CUANDO OLIVE despertó el sol inundaba la habitación. No supo dónde estaba, al principio. Y, entonces, se acordó.
Estaba en la habitación de Gunnar, en casa de Gunnar. Porque la noche anterior había intentado escaparse y había estado a punto de congelarse. Entonces, él la había metido desnuda en unas fuentes termales.
Estaba empezando a sentirse débil y pensó que ella no era así. Se suponía que era fuerte.
La noche anterior le había dicho cosas a Gunnar que no había admitido en voz alta jamás. Debía haber sido por culpa de la hipotermia.
Se sentía abrumada. Los últimos días en casa de Gunnar habían sido las únicas vacaciones de verdad que había tenido en muchos años. A pesar de que, técnicamente, estaba secuestrada. Pero para ella eran unas vacaciones.
Se tumbó boca arriba. Y entonces recordó que había dormido toda la noche en brazos de Gunnar. Pero este ya se había levantado.
Olive se ruborizó al recordarlo.
¿Cómo no? Todavía no estaba acostumbrada a estar así. Y se ruborizó todavía más al pensar en las fuentes termales. Al pensar en su cuerpo fuerte y musculoso pegado al de ella.
Si se excitaba al pensar en una situación en la que había estado a punto de morir, estaba muy mal.
Salió de la cama y fue hacia el salón. Y allí vio a Gunnar, de brazos cruzados. Iba vestido con una camiseta negra, pantalones negros, todo ajustado a sus músculos. Era un conjunto que se parecía mucho al que ella había solido llevar.
Separó los labios para decir algo, pero la mirada de Gunnar hizo que se contuviese.
–¿Qué?
–Ya tengo los resultados de la prueba de paternidad. Soy el padre.
–Ya lo sabía, Gunnar. Y creo que tú también.
Él no dijo nada.
–Pero tú me dijiste que… te cuesta amar. Y no entiendo por qué quieres casarte conmigo.
Él tardó en responder, su mirada era heladora.
–No sé si sabes que fui a vivir con mi padre cuando tenía doce años.
Ella negó con la cabeza.
–No lo sabía. Pensé que…
–Pensabas que había vivido con él siempre, pero no. Hasta los doce años estuve con mis abuelos maternos. Entonces, pensé que quería ir a vivir con mi padre. Este me escribía cartas de vez en cuando. Y yo lo tenía idealizado. Buscaba fotos suyas en Internet. Pensaba que era un hombre brillante. Que era como yo quería ser de mayor. Y quería conocerlo más que nada en el mundo. Quería vivir con él. Y, con doce años, lo conseguí.
–Gunnar…
–Todavía recuerdo la emoción. Vino en helicóptero. Iba vestido de traje. Estaba igual que en las fotografías. Y yo supe… supe que estaba haciendo lo correcto. Él me llevó a Londres, que era donde vivía. Yo nunca había estado en una ciudad y me pareció… increíble. Pero pronto me di cuenta de que no era el hombre con el que yo había soñado. Siempre había mujeres en casa, con más o menos ropa. Mujeres a las que pagaba para que estuviesen allí. O a las que manipulaba. Tiempo después supe que tenía un amigo que se dedicaba al tráfico de mujeres. Siempre me preguntaré si aquellas que estaban en su casa estaban allí por voluntad propia o no.
–Eso es terrible.
–Lo es. Yo era un niño y no entendía mucho, pero veía cómo las trataba mi padre. Con desdén, como si estuviesen por debajo de él.
Gunnar tomó aire.
–En mi habitación no había casi nada y yo echaba de menos mis juguetes, aunque hubiesen sido muy humildes. Pero mi padre me dijo que no podía tener juguetes, ni amigos.
Y, con dieciséis años, se había comido el cupcake el día de su cumpleaños y Olive había pensado que era un cretino, pero era un chico con una habitación vacía y que, probablemente, no comía nunca caramelos, teniendo en cuenta la colección que tenía en aquella casa.
El cupcake, de repente, había cambiado de significado.
–Eso es horrible.
–¿Es muy distinto a lo que tu padre hizo contigo?
–Mi padre me enseñó a ser dura. Me enseñó a ganar a cualquier precio, pero yo tenía juguetes. Él… me trataba con cariño.
–Mi padre pensaba que las palizas que me daba me enseñarían a ser duro.
–Gunnar…
–Ya ves, Olive, me equivoqué con mi padre como podría haberme equivocado con cualquier otra persona. No podía haberme equivocado más. Me di cuenta de la realidad cuando tenía dieciocho años. Había una mujer en casa. No parecía mucho mayor que yo. Mi padre le levantó la mano y yo no lo soporté y le pegué. Y no me arrepiento. Después, llamé a la policía, pero ella no quiso hablar. Yo intenté ayudarla, pero ella… tenía miedo. Huyó sin que yo pudiese averiguar su nombre y yo me prometí que sería mejor que él. Porque había visto el daño que puede hacer un hombre con poder y sin límites. Había visto las cicatrices. Yo llevo esas cicatrices.
