugo López y Luis Miguel. Es curioso que el primer roce entre Luisito Rey y Hugo López se produjo justo en la época del lanzamiento de Luis Miguel en 1981. A finales de aquel año, sobre el mes de octubre, Hugo proyectaba llevar a México al grupo de rock británico Queen. Era una apuesta fuerte en tiempos en los que este género musical no era precisamente un hit popular en tierra azteca. El mero hecho de que ninguna de las dos actuaciones previstas, Monterrey y Puebla, fuera en Ciudad de México, daba una clara pista del asunto. No obstante no le iría mal, al punto que me aseguraron que con ese dinero invirtió en la sala del hotel Continental de la capital mexicana, donde empezó a sobresalir Olga Breeskin con unas soberbias actuaciones en las que interpretaba su violín y danzaba. El hotel, que era una de las referencias de clase de México y que Marilyn Monroe había hecho famoso al elegirlo para hospedarse en los 60, sufriría más tarde los estragos del terremoto de 1985 y por eso tuvo que ser demolido.

Luisito vio el modo de sacar algún beneficio cuando se enteró de todo aquello usando sus influencias con las autoridades mexicanas para facilitar todos los trámites migratorios de los británicos. A Hugo López, que ya conocía perfectamente la reputación pilla de los Gallego, aquello no le hizo gracia. Le confesó a su gran amigo que por todo lugar que se cruzaba aquel gallego diminuto se formaba un “quilombo”, palabra textual, y desde luego razón no le faltaba. El quilombo fue casi tan instantáneo como la mala química que había entre aquel argentino y el padre de la nueva estrella musical que despuntaba en las estaciones de radio. Cuando ambos se vieron y Luisito le reclamó una comisión altísima por su diligencia, Hugo López casi lo saca de la oficina a gritos. Tuvo que intervenir más tarde un amigo común para bajar la comisión y arreglar las cosas, pero la mala química entre ambos quedaría ya para siempre.

Con todos esos antecedentes, Hugo fue muy franco con Luis Miguel y le dijo que no quería saber nada de su padre, que hasta que no tuviera la mayoría de edad no había nada que hacer. Por su parte Luisito, cuando se enteró que Hugo López era el que estaba detrás de la inminente emancipación de Luis Miguel de su yugo, entraría en ese estado de histeria y aparente enloquecimiento tan típico de su carácter.

No le quedó de otra a Luis Rey que aceptar los acontecimientos. La mayoría de edad de su hijo era una cuenta regresiva hacia un trágico final. La reunión familiar de las navidades de 1988 fue una escena prototipo de esas en las que la frialdad y la tensión del ambiente se pueden cortar con un cuchillo. Micky, su abuela paterna y su hermano Sergino, quien desde la desaparición de Marcela quedó a cargo de Matilde Sánchez, su padre y su tío Vicente compartieron por última vez en sus vidas una comida de Navidad. Alex estaba con su tío Pepe en Estados Unidos según la información que me proporcionaron en aquel momento. La versión sobre el paradero de Marcela seguía siendo la de la fuga con el amante misterioso.

La llegada de Hugo López y Alex Mc Cluskey fue recogida de manera discreta por la prensa. Luis Miguel aducía que su padre tenía problemas de salud y era mejor descargarlo de trabajo, y todavía en esos momentos decía que seguiría vinculado a él con la administración de las cuentas. No será por mucho tiempo, lo que se demoró en avanzar las auditorias que Armando Serna recomendó a los nuevos representantes entre otras muchas cosas para que quedara clara su inocencia en el manejo de las finanzas. La profecía que Marcela había hecho a su tía Adua estaba a punto de cumplirse. Cuando Luis Miguel descubriera que estaba con sus finanzas vacías, que el dinero desapareció como por arte de magia, sin duda con destino a paraísos fiscales, que tenía ante sí un tremendo problema de evasión de impuestos, y encima de eso su madre no aparecía por ningún sitio, sería cuando se produciría la gran explosión de dimensiones similares a las del Krakatoa y el Vesubio. Ésta sin embargo aconteció en el hotel Villa Magna de Madrid.

