Las campanas chinas que cuelgan de la puerta
se golpean y repican
anunciando mi llegada a
la oficina del tamaño de una casa de muñecas con
su salón convertido en sala de espera y
su jardín de invierno convertido en consultorio, todo
absolutamente perfecto para
que mi vida se convierta en pesadilla.
En alguna parte la vajilla tintinea en el fregadero y
una voz llama:
—Ponte cómoda
en mi oficina, Ellie.
Estoy contigo en un minuto.
—Es la doctora Nott —dice papá,
quitándose su sombrero de vaquero
y sentándose en la sala de espera.
Puedes sacar a un hombre del rancho,
pero no el rancho del hombre.
—Te caerá bien.
Me guiña un ojo y
levanta un extremo de su boca y
hace un doble chasquido.
A eso lo llamo su hechizo vaquero.
—Confía en mí.
—Ya no, no confío.
Mi voz derrama veneno mientras
le entrego una sonrisa exagerada
que pronto se transforma en un ceño fruncido,
lo que llamamos una sonrisa ceñuda.
Soy famosa por esas sonrisas.