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El último adiós

La ruptura y la desconfianza del artista con los Gallego y las mañas de su padre fueron tan agudas, que incluso cuando este enfermó gravemente y mandó llamarlo, envió a Alex Mc Cluskey a Barcelona en España para comprobar que realmente era así y no se trataba de un truco más. El veterano manager argentino me confesó que aquel episodio fue muy desagradable y descubrió hasta qué punto había un dolor y un rencor tan fuerte y prisionero en el corazón de Luis Miguel.

Luis Rey alternaba su angustia con nuevos proyectos. Él sí disponía de dinero y también de los fondos desviados de la empresa de Luis Miguel. Hablaba de montar una disquera en Barcelona, para lo cual se radicó en la zona residencial de Casteldefells, un barrio exclusivo de la Ciudad Condal en el que viven, por ejemplo, las grandes estrellas del F.C. Barcelona. Además ejecutó la venta de las propiedades adquiridas en la época anterior a la mayoría de edad de Luis Miguel, una de las últimas transacciones que hizo fue vender la casa de la Avenida de las Fuentes en las Lomas de Tecamachalco.

Hasta el final mantuvo la constante de aprovechar el tirón de su hijo para salir con mujeres, en la época próxima a su muerte anduvo con Yolanda Mingo, una chica española que estaba al frente de uno de los clubs de fans de Luis Miguel. Para su desgracia, también siguió con el terrible estilo de vida que incluía de manera desproporcionada sexo, drogas y alcohol. Su salud empezó a dar síntomas de debilidad. Según fuentes bastante solventes, dichos síntomas aumentaron a finales de 1991, quedando expuesto a cualquier afección por una disminución drástica de sus defensas. Hizo un viaje a Cuba para despedir 1991 y dar la bienvenida a 1992, un viaje presidido por las pesadas parrandas a las que estaba acostumbrado y que según el testimonio de los hermanos provocó su hospitalización en un centro cubano al ver comprometida su actividad pulmonar con una neumonía. Permaneció ingresado 4 días antes de regresar a España, pero sería de algún modo el principio del fin.

Los Gallego sostenían que en los días finales de su vida, Luisito había empeorado de una neumonía que nunca llegó a curarse y que en el hospital cubano se contagió con un brote de legionella. En Luis mi rey usé una frase que hacía clara alusión a la casi nula presencia de defensas en el cuerpo del padre de Luis Miguel al momento de desencadenarse la crisis que acabó costándole la vida. Si bien los hermanos nunca hablaron de ello, tal vez por la connotación social negativa que la enfermedad tuvo hasta hace muy poco tiempo, otras fuentes que estimo fiables y responsables hablaban de que Luisito Rey estaba infectado con el VIH, es más, su familia Basteri aseguraba que el propio Micky así se lo dijo cuando estuvieron juntos en el hotel Sheraton de Buenos Aires, motivo por el cual tenía la espada de Damocles sobre la cabeza y cualquier exposición a una enfermedad respiratoria podía ser mortal.

El desquiciamiento constante en el que vivía era una bomba de relojería permanente amenazando su salud. A él no le importaba nada, un día antes de desencadenarse la crisis que acabó con su vida salió con dos prostitutas y telefoneó a su hermano Vicente en evidente estado de euforia para que tomara un avión y se le uniera. Seguía bebiendo de manera muy exagerada, contaban que era capaz de tomar en ayunas varias copas de anís, un aguardiente español de alta graduación alcohólica y muy azucarado, y que había días que se bebía dos botellas de whisky él solo. Su adicción a la cocaína empeoraba su carácter histérico y se hizo una persona cada vez más arrinconada, algo que reconocieron sus propios hermanos.