De la mano del tándem argentino y con la aportación de la agencia de Los Ángeles, Luis Miguel dio en poco tiempo un salto cualitativo al punto de leer cosas como que su madurez vino con la confección del Sinatra mexicano. La llegada de los 90, con su corte de cabello, estuvo llena de agradables sorpresas profesionales y numerosos reconocimientos como el World Music Award de Mónaco. El primer disco que hizo con Hugo López, 20 años, vendió 600,000 copias en su primera semana de distribución. A eso había que sumar los diez discos de oro por superar el millón de copias vendidas de Un hombre busca a una mujer (en su 19 cumpleaños le entregaron los cinco primeros discos de oro por esa producción). En 1992, con motivo de las olimpiadas de Barcelona, fue el único artista latino invitado para el proyecto Barcelona Gold. Estableció un récord de asistencia en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México llenándolo diez noches consecutivas con un aforo total para 100,000 personas. Fue el primer latino en presentarse en el salón Circus Maximus del Caesar’s Palace de Las Vegas, ciudad en la que coincidiría nuevamente con su “tío” Marco Antonio Muñiz, que se presentaba en el Tropicana.

El salto cualitativo con los boleros es algo que se gestó en esta época y que al principio tenía al propio cantante muy reticente. Lo que se hizo fue probar en algunas presentaciones para ver la reacción del público. En una de ellas, muy especial, estuvo presente Marco Antonio Muñiz, fue en el hotel Fiesta Palace de la Ciudad de México. Él recordaba que Hugo se había puesto en contacto con su manager Rubén Fuentes para avisarle que estaba pensando con Mc Cluskey probarlo con música romántica anterior a su edad, para lo cual le pidió que le ayudara con la colaboración del trío de Fernando Becerra. Lo que vio aquella noche lo dejó maravillado, la interpretación de “No me platiques más” y la “Historia de un amor” fue mágica y mostraba un tremendo potencial y un terreno por explorar muy grande. El resultado del experimento fue la aparición en noviembre de 1991 de Romance, el primer disco de boleros, en el que colaboraron entre otros Armando Manzanero y Bebu Silvetti. La consecuencia de esa decisión es conocida del gran público, numerosos discos de platino en México, Chile y Argentina, oro en otros tantos países, un éxito sin precedentes y un punto de inflexión en su carrera que llevaría su música a ser escuchada en países tan exóticos y lejanos como Japón, Taiwán, Indonesia, Thailandia, Corea, Malasia, Singapur, Hong Kong, Filipinas, Arabia Saudita, Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Turquía o en mercados europeos tan dispares como los de Finlandia, Dinamarca, Holanda, Bélgica, Francia y Grecia.

Con aquel futuro profesional impresionante, el joven Luis Miguel debía encarar un trago amargo en los calurosos días del verano de 1989 en la capital de España. Las noticias que tenía sobre el paradero de su madre eran confusas, y su situación legal y financiera por causa del proceder de su exmanager y tutor era desoladora. Virtual y sentimentalmente se había quedado sin padre. En su corazón había una mezcla de rabia y de dolor que saldría a flote en la tremenda pelea que tuvo lugar aquel día en el que el asfalto del Paseo de la Castellana superaba los 40 grados de temperatura, nada comparado con el volcán que explotó en uno de los hoteles más lujosos y emblemáticos de España. La explosión sería tal, que su hermano Alex incluso llegaría a prescindir del apellido Gallego por completo, en un claro gesto que evidenciaba el cisma familiar, que era ya un hecho.

Para ejecutar esta decisión el intérprete de “La incondicional”, canción que arrasaba justo por esa época, citó a su padre en su suite presidencial del hotel Villa Magna de Madrid, ubicada en el ático del edificio, hasta la que me desplacé personalmente en 1996 para ver in situ el escenario de un momento importante en la biografía de El Sol de México. Luisito solía quedarse no muy lejos de allí, en el hotel Foxá 25, y sus padres, con su hijo menor, también muy cerca, en el barrio de Chamartín, se alojaban en la calle Núñez de Morgado, en un apartamento que había comprado tiempo atrás. La enorme y lujosa propiedad de Las Matas ya la había vendido, pues como bien recordaba Andrés García de su paso por allá, no quería saber nada de ella y se ponía muy nervioso cuando estaba allí.