A Olive se le había hecho un nudo en la garganta, se sentía triste, todo por él. Pero también tenía miedo por su hijo, por su futuro.
–Dime, ¿por qué quieres ser el padre de este niño?
–Para protegerlo. Parece absurdo y, al mismo tiempo… si nos tiene a los dos, nos controlaremos el uno al otro.
–También podríamos ser tóxicos los dos.
–No. Podemos tomar la decisión de no serlo. Por el bebé, por nosotros. Tomaremos las decisiones acertadas. No quiero que mi hijo crezca sin padre. Así que vamos a estar juntos y a formar una familia.
–¿Por qué? Ni tú ni yo tuvimos madre, Gunnar. Ninguno de los dos tuvimos una familia nuclear. Yo estoy dispuesta a dejar Ambient. Porque no quiero que mi hijo crezca sentado delante de una sala de reuniones. No quiero que mi hijo sea algo secundario. No quiero que sea solo un instrumento para continuar con nuestra enemistad. Tiene que ser algo más.
–Pues haz lo que creas que debes hacer. Nadie te va a obligar a continuar al frente de Ambient, pero vamos a hacer esto juntos.
–Entonces, ayúdame a entender lo que piensas. Porque estoy esperando un hijo tuyo, al fin y al cabo, y creo que merezco saber lo que piensas. ¿Qué te pasó?
–No me gusta hablar de ello. Lo único que tienes que saber es lo que espero de ti. Espero que me des lo que te pida, que te cases conmigo, porque si no lo haces, no te quitaré solo la empresa.
–Gunnar…
–¿Qué propones tú, si no nos casamos? ¿Que yo tenga al niño seis meses y tú otros seis? ¿O permitirías que lo tuviese yo siempre? ¿Cómo haríamos que esto funcionase, si no es como yo digo?
–Soy yo la que estoy embarazada. Voy a sentir cómo se mueve dentro de mí. Voy a… No puedo evitar…
Se sentía muy frágil, sentía que se estaba rompiendo. Y lo único que sabía era que no quería criar a su hijo sin que este supiese que era lo más importante del mundo. Que era lo único que importaba. Porque lo contrario estaba… mal. Estaba mal y ella no podía hacerlo.
Al mismo tiempo, la idea de no tener Ambient la hacía sentirse perdida.
Pero la idea de criar a un hijo que sintiese lo mismo que sentía ella con su vida, con el mundo, no le parecía aceptable.
No había tenido una vida feliz.
Intentaba serlo. Lo intentaba lo máximo posible, pero no podía. Siempre tenía alguna carga que pesaba demasiado.
Y sabía que su padre la había querido, pero había sido un amor condicional.
Había idealizado a su padre hasta que había tenido que pensar en la clase de madre que ella quería ser. Y no podía hacerle eso a su hijo.
Los últimos ocho meses habían sido un infierno. Había estado dispuesta a todo por hacer que su padre se sintiese orgulloso.
No se conocía. Ese era el problema, que no se conocía.
–Lo que te dije anoche, fue sincero. No sé quién soy fuera de la empresa. No sé quién soy si no tengo éxito, pero no soy feliz y necesito algo más. Lo único que he querido siempre era que mi padre se sintiese orgulloso de mí, siempre he querido que no se arrepintiese de haberme llevado con él de reunión en reunión y…
–Podían haber contratado a niñeras, eran multimillonarios. Lo que tu padre decidió hacer no tenía nada que ver contigo en realidad. Lo hizo para convertirte en lo que él quería que fueras. Podía haber hecho que lo esperases en casa, ¿no? Podía haberse asegurado de que estabas bien, en tu habitación, jugando. No tenías que haber estado ahí el día de tu cumpleaños. Podías haber estado en casa, con el salón decorado con globos. Él podía haber cambiado la reunión, al fin y al cabo, era el jefe.
Gunnar le estaba echando sal en las heridas y a ella le dolió, quiso replicarle.
–¿Y si hubiese mostrado aquella debilidad, qué piensas que habría hecho tu padre? –le preguntó.
–La habría aprovechado, por supuesto. Porque ya puedes imaginar que yo tampoco estaba en casa con una niñera ni tenía fiestas de cumpleaños. No obstante, la decisión de educarnos como lo hicieron fue suya. Tú no tienes que compensar a tu padre por ello. Ni yo, tampoco.
Olive lo entendió en ese momento, porque Gunnar no estaba equivocado. Tenía razón. Su padre no tenía por qué haberla llevado a las reuniones. Ella siempre había querido pensar que, como estaban los dos solos, había hecho lo posible por pasar tiempo con ella, pero, en realidad, no habían pasado tiempo juntos. Y lo que su padre le había enseñado era a no tener vida personal, a no tener vacaciones. Y lo había hecho con su ejemplo, por supuesto, pero el sueño de su padre no tenía por qué ser el suyo.
