Madrid, 1980
Conchita se dio la vuelta en la cama y vio la de Carmen revuelta y vacía. Un sol radiante iluminaba el dormitorio. Miró el despertador de la mesita, eran más de las diez y ya se oían los gritos de sus hermanos y el ruido reconfortante de cacharros en la cocina. Un olor a fritura inundaba el piso y pensó que su madre debía de haber hecho picatostes. Inmaculada les ponía ralladura de naranja y limón a las rebanadas de pan duro, los sumergía un momento en leche y los freía hasta que quedaban bien crujientes. Cuando Conchita abrió la puerta de la cocina, Carmen se balanceaba en su silla, Juan y Pedro se peleaban por el último pan y Marcos chupeteaba un trocito de pan frito. La madre sonreía con los ojos vigilantes sobre la sartén.
—Ya te iba a despertar —le dijo a la niña—, si sigues durmiendo, llegamos tarde a misa.
—He dormido como un tronco —respondió Conchita desperezándose mientras cogía uno de los picatostes que le ofrecía su madre—. Quería quedar con Paula después de la misa para recuperar las lecciones.
—Claro que sí —la animó la madre—, ve con la Paula, que yo me quedo con los pequeños.
—¡Voy corriendo a vestirme! —exclamó la niña.
La parroquia estaba a rebosar, Conchita se apretujó en el banco con su compañera Paula, Juan encontró a Félix, el vecino, y se dedicó a hacer aviones de papel con las hojas informativas del Domund. Carmen seguía el rito sin error, balanceándose entre oración y oración. Inmaculada no fue a comulgar. Cuando don Salustino dijo «podéis ir en paz», la mujer se levantó de su banco y salió por el lateral con Carmen y Marcos de la mano y con Pedro a la zaga. El sol incitaba a quedarse a charlar y buena parte del barrio se había congregado delante de la parroquia. Se discutía el precio del pan, el cambio de nombre de alguna calle y además servía como bolsa de trabajo. «Mi señora busca a alguien para echar unas horas», decía una. «La mía, una chica fija para su hija», ofrecía otra. O «la mía, una para los niños, a partir de las cinco». En circunstancias normales Inmaculada hubiese participado, ya que muchas de sus casas las había conseguido ahí, pero quería evitar encontrarse con el sacerdote, que ya la había buscado con la mirada por la iglesia. Carmen, habituada a quedarse bajo el sol en la plazoleta, se resistía al cambio de programa. Se había apoyado en una de las paredes y se negaba a moverse. Inmaculada vigilaba la entrada mientras tiraba de la mano de su hija cuando una voz la sorprendió por detrás.
—¡Inmaculada, hija, qué alegría verte! Perdona si te he asustado. He salido por la sacristía, que esto parece una boda.
La cara redonda del sacerdote estaba iluminada con el placer de un anfitrión que ve que sus invitados lo pasan bien. Le dio una palmadita en la cara a Carmen, chocó la mano con Pedro y le acarició la cabeza a Marcos.
—Te he estado esperando —le dijo—, no creas que me he olvidado de ti.
Inmaculada se sentía violenta, el padre Salustino era un alma de Dios y no quería darle un disgusto.
—Padre, yo… —balbuceó.
—No, hija, no digas nada —la detuvo—, que imagino lo preocupada que debes haber andado. Mira, he hablado con unos compañeros. —Se detuvo al ver el rostro asombrado de la mujer—. Sí, hija, no me mires raro, ¿qué crees, que en la Iglesia no nos comunicamos? Bueno, a lo que voy. Un antiguo compañero del seminario tiene una hermana religiosa, de las comendadoras. Y me ha dicho que ellas te pueden ayudar. Su hermana le ha dado la dirección de un hospital, Nuestra Señora de las Nieves, ya lo he mirado y no está lejos. Lo mejor es que te pases por ahí. La hermana de mi amigo ya las ha avisado, porque ella no está en el servicio de hospitales, pero les dices a las hermanas que vas de parte de sor Bárbara. Te lo he apuntado todo en este papelito. —Sacó del bolsillo de la sotana una hoja cuadriculada doblada varias veces.
El sacerdote la miraba tan contento, tan lleno de esperanza, que Inmaculada no pudo más que sonreír y darle las gracias. El padre le apretó amistosamente el brazo, sacó unos caramelos del bolsillo y se los dio a los tres niños.
—Hala, a disfrutar, ¡que es domingo!