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Mucho se ha especulado con el paradero de Marcela Basteri y varias versiones se han manejado, algunas de ellas, como hemos leído, fomentadas desde el propio entorno de Luisito, en el sentido de que ella se había ido con otro hombre y, más aún, que la persona con la que estaba era un italiano, un personaje siniestro de la mafia, por lo que daba a entender que era mejor no rascar mucho por ahí pues podía ser peligroso.
Los hermanos mencionaban un nombre propio que no se relacionaba con ningún mafioso, era el nombre de un conocido promotor, se trataba de Joe Ruffalo, de la agencia Cavallo, Ruffalo & Fargnoli, que se vinculó a la carrera de Luis Miguel en diciembre de 1986, cuando Marcela ya estaba desaparecida, pues la última señal de vida de la que se tiene constancia es de septiembre de ese mismo año.
Mientras los hijos avanzaban en desenredar las falsas versiones que recibían de su padre sobre el paradero de su madre, en Italia se desesperaban más y más: “El peor momento fue cuando ellos llamaron a preguntar si su madre estaba aquí, nosotros les dijimos que no, que si era cierto que ellos no sabían dónde estaba su madre. Su padre les había dicho que estaba en Italia y que estaba con el hombre que andaba con ella, lo cual claro era completamente falso. Luis Miguel regresó, luego hubo otra vez que vino Alex con su amigo Alejandro Asensi, y la situación era cada vez más confusa. Mi hermano y yo misma estamos convencidos de que a mi sobrina la mataron.”
Efectivamente, Adua decía la verdad, el día que Luis Miguel llamó preguntando si su madre había regresado a Massa-Carrara a ellos les embargó la más completa zozobra. Motivos había en exceso para ello: sus hijos no sabían dónde estaba; ella les había confesado tener miedo y les había contado todo, además de eso resultaba que un día apareció por allí una mujer española desconocida, toda misteriosa, preguntando por Marcela, hablando groserías de ella y haciendo gestos amenazantes llevándose la palma de la mano a la garganta diciendo que “Luisito le iba a cortar el cuello”, anécdota que tanto el papá Sergio como la tía Adua y su esposo Cosimo recordaban a la perfección: “Llegaron como dos matrimonios hasta Castagnola, fueron donde Luisa, buscando a mi hermano, ella les dijo que él no estaba, que estaba trabajando fuera del pueblo, entonces fue cuando le hablaron feo de Marcela y le hicieron el gesto ese amenazante. Al día siguiente nos pusieron una cita, nosotros acudimos pero allí no se presentó nadie, y todo eso cada vez nos llenaba de mayor angustia.”
Más angustia aún se generaba cada vez que Micky telefoneaba a su abuelo Sergio para preguntarle por su madre. Cuando él recordaba aquello se le aguaban los ojos. Como consecuencia de su fuerte adicción al cigarrillo, a Sergio Basteri le diagnosticaron un tumor en el pulmón en el otoño de 1988 que le mermó mucho la salud. Le extirparon un pulmón. Por fortuna la enfermedad no avanzó pero él se vio poco después tremendamente afectado y condicionado a la asistencia en un centro sanitario. Luis Miguel acudió a verlo en cuanto le informó su tía Adua. En aquel encuentro hubo muchas preguntas sobre el paradero de su madre pero ninguna respuesta. Luis Miguel confirmó que nunca se vio con ella en Chile ni recordaba que necesitara nada para que él viajara a aquel país, lo cual revelaba que la excusa que había puesto Luisito para que viajara en agosto de 1986, como tantas otras cosas, era una mentira más. Eso los abrumaba. El cantante quiso hacerse cargo y colaborar con los gastos del tratamiento de su abuelo.
Lo más lógico es pensar que todavía en esos momentos Luis Miguel estaba convencido que encontraría a su mamá. Es más, en la primera visita del verano de 1989 a la Toscana, cuando todavía lucía el cabello largo, él hablaba con pesar y arrepentimiento, tanto él como su hermano Alex, por haber creído las mentiras del papá sobre su madre y en algunos momentos no haber sido justos con ella. Ahí encontramos un motivo más para explicarnos el uso exclusivo del apellido Basteri por parte de Alejandro, que decidió echar el apellido Gallego a la cloaca del olvido.
