Tora! Tora! Tora! (1970)

Título original: Tora! Tora! Tora!

Productoras: Twentieth Century Fox Film Corporation, Toei Company

Productores: Darryl F. Zanuck, Elmo Williams, Richard Fleischer

Director: Richard Fleischer, Kinji Fukasaku, Toshio Masuda

Guion: Larry Forrester, Hideo Oguni, Ryuzo Kikushima,

Fotografía: Charles, F. Wheeler, Osamu Furuya, Shinsaku Himeda, Masamichi Satoh

Música: Jerry Goldsmith

Montaje: Pembroke J. Herring, Inoue Chikaya, James E. Newcom

Intérpretes: Martin Balsam, Sô Yamamura, Jason Robards, Joseph Cotten, Takahiro Tamura, Tatsuya Mihashi

País: Japón, Estados Unidos

Año: 1970

Duración: 144 min. Color

Tras el relativo éxito de El día más largo (The Longest Day, 1962), Darryl F. Zanuck, por entonces presidente de Twentieth Century Fox, quería repetir la jugada de convertir una película en la ilustración más realista, detallada y completa de otro hecho bélico. En este caso iba a tratarse del ataque japonés a la base naval de Pearl Harbor (Hawái) el 7 de diciembre de 1941, que introdujo a Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Japón, que ya había firmado casi un año antes su alianza con la Alemania nazi y la Italia fascista para convertirse en la tercera potencia de las Fuerzas del Eje (bando beligerante contra los Aliados), buscaba con este ataque facilitar una expansión por el sudeste asiático que Estados Unidos venía perturbando tanto por sus propios intereses económicos como por los de sus países amigos (Reino Unido y Unión Soviética).

La idea de Zanuck era incorporar en la misma película la visión norteamericana y la japonesa de la batalla, manteniendo, como lo había hecho en El día más largo, la lengua original de los personajes y la inserción de subtítulos para un mayor realismo; ejercicio que repetetiría décadas después Clint Eastwood con su díptico sobre la batalla de Iwo Jima, compuesto por Banderas de nuestros padres (Flags of Our Fathers, 2006) y Cartas desde Iwo Jima (Letters from Iwo Jima, 2006). Las secuencias japonesas debían ser dirigidas por Akira Kurosawa (lo que podía haber significado el inicio de una carrera en Hollywood), como también se pretendía contratar a Toshiro Mifune para encarnar al almirante Isoroku Yamamoto, comandante en jefe de la Flota Imperial Japonesa, a quien finalmente sí encarnaría en la producción de la Toho Rengô kantai shirei chôkan: Yamamoto Isoroku (Seiji Maruyama, 1968), cuya oportunidad y similar temática —dicen las malas lenguas— se debió a un intento de aprovechar la publicidad gratuita que proporcionaba la Fox al promocionar su próxima producción a bombo y platillo. Por otro lado, las escenas norteamericanas tendrían como responsable a Richard Fleischer, decisión de producción que desilusionó al director nipón, pues este había llegado a creer que sería David Lean el encargado de las mismas, al que, con sobrados motivos, consideraba superior a Fleischer y capaz de un nivel equiparable a lo que él pudiera hacer en su aportación japonesa. Pese a no aparecer en los créditos, Kurosawa escribió un guion para su parte de la trama, que, según parece, hubiera necesitado cerca de cuatro horas de metraje de haber sido rodada, y eso únicamente para las secuencias japonesas. Sin embargo, sucesivos recortes dejaron el desarrollo en torno a los noventa minutos. Así era de riguroso y de documentado el trabajo de Kurosawa, entregado a dar a conocer una cultura, la japonesa, que en aquellos momentos era una absoluta desconocida para Occidente. Iniciado el rodaje, Kurosawa tuvo numerosos problemas con los técnicos (con los que se dice llegó incluso a las manos) y con los productores, así como diversas desavenencias por sus caprichosos requerimientos, que —se dice— le hacían pasar por un enfermo mental. Se complicaba de ese modo la producción de una película iniciada en 1967. Finalmente, Kurosawa fue sustituido por dos artesanos japoneses: Kinji Fukasaku y Toshio Masuda, alegándose oficialmente problemas de salud del director de Los siete samuráis (Shichinin no samurai, 1954), no llegando a aparecer en el montaje final ni uno solo de los planos rodados por él, según asegura el biógrafo Stuart Galbraith IV.

El resultado final, todo un fiasco comercial, está muy alejado de lo que las expectativas iniciales y la convocatoria frustrada de Kurosawa parecían anunciar, sin que el relativo distanciamiento de la propuesta respecto al cine comercial de la época deje de tener su interés. Con todo, sin duda existen claras diferencias entre las escenas japonesas y las norteamericanas, inclinándose la balanza a favor de las primeras, especialmente por la extrañeza que suponen dentro de un producto de Hollywood, pues mantienen la personalidad del cine japonés, su forma de rodar y el modo de interpretar de sus actores, distinguiéndose esa especialidad incluso en la fotografía. Mientras, las secuencias dirigidas por Fleischer son formularias, sin pasajes o actores que resaltar, salvo la espectacularidad y el detalle de las destructivas escenas del ataque de los cazas japoneses (en alguna de las cuales se evidencia el serio peligro sufrido por alguno de los especialistas), que salvan la imagen global de la película como la gran producción que pretendía ser, siendo visible el esfuerzo material dedicado a los recursos necesarios con los que conseguir la mayor veracidad posible, tan alejada de la frívola exuberancia exhibida por Michael Bay en su Pearl Harbor (Pearl Harbor, 2001) y sus planos subjetivos desde torpedos y bombas.

Se agradece en el argumento, no obstante, cómo quedan reconocidos los errores burocráticos de los funcionarios y militares norteamericanos (que recuerdan a aquellos que fueron imputados a los alemanes en El día más largo), la desidia y la poca profesionalidad de alguno de sus mandos y de qué manera tales circunstancias empeoraron los resultados del ataque para la flota norteamericana, detalles que la película promete rigurosamente ciertos. A diferencia de El día más largo, esta vez no hay asomo de humor, no hay ningún elenco artístico que exhibir, más allá del estrictamente necesario, y el tono empleado es más grave, especialmente desde el lado japonés, casi propio de una cinta de intriga más que de cine bélico, al que ayudan ciertos inquietantes pasajes de la partitura de Jerry Goldsmith, que recuerdan mucho a otros de la entonces reciente El Planeta de los simios (Planet of the Apes, Franklin J. Schaffner, 1968), del mismo compositor.