En esos momentos ya no sabía ni cuál era su sueño.
Tenía veintiséis años y era la única mujer al frente de una empresa tecnológica. También era la más joven.
No sabía si eso era lo que quería y no solo porque estaba embarazada, aunque sí era cierto que eso había puesto en duda sus prioridades.
Lo mismo que el hecho de haberse desmayado dos veces delante de Gunnar. Tal vez ser fuerte no significase ir siempre hasta el límite, sino también guardar fuerzas para cuando fuesen necesarias.
Tal vez ser fuerte fuese saber decir que no. Y eso era algo que nunca había hecho.
–Me casaré contigo –le dijo–. Con una condición.
En esos momentos lo veía claro. Necesitaba salirse del camino que le había dibujado su padre y encontrar su propio camino.
Un camino que la llevase a encontrarse con ella misma, con Olive, a ser la mejor persona que pudiese ser, la mejor madre que pudiese ser.
–¿Cuál?
–Quiero que inviertas en una start-up.
–¿En cuál?
–No lo sé. No tengo ni idea. Todavía. Pero quiero que inviertas en mí y en lo que yo decida que quiero. No la crearé hasta un año después de que haya nacido el bebé, pero para entonces ya tendré alguna idea. Me casaré contigo siempre y cuando pueda averiguar quién soy. Porque todo esto me ha hecho darme cuenta de que no lo sé. En realidad, no me siento culpable por haberte espiado porque sé por qué lo hice. Lo que me hace sentir rara es que tú sabes cuáles son tus límites y yo no. No me conozco. No soy más que la persona que creó mi padre para conseguir sus sueños, sus ambiciones. Sus deseos. Y no quiero eso. Porque si sigo así, haré lo mismo con mi hijo y lo convertiré en una persona poco humana. Y no puedo hacerlo. No está bien ni es justo.
–Menudo discurso. Estoy de acuerdo.
–Y… ¿qué esperas tú? De una esposa, de tener un hijo…
–Yo lo que ofrezco es protección. Y fidelidad.
Olive sintió calor porque sabía que, si se casaba con él, tendría que dormir con él.
–¿Y…? ¿Amor? –le preguntó ella con la voz repentinamente ronca–. No por mí, por supuesto, sino por el bebé. Nuestro bebé.
–Me ofrezco a protegerlo y eso, que yo sepa, es algo que algunos considerarían una muestra de amor –le respondió Gunnar en tono frío.
–¿No crees en el amor, verdad?
–Sí que creo en él. Tengo a mi alrededor a muchas personas que lo han sentido y yo no soy nadie para negar lo que sienten, pero yo ya no soy capaz de sentirlo.
–Eso ya lo habías dicho, pero no…
–Olive, te permito negociar porque no tiene sentido que los dos seamos infelices, pero no vas a ser tú quien ponga las condiciones de este acuerdo.
–Esto no es un acuerdo comercial, Gunnar. Por primera vez en mi vida, no te estoy hablando de eso, sino de un ser humano, Gunnar, de nuestro hijo.
–En nuestra experiencia es más o menos lo mismo.
–No. Nuestra experiencia no importa. No podemos hacer las cosas de ese modo.
–Nuestro hijo tendrá un padre y una madre. Eso ya es un comienzo.
Ella se preguntó cómo iba ser distinto con su hijo si no le daban amor, y pensó que ella tendría que darle amor por los dos.
–Voy a hacer público nuestro inminente matrimonio.
Olive se dio cuenta en ese momento de lo que eso significaría. Su rivalidad en los negocios era conocida en todo el mundo e iban a casarse. Iban a tener un bebé. Iban a unir sus empresas, pero Gunnar iba a quedarse la de ella.
Aquello era una victoria decisiva para Magnum. Al menos, así lo vería todo el mundo.
Y ella decidió en ese momento que tenía que permitirlo. Que no podía seguir viviendo para dar una imagen pública. Que tenía que empezar a preocuparse por su hijo.
No podía haber nada más importante.
–De acuerdo. Supongo que cuando volvamos al mundo real van a estar esperándonos.
–Sin duda. Espero que te sientas preparada.
Ella lo miró. Su mayor rival y su prometido. El padre de su hijo.
–Lo estoy si tú lo estás.
Él sonrió. Fue una sonrisa depredadora que no le llegó a los ojos.
Olive sabía que había un motivo para que fuese así, pero que ella había visto en él a un hombre diferente, cariñoso.
Aunque Gunnar hiciese todo lo posible por esconderlo.
Y Olive tuvo la sensación de que jamás sería capaz de derretir tanto hielo.