El dolor y el vacío que la ruptura con los Gallego provocó en el corazón de Luis Miguel, quien hizo dos visitas a Italia entre 1989 y principios de 1990, una en verano y otra en navidades, fueron muy grandes. En ambas no se cansaba de repetir, mientras compartía escenas familiares en torno a una mesa o junto a su abuelo, que esa era su única familia, que ellos eran las únicas personas que lo querían de verdad. En una de ellas aparecía en las fotografías acompañado de su inseparable “Doc” Octavio. En la última visita apareció ya con el cabello corto, lo que sería la nueva imagen desde que se publicara el primer disco en el que ya había pleno poder del tándem Hugo López-Alex Mc Cluskey. El corte del cabello guardaba un enorme simbolismo con el momento que vivía tras haber cortado todo vínculo con su padre. Su familia italiana también recordaba como él les contó el profundo dolor que arrastraba, las “cosas muy feas” que le había hecho su padre, sus problemas con el fisco y el calvario por el que estaba pasando. Adua enseguida evocaba las palabras de su sobrina: “Creerá que tiene mucho dinero pero solo tendrá un puñado de moscas, porque su padre le habrá comido hasta el cabello.” ¡Cuánta razón tenía! Con gesto abatido, les confesó su esperanza de dejar todo atrás y resurgir de la mano de su nuevo representante.
Me llamó mucho la atención que en una de esas últimas visitas de Luis Miguel a Massa-Carrara, justo en el mismo verano de la explosión y la ruptura del Villa Magna, cuando proyectaba hacer otro trabajo en italiano con Toto Cutugno y se desplazó para visitar a su abuelo y su familia, él dio la explicación a los Basteri de que ella se había ido a Milán y que ellos harían un contacto para que se reportara. Adua recordaba perfectamente que Micky había dicho que entregó una carta a un amigo de la familia Gallego en Milán para que la hiciera llegar a su madre, que el tema era delicado porque ella estaba con un boss, palabra que repitió varias veces, en alusión a la mafia, y que en unas dos semanas tendrían noticias de ella, cosa que por supuesto nunca sucedió.
¿Aún creía Luis Miguel esa historia o quiso usar una mentira piadosa para no enfrentar otra versión de los hechos con sus familiares italianos? Me inclino a pensar lo primero. De hecho en la última visita del cantante en la Navidad 1989-1990, él se quedó muy extrañado de que la carta que había entregado en Milán no hubiera surtido efecto. “Nos preguntó si Marcela ya se había comunicado, le dijimos que no, y puso una cara de asombro que a nosotros nos heló un poco más el corazón”, recordaban los Basteri. Y todavía sería peor cuando llamó al domicilio de Madrid para intentar hablar con el pequeño Sergio al número que le dio Luis Miguel: “Se ponía la mamá de Luisito y decía que no entendía y colgaba, y lo más raro es que cuando logramos que se pusiera él, preguntamos por Marcela y decía lo mismo que no entendía y colgaba el teléfono.”
Lo que me quedó muy claro luego de hablar con los Basteri, fue que la versión de la fuga de Marcela con otro hombre no la acabaron de creer nunca en Castagnola, lo decían con insistencia en repetidas ocasiones. El abuelo y la tía estaban completamente seguros de que Marcela jamás se iría con un personaje siniestro y en todo caso, si se hubiera ido con quien fuera y donde fuera, no hubiera estado tanto tiempo incomunicada. La conocían muy bien.
Creo que, conforme más información recababa Luis Miguel, mayor era su incapacidad de volver a Italia. Cuando yo conocí a su familia llevaba siete años sin dar señales de vida, y contrastaba el cariño que siempre les expresó con su silencio y su ausencia en los últimos días de vida de su abuelo. Tampoco apareció cuando se llevó a cabo la campaña de búsqueda de su madre en la televisión italiana, más bien, con toda seguridad, sufriría mucho al tener conocimiento de la misma. Esa actitud sorprendía, porque era cierto que Micky quería mucho a su abuelo y a sus familiares transalpinos, quería dedicarle el disco que iba a hacer con Toto Cutugno y deseaba comprarle una casa para que se mudara de la muy humilde morada en la que vivía en Castagnola que yo mismo pude ver, porque parecía casi la casa de un indigente, pero vivir allí era el deseo del abuelo, la terquedad y el orgullo del viejo Tarzán.
