adelina

Adelina sacó el rosario blanco con la cruz de metal que traía en su bolsa. El rosario no había protegido a su padre mientras yacía en la tierra, muriéndose. ¡Qué tonta fue al pensar que el rosario lo protegería!

Se puso a recordar la semana anterior. Había caminado por Tijuana preguntándole a cada coyote que encontraba si había visto o ayudado a su padre a cruzar la frontera.

Ella sabía por experiencia propia, que los coyotes no divulgaban información. Así que había ofrecido una buena recompensa a cualquier persona que le ayudara a encontrarlo. Había ofrecido todos sus ahorros. Pero la mayoría de los coyotes temían que ella fuera un policía encubierto. Así que mantuvieron la boca cerrada. Por poco se da por vencida.

Hacía ya tres días que ella había terminado su caminata en el centro de Tijuana, preguntando por su padre, cuando algo raro ocurrió. Un viejo la siguió mientras se dirigía hacia el hotel. Adelina había apresurado el paso, pero aunque el viejo rengueaba, había logrado alcanzarla.

Adelina se detuvo en una esquina esperando que la luz roja cambiara. El viejo se aproximó y le hizo una pregunta sorprendente:

—¿Cargaba tu padre un rosario blanco de cuentas en forma de corazón?

Adelina se volteó a mirarlo. Bajo la luz del farol, notó que un parche azul le cubría el ojo izquierdo.

Mucho tiempo atrás, ella había conocido a un hombre que tenía un ojo así. Apenas podía recordarlo, pero ella sabía que era verdad.

—Bueno, ¿tu padre tenía un rosario blanco?

—Sí, él tenía un rosario blanco con cuentas de corazón. ¿Usted conoce a mi padre? ¿Usted sabe dónde está?

Adelina agarró al viejo por la manga de la camisa y esperó su respuesta. El viejo no la miró. Miró la luz verde al otro lado de la calle.

—La luz está verde. Tienes que apurarte si quieres cruzar.

—Olvídese de la luz—dijo Adelina—. Conteste a mi pregunta. ¿Usted sabe dónde está mi padre?

El viejo asintió con la cabeza.—Sí, yo sé dónde está.

—Lléveme donde él esté, por favor.

Adelina podía percibir en el viejo el deseo de salir huyendo.

Pero luego él agregó:—Mañana. Mañana te llevaré a ver a tu padre, así finalmente podrás irte a casa.

Adelina miró al viejo. ¿Irse a casa?

—¿Dónde está?—preguntó ella—. ¿Está bien, por lo menos?

El viejo la miró brevemente, pero luego bajó su mirada otra vez.

—En medio de la frontera, al pie de una peña, hay un montón de piedras. Tu padre está enterrado allí.