AL PARECER, los resultados de la prueba de paternidad iban a tardar un rato y Olive intentó entretenerse mientras les confirmaban lo que ya los dos sabían.
Después del desayuno, recorrió todas las habitaciones de la casa, que estaban decoradas en tonos claros, y se llevó una sorpresa al abrir una puerta en la parte trasera y descubrir un lugar lleno de color, con estanterías repletas de muñecos metidos todavía en sus cajas, montones de juegos de mesa y cajas de… caramelos.
–¿Qué estás haciendo aquí? –inquirió Gunnar a sus espaldas.
–Solo estaba… investigando –le respondió ella, girándose con el corazón acelerado.
–Pues ya lo has hecho.
–¿Qué es todo esto?
–Nada.
–Mira todos esos juguetes…
–Es una colección –le respondió él.
–Los caramelos no pueden formar parte de la colección.
Los había de muchas formas y colores.
Entonces, Olive recordó que Gunnar se había comido su cupcake. Tal vez sintiese debilidad por los dulces.
–Es una manera de hablar.
–¿No te comes los caramelos? –le preguntó ella.
–Sí.
Gunnar parecía incómodo.
–¿Por qué?
–Empecé a coleccionar cosas cuando era niño. Todos los multimillonarios necesitan adquirir objetos sin ningún sentido. Yo me salgo un poco de lo normal.
–Bueno, al menos no tienes una flota de coches eléctricos.
–Solo tengo tres.
–¿Lo ves? Te controlas bastante.
Olive entró en la habitación y pasó la mano por los juegos de mesa.
–¿Has jugado a todos?
–Nunca tuve a nadie con quién hacerlo.
Ella lo miró y se sintió…
Estaba hecha un lío y deseó cosas que jamás podría tener.
Gunnar era frío e implacable, un guerrero vikingo.
Un hombre que se sentía furioso por su falta de ética profesional.
Un hombre que la había besado como si fuese a morirse si no la hacía suya.
Un hombre que tenía aquella habitación escondida en la parte trasera de la casa.
–Gunnar. Tenemos que jugar a algo –le dijo ella, tomando la caja más alta, un juego de estrategia que conocía y que consistía en construir imperios con ovejas, trigo y minerales–. No podemos perder esta oportunidad de emparejar nuestro ingenio.
–¿No?
–No.
–Supongo que, mientras esperamos a que llame el médico…
Gunnar le quitó el juego de las manos y salieron de la habitación. Él fue hacia la cocina y Olive lo siguió. Se sentó a la mesa enfrente de él y pensó en todas las veces que se habían sentado igual en una sala de reuniones. Prepararon el juego y eligieron las fichas.
–Ten cuidado, esto se me da muy bien –le advirtió ella.
Y él sonrió. Por primera vez en mucho tiempo.
–Ten cuidado tú, soy un vikingo.
Olive le devolvió la sonrisa.
–Ya lo sé.
Se pusieron a jugar y fue increíble. Porque fue un momento de conexión. Gunnar sonrió y rio cuando consiguió comerle terreno y eso hizo que el tiempo pasase muy deprisa. Y que Olive desease haber hecho aquello antes. Deseó haber podido compartir su niñez con él. De verdad.
Deseó que todo pudiese ser diferente.
No había nadie como él. Nadie. Y Olive tenía miedo de no poder encontrar la manera de conectar con él, de arreglar aquello, y no volver a encontrar en su vida a nadie con quien conectar.
–Estoy acaparando todas las ovejas –comentó Gunnar.
–No estoy segura de que debas enorgullecerte de eso –le dijo ella.
–Ya verás como sí.
Gunnar sonrió, sonrió como sonreía cuando le llevaba un cupcake.
–Ya sabes lo que hacías con el cupcake –le dijo ella.
–¿Te refieres a que te estaba entrenando? –le preguntó él. Luego, se encogió de hombros–. Tal vez.