Tantos gestos, tanto amor y, de pronto, se lo tragó la tierra. Algo pasó para que Luis Miguel se bloqueara y se pusiera en modo silencio con los Basteri, no sin antes pedirles que dejaran de buscar a su madre, algo que la familia respetó hasta que llegó la situación límite del deterioro de la salud del abuelo y el presentimiento de que su final estaba cerca. Fue cuando, desesperadamente, pidieron la ayuda de los medios. Prueba sobrada de este silencio es el llamado de Adua Basteri a través de El Norte en 1996, repetido un año después, al no haber obtenido respuesta: “Si ven a Luis Miguel por favor díganle que lo estamos esperando, especialmente su abuelo, porque está muy enfermo y ya lo quiere ver. Hablé con Alejandro en febrero pasado y dijo que se iba a comunicar con nosotros, pero jamás lo volvieron a hacer. Ale me comentó que a finales del 96 vendrían todos, él, Micky y Sergio, a visitar al abuelo, pero no lo hicieron. Ni siquiera llamaron para desearle feliz Navidad, no sabemos nada de ellos, yo he intentado comunicarme a su casa en México pero no me han contestado. Quiero decirle que su abuelo no está nada bien y que desea verlo. No puede respirar, está muy mal, necesita oxígeno.”
El propio Tarzán apareció en agosto del 97 confirmando el largo silencio de su nieto: “Estoy enfermo, cada vez estoy más mal, pero me he cansado de pedirle a Luis Miguel que venga a verme; todo ha sido inútil, ya no me importa decir nada. Sólo quiero decirle que tenga la fuerza y el coraje de venir a verme, no entiendo por qué adopta esa actitud. Tiene el teléfono de la casa de reposo donde estoy, el de Adua, el de mi hermano Renato y el de toda la familia aquí en Italia. Nada le cuesta hacerme una llamada; pero bueno, creo que de nada sirve que le lleves ese mensaje porque sé que no va a venir.”
Alejandro fue el único que estuvo allá en 1996. Pudo comprobar que en verdad Sergio estaba muy enfermo. Por instrucciones de Luis Miguel, cambió al abuelo de lugar y lo hospitalizó en la casa de reposo de la misma ciudad donde yo lo conocí. Su nieto pagaba 2,000 dólares mensuales para que lo atendieran, y a punto estuvo de dejar de hacerlo por negarse el viejo Basteri, lleno de orgullo, a recibir esa ayuda, “le cambio todo el dinero que está pagando por mí por una simple visita, quiero ver a mis tres nietos juntos y necesito saber lo que ha pasado con mi hija Marcela; yo sé que Luis Miguel lo sabe, pero no quiere venir a decírmelo”, repetía postrado en cama con su cánula de oxígeno.
Sergio Basteri falleció en junio de 1998, poco después de que publiqué Luis mi rey, a los 74 años, de hecho cubrí esa información desplazándome a Italia para el grupo Reforma, que lo publicó en todas sus cabeceras en el suplemento Gente el 6 de septiembre de 1998. El viejo Tarzán, sumido en una terrible depresión por la no aparición de su hija, se dejó ir, no comía y, aunque lo tenía prohibido, no dejaba de fumar. Una noche se quedó dormido y ya no despertó.
Ese presentimiento de un adiós cercano provocó en marzo de 1996 la campaña mediática en Italia de la búsqueda de Marcela Basteri que dio lugar a los programas de TV de la RAI. El desaparecido abuelo de Luis Miguel me aseguraba una y otra vez que estaba convencido de que a su hija la habían matado, y con ese pensamiento y ese desasosiego se fue al otro mundo, pues de nada sirvió toda la búsqueda y el ruido que se generaron en Italia en 1996 gracias al popular programa de televisión Chi l’ha visto? Aquel escándalo me sorprendió de pleno en la investigación, y es precisamente a raíz de la cobertura que hizo para el grupo Reforma, desde su puesto de trabajo en El Norte de Monterrey, que contacté y conocí a mi colega Juan Manuel Navarro, coautor de mi libro anterior sobre los últimos días de Juan Gabriel, Adiós eterno, y colaborador especial del presente.
El caso Marcela, que arrancó en la Toscana, se internacionalizó. Tuve la ocasión de conocer y hablar con el periodista local Massimo Braglia, reportero del periódico Il Tirreno, que puso mucho interés y ayudó a la familia en la difusión de la búsqueda, le dedicó páginas enteras en Italia a la desaparición pero tampoco consiguió una respuesta positiva: “Estamos contribuyendo para localizar a su mamá, ella es italiana y por consiguiente le interesa a todos los medios de aquí”, me decía en 1996.