En la madrugada del 30 de noviembre de 1992 su cuerpo no resistió la enésima ingesta de alcohol y cocaína. Una fuerte taquicardia, como consecuencia de una sobredosis, acabó con su cuerpo en el centro hospitalario de Sant Boi de Llobregat, que tras un primer examen y ante la gravedad del cuadro clínico, lo remitió al hoy conocido como Hospital Universitario de Bellvitge en Hospitalet de Llobregat, un centro que desde hace años trabaja en el tratamiento de enfermedades infecciosas y en el VIH, lo cual concuerda con la versión que otras fuentes solventes también me dieron sobre el problema de salud del padre de Luis Miguel, quien entró en coma en la Unidad de Cuidados Intensivos con respiración artificial asistida y continuas transfusiones de sangre para paliar la anemia galopante que había llevado a su propia sangre a unos niveles ínfimos de hemoglobina y la hemorragia interna que hacía que expulsara sangre en las bolsas de los excrementos.

Mientras todo eso sucedía en Barcelona, en Buenos Aires había un joven que tenía que salir a cantar delante de su público con el corazón hecho pedazos. Mis encuentros con la familia argentina de Luis Miguel y con Adua Basteri sirvieron para recrear una de las escenas más tristes que recuerdo de la elaboración de Luis mi rey y que casualmente escuché por dos partes. Fue el día que Adua, su hermano Enzo y una de las primas del cantante que residían en la Argentina, descendiente de los Basteri emigrados en los 50, fueron a visitarlo a la suite San Martín del hotel Sheraton de Buenos Aires, al que también acudí para recrear de la mejor manera posible en mi imaginación lo que allí ocurrió y a cuyo departamento de relaciones públicas agradecí en su día y reitero aquí la colaboración recibida.

Adua fue a contarle sus propias penas a su sobrino y descubrió que las de él eran mucho mayores. Andaba peleada con su hermano, el viejo Tarzán, y se sentía dolida por el trato que le dio luego de que ella se encargó de cuidarlo tras su delicada operación del tumor en el pulmón que le diagnosticaron. Cuando escuchó de voz del cantante las malas noticias que le estaban llegando de España sobre el estado de salud de su padre diciendo que se estaba muriendo, saber de su dolor interno por verse incapaz de perdonarlo y de su abatimiento por no darles una explicación sobre el paradero de Marcela, sus propias zozobras pasaron a un segundo plano. Las palabras de Luis Miguel aquel día se las sabían casi de memoria tanto la propia Adua como sus familiares argentinos. Según escucharon del propio cantante, acababa de enterarse que su padre estaba afectado con el VIH y muy grave en un hospital español, y había mandado a alguien para que comprobara lo que parecía cierto a todas luces.

Luis Miguel estaba hundido, recordando todas las cosas feas que le hizo su padre, lamentándose una y otra vez de su sufrimiento y de su propia suerte, dando síntomas de una angustia extrema, reconociendo que debería hacerse cargo de sus hermanos y lamentando una y otra vez no dar con el paradero de su madre. Aquel aturdimiento contagió a todos los presentes en la reunión, con las lágrimas a flor de piel.

Sabiendo los tíos que no accederían a su sobrino y que este no les creería, optaron por hacer uso de los servicios de los medios de comunicación para mandar un SOS al cantante. Lo primero que hizo Luis Miguel, como se dijo, fue enviar a Alex Mc Cluskey a comprobar la gravedad de las cosas. Éste viajó primero a Barcelona y le confirmó que realmente la situación era muy delicada, que había hablado con el médico que asistía a su padre, el doctor Zapatería según los datos recopilados de aquella época, quien le dijo que el pronóstico era muy grave. Tanto, que tras consultarlo con su representado, que para entonces estaba en Asunción, la capital de Paraguay, Mc Cluskey ordenó que le dieran la extrema unción a Luisito, al tiempo que tuvo que aguantarse los improperios de Vicente y Pepe Gallego, que lo trataron, sobre todo el primero, con unas formas groseras y altaneras, tales como las que Luisito solía gastarse, recriminándole el comportamiento escéptico del propio Luis Miguel. Sin entrar en las provocaciones de los Gallego, Mc Cluskey se limitó a transmitirles los deseos de Luis Miguel de que a su padre lo atendieran de la mejor manera posible y en el mejor centro sin reparar en gastos. El problema es que ya era demasiado tarde.

