Senderos de gloria (1957)

Título original: Paths of Glory

Productora: Bryna Productions

Productores: James B. Harris, Kirk Douglas

Director: Stanley Kubrick

Guion: Stanley Kubrick, Calder Willingham, Jim Thompson, según la novela de Humphrey Cobb

Fotografía: George Krause

Música: Gerald Fried

Montaje: Eva Kroll

Intérpretes: Kirk Douglas, Adophe Menjou, George Macready, Ralph Meeker, Joe Turkel, Timothy Carey

País: Estados Unidos

Año: 1957

Duración: 86 min. Blanco y negro

Una hora y veintiséis minutos aproximadamente; ni un minuto más necesita Stanley Kubrick para contar una historia de iniquidad en el marco de la Primera Guerra Mundial. Presionado por el chantaje de un anhelado ascenso, un general del ejército francés ordena atacar la posición alemana conocida como El hormiguero, una conquista a todas luces quimérica, más si los soldados destinados a enfrentarse a tan disparatada prueba son un grupo de hombres fatigados por tantas batallas previas, necesitados ya urgentemente de un relevo. La aniquilación de la primera oleada humana escupida desde las trincheras y la incapacidad de aquellos cuyo turno llega a continuación para avanzar poco más que unos metros antes de ser abatidos por las ametralladoras alemanas provoca la ira del general Mireau, quien, viendo frustrado su proyecto personal, ordena un escarmiento ejemplar: tres soldados seleccionados al azar serán juzgados por un tribunal cuyo veredicto está decidido de antemano.

Adaptación de la novela de Humphrey Cobb Paths of Glory (1935), a su vez inspirada en la afición por las ejecuciones ejemplares dentro del ejército francés durante la Gran Guerra, la mayor virtud de este tercer largometraje de Kubrick —tan incómodo en aquellos días para los gobiernos de Francia y España como para demorar su estreno durante años— reside en la soberbia economía narrativa con la que el director resuelve la tarea. Dotado de una concreción impensable hoy en día, Kubrick desprecia rodar cualquier escena cuya finalidad sea la de servir de transición entre aquellas verdaderamente esenciales. La linealidad de la trama se consigue pues con la sucesión de una serie de elipsis que transmiten un ritmo inusitado a una película donde la acción bélica ocupa el menor de los espacios. Recordemos que Kubrick es el autor de la más grandiosa elipsis de la historia del cine, ese salto de miles de años tan cargado de significado —donde un hueso lanzado al aire por un simio es convertido en una rutilante nave espacial gracias a la magia del cine— que pudimos ver en 2001: una odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968).

La sencillez formal de la cinta y su exiguo presupuesto —obtuvo el rechazo de varias productoras, hasta que el propio Douglas decidió financiarla a través de su productora (Bryna Productions)— no menoscaban la tremenda riqueza semántica puesta en práctica por Kubrick. El director de La chaqueta metálica (Full Metal Jacket, 1987) articula un mecanismo narrativo consistente en introducir claves en la puesta en escena (a través del movimiento de los personajes, de la planificación, del punto de vista, etc.) que ayudan a interpretar el sentido último de las imágenes, más allá de su condición de ilustración fotográfica de un relato. Solo algunos ejemplos: 1) cuando el general Broulard (Adolphe Menjou) propone a Mireau (George Macready) el asalto de tan inexpugnable colina con el caramelo envenenado de un posible ascenso, Mireau, en principio reticente, comienza a reaccionar ante la posibilidad de conseguir ambos logros. Durante su conversación, comienzan a pasear, siguiéndose el uno al otro, dando vueltas alrededor del lujoso mobiliario de la habitación (un acto dotado de evidente falta de naturalidad) para transmitir el cerco dialéctico al que ambos se someten mutuamente con el fin de llegar a alguna conclusión satisfactoria; 2) el coronel Dax (Kirk Douglas), una vez ha asumido la responsabilidad de dirigir el asalto a El hormiguero, camina decidido por el interior de la trinchera, flanqueado por las tropas dispuestas para el combate y acompañado de una cámara subjetiva que le hace desembocar en un espacio neblinoso, al fondo de la trinchera, alusivo a la convicción pesimista con la que el coronel encara su trabajo; 3) en cierto momento, Dax se encuentra en la parte alta de una escalinata manteniendo una charla con un subordinado, cuando el general Mireau, que pasa a los pies de la misma, le interpela con objeto de cruzar unas palabras, estableciéndose con la diferencia de alturas entre los personajes la correlación moral asignada a cada uno de ellos.

En ningún caso asoma soldado alemán alguno a lo largo del metraje, como si el enemigo oficial fuera desplazado del drama, rebajado de importancia, haciéndosele desaparecer para ser suplantado por un enemigo que viste el mismo uniforme que Dax y los tres desgraciados elegidos (uno de ellos de manera nada aleatoria, sino aprovechando la necesidad de silenciar una voz acusadora respecto al acto reprobable de su elector).

El personaje interpretado por Kirk Douglas, ilustre abogado en la vida civil y hombre culto —no duda en citar ante su despreciable general al escritor inglés Samuel Johnson: «El patriotismo es el último refugio de los canallas»—, asume la defensa de los acusados para terminar la vista con un alegato donde expresa su desprecio ante el crimen que supone condenar a tres inocentes con el único objeto de salvaguardar el prestigio de sus verdugos, aquellos que toman coñac en lujosos palacios y bailan en amplios salones mientras la soldadesca convive entre las ratas y el barro. Dax se muestra en todo momento como un hombre sensible y justo, a la vez realista y decidido, sabedor de la imposibilidad de luchar contra los elementos. Pese a su desaprobación inicial, su sentido profesional de la responsabilidad (elemento de presión que veremos cómo recorre toda la cadena de mando) lo llevará finalmente a dirigir el ataque suicida. En cada paso de ese proceso, que terminará con el fusilamiento de los tres desdichados, intentará, con todas las armas a su alcance, la salvación de sus defendidos, incluso empleando las malas artes propias de aquellos contra los que lucha.

Dax, desesperanzado ante un mundo tan injusto, recupera el ánimo cuando es testigo del verdadero sentimiento que reside en las almas de unos soldados que parecen solo buscar alcohol y risas reunidos en una taberna, cuando la cancioncilla entonada por una muchacha alemana (interpretada por Christiane Susanne, futura esposa del director, del que luego heredará el apellido) consigue la comunión del grupo en torno al profundo sentimiento de melancolía que ven despertar con lágrimas en los ojos.