Algunas versiones surgidas a raíz de la búsqueda apuntaban a que la mamá de Luis Miguel había enloquecido y se encontraba en un hospital psiquiátrico que unos ubicaban en Suiza, Austria o Italia. Otra, que también insinuaba problemas mentales, la situaba en una casa en las Islas Canarias, en España. En este sentido, recuerdo una entrañable comida en Miami en el mes de abril de 2010 con mi colega Juan García, por entonces director de la edición de TVyNotas en Estados Unidos, quien aseguraba que tenían la gran exclusiva de la mamá de Luis Miguel, localizada en aquellas islas, y que no tardaría en darse a conocer. De la manera más cordial y simpática que se me ocurrió, le dije al bueno de Juan que sentía mucho estropear su entusiasmo periodístico, pero según la información que a mí me constaba, su exclusiva no se produciría. Es más, le dije en la despedida, en plan cordial por supuesto, que si aparecía la mamá de Luis Miguel, ya fuera en su revista o en cualquier otro medio, yo le devolvía la invitación de la comida y podía elegir el restaurante que deseara. Era la mejor manera que se me ocurrió de ratificarle algo sobre un asunto tan delicado, tal como le dije durante todo el encuentro. Le aseguré que, según mi información, no iba a ver en su revista a la mamá de Luis Miguel, como de hecho así fue, en su lugar vi a una mujer, supuesto familiar argentino, que dijo haberla visto en 2008 en Madrid y haber recibido una carta suya en la que, sin ser experto en grafología, pude ver una firma que no era la de Marcela, quien desde luego no apareció. Mi información entonces, y aún ahora, es que jamás volverá a aparecer.
Se preguntarán, ¿qué pasó realmente con Marcela Basteri? ¿Por qué Luis Miguel se bloqueó de la noche a la mañana y dejó de comunicarse con la que él mismo consideraba su “verdadera familia” al punto de no atender siquiera el entierro de su abuelo Sergio? Desde el máximo rigor y absoluto respeto, la información a la que yo tuve acceso durante mi trabajo de campo para la elaboración de Luis mi rey me asustó, y sin entrar en algunos detalles desmesurados por la delicadeza del asunto y porque no hay pruebas que sustenten los hechos, me aseguraba que Marcela murió en 1986 de causas no naturales. El paso del tiempo y la ausencia de noticias de su paradero por desgracia van corroborando esa información.
Personalmente creo que Luis Miguel lo sabe, aunque nunca se lo pude preguntar directamente, y eso desde luego explicaría muchas cosas sobre su comportamiento en determinadas situaciones y con determinadas personas. Hubo una investigación en la que participó Interpol sobre su paradero y hay un informe al que él tuvo acceso. La propia Adua Basteri me puso sobre esa pista al decirme que una vez los habían visitado dos personas que se hicieron pasar por agentes del FBI para investigar el caso, ella misma tenía sus datos: “Nos estuvieron preguntando cómo había desaparecido Marcela, pero sus preguntas no tenían sentido.” Cosimo, esposo de Adua, que fue carabinero, les pidió que se identificaran y no pudieron hacerlo. Confesaron que habían sido agentes del FBI pero trabajaban por su cuenta. Sin duda formaban parte de la investigación que encargó el propio cantante.
Las declaraciones de Sergio y Adua Basteri siempre apuntaron a la misma teoría de mi información, pero sus denuncias eran con base en indicios, sin prueba alguna de que su hija o sobrina, según el caso, perdiera la vida por haber sido “amassata” (asesinada), que era la palabra que Sergio repetía entre lágrimas postrado en la cama donde dependía de la respiración asistida de su máquina de oxígeno. Yo no encontraba otra salida que consolarlo diciendo que tal vez no estuviera muerta, pues jamás apareció un cadáver, pero estaba claro que mis palabras no consolaban a nadie, me bastaba con mirar a los ojos del viejo Tarzán para comprobarlo y para aguar también los míos.
La vida de Luis Miguel quedó marcada por la desaparición de su mamá, una profunda herida de cuya cicatriz sólo él puede hablar. Es una herida inmensa, un vacío enorme y un dolor intenso e inconsolable luego de agotar todas las pesquisas sobre el paradero de Marcela Basteri con un final que no ha sido revelado más allá de lo que acaban de leer, pero que corrió como la pólvora por las personas más queridas de su entorno. Jamás hubo caso porque jamás apareció, ni viva ni muerta. Jamás habrá caso porque Luis Miguel no quiso ni querrá enfrentar un escándalo de semejantes proporciones, que de ningún modo le permitirá cumplir el anhelo de abrazar a su madre.