En la conversación telefónica que sostuvieron recordaba a un Luis Miguel casi llorando cuando le dijo que tenía que suspender los conciertos inminentes y viajar a Barcelona: “El sufrimiento de Micky en aquel entonces fue bárbaro. Nosotros sabíamos lo que sentía por dentro. Llegaron justo a tiempo para ver a su padre morir, aquello fue una de las cosas más tristes que yo he presenciado en mi vida”, me decía el propio Mc Cluskey en uno de nuestros primeros encuentros. Micky viajó en avión privado con Hugo López, con Jaime Camil Garza, Tony Star y la hija de esta, Erika (Issabela Camil), que salía con él por entonces. Antes había llegado el hermano desde México, Alejandro.

La escena fue tan dantesca que recuerdo mi emoción al escribirla en 1996 y sentir algo parecido a la hora de redactar estas líneas, intentando empatizar con el dolor de los dos hermanos en aquella sórdida cama del hospital barcelonés con su padre moribundo. Allí hubo un choque de sentimientos muy abrupto que sumió al cantante en un mar de lágrimas y en gestos que buscaban inconscientemente el instinto del amor filial por encima de tanto dolor y rencor acumulados. La descripción de un Luis Miguel derrumbado ante la agonía de Luis Rey fue conmovedora. En la última escena de los dos hermanos solos junto al padre, su tío hablaba de que por la mejilla de Luisito, postrado en coma, se derramó una última lágrima al sentir la cercanía de sus hijos. Le di credibilidad. Nadie somos para juzgar los errores gravísimos que cometió en vida. Sólo Dios podía decidir su suerte en el más allá.

Es curioso, guiños del destino, casi muere el mismo día que la desaparecida Marcela hubiera cumplido 46 años, no lo hizo por apenas una hora, ya que falleció en torno a las 11:00PM del 9 de diciembre de 1992. Sí sería el 10 de diciembre sin embargo, el día que la mamá de sus hijos vino al mundo, el mismo que su capilla ardiente acogería el cuerpo de Luisito Rey en el cementerio de Collserola.

Hasta ese momento, en las horas previas, hubo tregua entre los tíos, el cantante y sus representantes, pero la tregua expiró junto al propio Luisito. A partir de ahí siguieron las diferencias entre ambas partes, principalmente en la tensa reunión que tuvo lugar en el hotel Sarriá. Palabras groseras, discusiones sobre qué hacer con los restos, qué iba a pasar con el dinero al que solo él tenía acceso, etcétera. El propio cantante cortó las discusiones con más temperamento que sus tíos. La primera cuestión no generó demasiada discrepancia, a Luis Miguel le dijeron que su padre deseaba que lo cremaran y no puso ningún impedimento. Sobre la disposición del dinero, en lo que sí coincidieron las dos versiones de los hechos que tuve fue en que Luis Miguel mostró rechazo por el dinero que sabía sucio y principalmente depositado en Suiza. Dejó encargado a sus representantes para que contrataran a alguien en Barcelona que velara por sus intereses y organizara todos los trámites, el traslado de la urna a Cádiz, la manutención de su hermano Sergio y de sus abuelos Matilde y Rafael, a cuyo cargo estaba el pequeño.

El lío que después Vicente Gallego montaría con las cenizas y la prensa lo vimos al principio. El uso mediático del pequeño Sergio, al que le tomaría fotos más tarde en la tumba de su abuela Matilde, una vez que esta falleció, y al que llevó a la televisión en busca de rentabilidad mediática contando que no podían comunicarse con Luis Miguel, fue una de las tantas gotas que colmó el vaso de la paciencia del cantante. El 26 de octubre de 1993, en el programa de María Teresa Campos, apareció el niño de la mano de su tío. María Teresa Campos dedicó diez minutos al tema. El tío habló mal de Luis Miguel, con versiones sesgadas de los hechos, dijo que no se hacía cargo de las cenizas y que no se le ponía al teléfono para decirle que se había muerto su abuela. El espacio acabó con el pequeño Sergio cantando un fragmento de una canción de su padre, imitando la famosa escena de Ciudad Juárez del propio Luis Miguel 12 años atrás.

