BIBLIOTECARIAS SALVAVIDAS

La biblioteca es mi puerto seguro, ya que

no me atrevo a entrar sola en la cafetería,

una ballena rodeada de tiburones hambrientos.

Ya era muy difícil cuando

Viv y yo los enfrentábamos juntas.

 

—¿Leíste mucho en el verano, El?

—me pregunta la señora Pochon.

 

Le hablo a la bibliotecaria sobre mi nueva

novela favorita en verso libre.

 

—Imagínate eso, ¿eh?

—Tiene un fuerte acento canadiense—.

La poesía en los primeros puestos de tu lista.

Sonríe y escanea un libro,

de lomo quebrado y cubierta plástica crujiente.

 

Respiro el olor,

hambrienta de leer las palabras.

 

—Este te gustará —dice ella—.

Estaba deseosa de verte

para que te lo llevaras.

 

Es la primera persona que hoy me sonríe.

La primera que me hace sentir querida.

Comprendida.

Pestañeo para encerrar las lágrimas.

No se sabe cuántas vidas de estudiantes

han salvado los bibliotecarios

cuando acogen a los solitarios durante el almuerzo.