Lazos de guerra (2004)

Título original: Taegukgi hwinalrimyeo

Productoras: Showbox Entertainment, Kang Je-Kyu Film Co. Ltd.

Productor: Seong-hun Lee

Director: Je-kyu Kang

Guion: Je-kyu Kang, Ji-hoon Han, Sang-don Kim

Fotografía: Kyung-pyo Hong

Música: Dong-jun Lee

Montaje: Kyeong-hie Choi

Intérpretes: Dong-gun Jang, Bin Won, Eun-ju Lee, Yeong-ran Lee, Hyeong-jin Kong

País: Corea del Sur

Año: 2004

Duración: 140 min. Color

Tras la división de Corea en Corea del Norte y Corea del Sur a raíz de la ocupación de cada una de esas dos mitades del país por tropas soviéticas y norteamericanas, respectivamente, una vez hubo finalizado en 1945 la Segunda Guerra Mundial y se puso fin a la ocupación japonesa, ese artificial reparto del territorio bajo el auspicio de potencias tan dispares desembocó, en junio de 1950, en una invasión militar de Corea del Sur por parte de su homónima norteña apoyada por esos estandartes comunistas que entonces eran, en plena Guerra Fría, la República Popular China y la Unión Soviética. De esa inercia histórica resultó el auxilio que Corea del Sur recibió de Estados Unidos, plasmado tanto en ayuda económica como incluso con la directa participación militar de la potencia capitalista por antonomasia en esa guerra civil. Tal era el contexto que en los libros de historia conocemos como la Guerra de Corea.

Como todos los enfrentamientos bélicos que han contado con participación norteamericana, la Guerra de Corea ha tenido su correspondiente difusión a través del cine americano (si bien no tan extensa como la Guerra de Vietnam, cuya filmografía seguramente supera a la dedicada a la de Corea de manera abrumadora), destacando entre otros ejemplos los célebres Casco de acero (The Steel Helmet, Samuel Fuller, 1951), A bayoneta calada (Fixed Bayonets!, Samuel Fuller, 1951), La colina de los diablos de acero (Men in War, Anthony Man, 1957) o la comedia M.A.S.H. (Robert Altman, 1970). Sin embargo, el punto de vista del propio país donde se desarrolló el conflicto es menos conocido, siendo, como en cualquier otro caso, eclipsado por el tratamiento que el cine de Hollywood (o alguno de sus satélites industriales más cercanos al cine independiente) ha propuesto. Desde esa perspectiva, una película como Lazos de guerra tiene por sí sola un interés que se ve ampliado cuando la factura técnica (tan importante en un género predispuesto a la espectacularidad y la exhibición de los recursos empleados) es irreprochable, salvando la excepción de esos cazas de combate que atacan la base surcoreana, cuyo sonrojante origen infográfico desentona en el conjunto.

Tal y como ha sucedido en los últimos años con el cine de terror oriental, tan diferente al bélico (específicamente el realizado en Japón), más que la consciente y comercialmente interesada adaptación formal y temática a usos y costumbres occidentales, se ha experimentado una globalización de la cultura de masas (con la hegemonía del cine americano como plataforma fundamental en el proceso) que ha llevado a los creadores tanto a crecer personal y profesionalmente como a educarse desde un punto de vista técnico y artístico influenciados por los mismos o muy parecidos estándares, Lazos de guerra se configura como un filme mimético a los más sonados éxitos de Hollywood dentro del cine bélico actual. Indefectiblemente, bebe de las formas inauguradas por Salvar al soldado Ryan (Saving Private Ryan, Steven Spielberg, 1998), concretamente en lo referente a la espectacularidad, al dramatismo y a la truculencia de sus escenas de batalla, que marcaron una época en cuanto a la importancia atribuida a esos elementos, hoy básicos dentro del género, sin que deban obviarse las conexiones argumentales evidentes que Lazos de guerra mantiene con la epopeya del capitán Miller (Tom Hanks) en su búsqueda del soldado Ryan (Matt Damon) por tierras de Normandía; del mismo modo, adelanta alguna idea argumental (esa excavación arqueológica inicial) que luego aprovechará Cartas desde Iwo Jima (Letters from Iwo Jima, Clint Eastwood, 2006). A esto se le une el trágico relato familiar integrado en una trama que cuenta cómo, con el inicio de la guerra, dos hermanos son reclutados a la fuerza para prestar servicio en el ejército de Corea del Sur. La firme convicción del mayor de ellos de salvaguardar la integridad de su hermano pequeño a cualquier precio, incluso poniendo en riesgo su vida, es la causa última de muchos de los aprietos que deberán superar. Las diversas vicisitudes por las que pasará la emotiva relación entre ambos y el destino parcialmente fatal de su familia, abandonada a su suerte en la humilde población coreana de la que proceden, establecerán el vínculo humano que servirá de hilo conductor a las escenas propiamente bélicas. Precisamente esos dos principales elementos argumentales (el drama personal de los personajes y las batallas) construyen una estructura desigual, pues mientras que la atención del espectador es atraída por las preocupaciones, tensiones y desencuentros sufridos por ambos hermanos, existen tramos del metraje en que las escenas de batalla se suceden una tras otra sin aportar nada a la historia, conformándose con perturbar a la audiencia mediante escenas cargadas de violencia, disparos, explosiones, masacres, sangre derramada y miembros amputados; eso sí, bien rodadas y manteniendo a raya con destreza el riesgo de que la cámara en mano haga ininteligible las múltiples peripecias de los soldados.

Sobrevolando sobre todos esos combates es interesante el camino iniciático que supone para los dos hombres la experiencia de la guerra. Ambos, retratados como personas afables, pacíficas y justas cuando aún disfrutan de la serenidad de los tiempos de paz, irán transformándose poco a poco en heroicas e implacables máquinas de matar, conscientes de que únicamente su disposición a cumplir con lo que se espera de ellos conseguirá integrarlos en el extraño contexto al que la vida los ha llevado, tan distinto al que preveían para sí cuando solo soñaban con convertirse en un gran maestro zapatero o en un aplicado estudiante universitario. El desequilibrio existente en cuanto a la ocupación del metraje entre la parte emocional y la puramente entregada a los fuegos de artificio es quizá el defecto principal de una película que, con todo, mantiene el interés por su exotismo (no tanto por su originalidad) y por el reconocimiento de un esfuerzo que imagino inusual dentro de una cinematografía como la coreana, no adiestrada en aventuras fílmicas de tamaña envergadura.