La historia se había repetido, las infinitas llamadas que Vicente Gallego hacía, a veces en estado de embriaguez según recordaba Mc Cluskey, reclamando dinero e insultando a Luis Miguel y a su gente, provocaron que nadie le levantara el teléfono, de modo que cuando llamó diciendo que su madre había muerto para que su nieto lo supiera, nadie le creyó, pensando que sería una vieja estrategia al estilo de Luisito para llamar la atención del sobrino y pedirle dinero. La solución, que fue utilizar al niño Sergio en los medios, encrespó más todavía a Luis Miguel, que rápidamente ordenó ir a buscarlo para hacerse cargo de su custodia, pues no deseaba dejarlo a cargo de ninguno de sus dos tíos. El 11 de noviembre Sergio ya estaba volando rumbo a América para reencontrarse con sus hermanos.

Hugo López, que también conocía de sobra a los tíos, incluso los amenazó en el sentido de hacer valer el poder de Luis Miguel en México para que tuvieran mucho cuidado con lo que hacían y decían para no crear un escándalo que perjudicara la carrera de El Sol. Por desgracia para Luis Miguel, un año después, estando también en Paraguay, recibiría la triste noticia del fallecimiento de Hugo López. Alex Mc Cluskey quedaría al frente de su carrera hasta 1995.

Pepe, que en ese sentido siempre fue bastante más inteligente que su hermano menor, hizo bastante caso y mantuvo un perfil bajo durante los años siguientes. La postura de Vicente o Mario, como le quieran llamar, ya la conoce el lector de los capítulos iniciales. En junio de 1994 aparecerían en la revista Diez Minutos los reportajes de Tomás Montiel a los que me referí en el comienzo. Esto provocó el envío de un emisario a Cádiz que abroncó a Vicente y se encargó de que las cenizas quedaran a buen recaudo. Esta persona fue la encargada de organizar el cuidado del abuelo Rafael con unas personas y unos recursos que quedaran lejos del alcance de Mario Gallego, quien a su vez recibió una carta del abogado de Luis Miguel en España advirtiéndole de que se abstuviera de dañar la imagen de su representado de manera gratuita o se atuviera a las consecuencias, entre las que estaban la manutención de su padre, Rafael Gallego, que fallecería años después, el 7 de febrero de 1999 en San Fernando. Fue enterrado también en el cementerio de Chiclana y Luis Miguel no acudió al entierro. Desde ese momento, el cantante quedó sin ascendentes directos en Europa, pues meses antes había fallecido también su otro abuelo, Sergio, y lógicamente Vanda Tarrozzo no contaba en su vida.

Al día siguiente se celebró la misa funeral en la calle Balmes de Barcelona, acto que recogieron algunos medios, como la edición argentina de la revista Caras, en la que se podía ver a un Luis Miguel vestido completamente de negro con la cabeza agachada en una fotografía solo ante la urna con las cenizas de su padre, en otra sosteniendo dicha urna, en otra recibiendo el abrazo de Issabela Camil, a la que el medio cita con su verdadero nombre de Erika, y en otra junto a su hermano Alejandro, con saco y camisa de colores más claros.

Luis Miguel regresó a América a seguir con su gira. Hizo un extraordinario esfuerzo para perdonar, aunque a tenor de lo que contaba Mc Cluskey no podría asegurar con rotundidad que lo hizo. Es algo que solo él puede decir, si algún día quiere expresarlo públicamente. Lo que sí me resulta tremendamente emotivo al día de hoy es recordar su primer show, pocas horas después de haber regresado de Barcelona del funeral de su padre. Las personas que asistieron al concierto aquel día en el Luna Park de Buenos Aires probablemente tampoco olvidarán las lágrimas derramadas aquella noche: “Compartan todo lo que quieran con la gente que quieren hoy y no mañana. Lo más bonito que tenemos en la vida es el amor y el cariño. Les pido por favor que me ayuden esta noche”, dijo con los ojos aguados, expuesto y vulnerable, mostrando el sufrimiento que lo ha perseguido toda la vida. En primera fila las fans le gritaban que lo querían y en verdad estremecía aquel sonoro y unísono cántico que me sirvió de inspiración para titular aquel mi primer libro: “¡Luis mi rey, Luis mi rey, Luis mi rey…!”