—¡Baila conmigo!
—grita Catalina al empezar el siguiente tema
y baila con nosotras.
—Enséñame ese paso, Ellie —dice.
—¿Cuál?
—Ese en el que dabas
como una patada
mientras hacías un giro.
Cuando bailo
sabiendo que Catalina me mira,
siento cada kilo de mis piernas,
veo sacudirse mi gordura
y noto lo redonda
que es mi sombra sobre la hierba
junto a los ángulos de la suya,
así que me detengo.
Regla para Chicas Gordas:
Muévete despacio, así
tu gordura no se menea,
atrayendo la atención a tu cuerpo.
Pero ese sentirme incómoda en mi propia piel
se va esfumando mientras la música retumba
y Catalina grita y chilla,
volviéndose loca con nosotras
durante el tributo a Selena.
Si las parejas de baile fueran comida,
Catalina y yo seríamos
mantequilla de maní y mermelada.
Galletas y leche.
Tortillas y salsa.
Somos diferentes, pero
combinamos a la perfección,
cabezas, caderas y manos
moviéndose en sincronía.
En el compás preciso, mientras el sol se pone,
los grillos empiezan a cantar
rápidos y furiosos ya que
su ritmo se alimenta del calor
o tal vez del pulso bidi-bidi-bom-bom de Selena.
—Catalina, dale las buenas noches
y ven a casa —grita una voz de mujer.
—Tengo que irme —nos dice Catalina—.
Gracias por dejar que me colara en su fiesta.
Vuelve a trepar la cerca,
luego trampolín.
—Noveolahoradevenirotravez.