–Nunca lo entendí. No entendí lo que éramos, lo que teníamos antes de que yo lo estropease. Después, lo complicamos todo con el sexo y luego… Aquí estamos. Nunca lo entendí.
–Somos diferentes a los demás –comentó Gunnar.
Esa era la única respuesta, pensó ella. Que eran diferentes a los demás.
No habían sido amigos, pero tampoco enemigos. Rivales, pero, en cierto modo, aliados también.
Y la atracción lo había complicado todo. La atracción, y el modo en que su padre la había educado.
Sentía que debía serle leal a su padre, pero, en ocasiones, se preguntaba el motivo. Cada vez tenía más dudas, sobre todo, cuando se preguntaba qué clase de madre quería ser ella. En esos momentos de sinceridad, se daba cuenta de que Gunnar había sido la persona de la que más cerca había estado en toda su vida, la que se había comportado de manera más humana en muchas ocasiones.
–Tienes razón –le dijo–. Somos diferentes a los demás.
Se creó tensión en el ambiente y ella deseó acercarse y darle un beso. Quiso poder borrar muchas de las cosas que habían ocurrido durante los últimos meses. Quiso que Gunnar dejase de estar enfadado con ella. Deseó no haberle traicionado.
–¿Te he hecho daño? –le preguntó.
La mirada de él se endureció de repente.
–No. No tienes el poder necesario para hacerme daño.
–Ah. Es solo que… Estabas muy enfadado conmigo.
–Sí, lo estaba.
–¿Pero?
–No tienes la capacidad de hacerme daño, Olive.
–Y, no obstante, no me crees cuando te digo que el bebé es tuyo.
–Sigue jugando, Olive.
–¿O me haces esperar a los resultados solo para castigarme?
–No necesito castigarte.
–Entonces, ¿lo del matrimonio no es un castigo?
–Se supone que es una solución.
–De acuerdo. Entonces, dime, ¿vamos a volver a ser amigos?
Él se encogió de hombros.
–Yo no tengo amigos.
Ella señaló el juego.
–Este es un modo muy extraño de expresarlo.
–Tengo colegas. Y amantes.
–Y pretendes que me convierta en tu esposa. Ya sé cuál será el resultado. Sé lo que me vas a pedir, por eso tengo que preguntarte si vas a querer al bebé. ¿Piensas que llegarás a quererme a mí?
Se sintió pequeña y débil al hacer aquella pregunta, y no supo por qué se sentía así.
–No me queda amor dentro.
–Entonces, ¿para qué quieres que me case contigo?
–Porque es lo correcto.
–¿Y si lo correcto se convierte en algo incorrecto cuando no hay sentimientos que lo abalen?
–Eso no importa si el resultado final es el mismo.
–Yo pienso que sí importa.
–Puedes pensar lo que quieras.
–He ganado –le dijo ella–. Y no he hecho trampas.
Clavó la vista en el tablero de juego mientras contaba.
Gunnar frunció el ceño.
–Has ganado. Eres un digno rival.
Él se levantó y se alejó en silencio. Y ella deseó, más que nada en el mundo, encontrar la manera de ser para él algo más que un rival, digno o no. Deseó… En realidad, no sabía qué quería de Gunnar. O, tal vez, tenía miedo a ponerle un nombre.
Ellos eran así. Distintos. Y eso le hizo pensar en todo el tiempo que lo conocía, en otras épocas, pero en los dos últimos meses todo había cambiado y tenían que encontrar un nuevo camino.
Ella lo deseaba, y no era solo físicamente, sino que… quería volver a poner en orden sus sentimientos.
«Mañana llegarán los resultados y serán positivos. Y Gunnar va a casarse contigo. Ese hombre tan serio que ahora te odia va a casarse contigo».
Tenían un largo futuro por delante. Un futuro que le hacía pensar en la frialdad de su niñez.
Iba a tener que encontrar la manera de sobrellevarlo, porque la idea le resultaba insoportable.