Luisito se presentó acompañado de su madre, su hijo pequeño, Sergio, y su hermano Vicente, quien afirmaba que camino a la suite coincidieron con una vieja conocida, Lucía Méndez. Según su versión, fue un encuentro casual. Arriba estaba el cantante en una suite rodeada de guaruras y dentro departiendo con amigos, entre ellos Alejandro Asensi. Después del encuentro y las formalidades, padre e hijo se quedaron a solas en uno de los compartimentos de la suite y el Vesubio entró en erupción. Entre las voces se escuchaba a un Luis Miguel fuera de sus casillas profiriendo frases de puro dolor. Decía que jamás se lo perdonaría. ¿Se refería al manejo de las finanzas, a la desaparición de su mamá o a ambas cosas?

No habría jamás vuelta atrás. Según los Gallego, volvieron a verse casualmente en una ocasión que Micky fue a visitar a su hermano Sergio a Barcelona, pero la presencia de su padre le irritaba y lo bloqueaba. En otra visita que hizo a su hermano menor a Madrid, al que se llevó de paseo y de compras por unos grandes almacenes, se aseguró de que su padre estuviera fuera para no encontrarse con él. No podía perdonar que llegara tan lejos con sus engaños hasta el punto de convertir en víctimas a su propio hijo y a la que fuera su pareja por tantos años. El grado de ruptura y rencor era tal, que una anécdota ocurrida en Argentina lo ilustra perfectamente. Para él, el Luis Miguel de cabello largo, el Luis Miguel de Luis Rey ya no existía. Una fan le pidió que le firmara una foto y él preguntó que quién era el de la foto, la chica, completamente contrariada, respondió que era él, y él hizo un gesto negativo con la cabeza, tomó la foto, la rompió y se la cambió por una en la que aparecía con una nueva imagen. La gente que lo manejaba invitaba sutilmente a los medios de comunicación a no utilizar fotos de archivo en la que se luciera el antiguo look. La postura era tan dura e intransigente que hubo quien aseguró que estaba dispuesto a vetar a los medios que no le hicieran caso en este sentido.

Luisito volvió a intentarlo de todas las maneras que conocía, inventaba excusas para reencontrarse con su hijo, se volvió desesperadamente pesado, inventó el invento como él decía, pero recibió un desplante detrás de otro, dando a lugar a escenas y situaciones muy embarazosas cuando los guaruras le impedían el acceso, lo cual era aprovechado por sus tíos para contarlo de manera sesgada diciendo que el papá acudió a una fiesta privada en el que había sido su propio penthouse en México con un jamón de regalo para intentar verlo. No lo dejaron pasar, le devolvieron el regalo diciendo que se podían ir el regalo y el remitente; o cuando aseguraban que ni en Nochebuena de 1990 quiso hablar con él y le colgó el teléfono. Otra desagradable anécdota similar se produjo en un hotel de la capital mexicana donde él iba a cantar, su padre reservó una mesa con su hermano Vicente sin que él lo supiera. Le pidieron ayuda a un viejo amigo de la familia, el licenciado Gutiérrez, para que intercediera, pero no hubo modo. Ni les recibió al acabar el show ni contestó una sola de las muchas llamadas que se produjeron en los siguientes días.

El último y tal vez más humillante desplante para los hermanos Gallego fue en su propia tierra, en Andalucía, en el verano de 1992, pocos meses antes de la muerte de Luis Gallego. Fue con motivo de la Expo’92 de Sevilla y la actuación de Luis Miguel en la Isla de la Cartuja con motivo del Día de México. Luisito y su hermano Vicente acudieron mezclados entre el público. Al final intentaron acceder a los camerinos aduciendo que era el padre del artista. Se encontró con un guarura gigante que ya había sido advertido de que eso podía pasar y tenía instrucciones muy concisas de impedir el paso a nadie que se identificara como familia española del cantante. Impasible ante la histeria y los insultos de aquel hombre desquiciado, el empleado cumplió a rajatabla su orden.