Decido enfrentar
cuerpo a cuerpo
a la doctora Notegustaríasaberlo.
Cuando entra en la oficina,
me encuentra en su sillón,
confundiéndola en su juego,
sacándole una pizca de su poder.
Frunce los labios.
—Mmmmm.
—Luego se sienta en el sofá—.
Ellie, dime por qué estás aquí.
Mi terapeuta es piel y huesos.
¿No podían, al menos,
haber encontrado una gorda
que tal vez
me entendiera?
Me cruzo de brazos,
gesto universal de “terminó la conversación”.
No habré elegido estar acá,
pero puedo elegir si hablo y cuándo.
—Tú te das cuenta de que ver a un terapeuta
es para tener a alguien con quien hablar,
para ordenar lo que te está pasando
y cómo te sientes,
para descubrir qué puedes hacer,
para cambiarlo o aceptarlo.
No tienes nada de qué avergonzarte ni qué temer.
La doctora Notegustaríasaberlo
levanta las cejas,
formándose ondulantes arrugas en su frente.
A ella le pagan para aguantarme,
así que me muestro un poco insolente.
—Lo sé.
Mi papá es psiquiatra ¿lo recuerda?
Ojos en blanco.
Los míos.
Luego, los de ella.
—No tienes ganas de hablar hoy, ¿eh?
Está bien.
Garabatea en un cuaderno
hasta que se acaba el tiempo.
Con cada palabra que escribe,
recupera su poder.
Ojalá pudiera comportarme
con mis padres como lo hice
con la doctora Notegustaríasaberlo.
Decirles lo que realmente pienso,
especialmente a mamá.
Pero creo que me da mucho miedo
cómo reaccionaría.
Ella ya hace mi vida difícil, ahora
que me guardo mis pensamientos.
¿Por qué no se les permite a los chicos
decirle a los adultos cuando se equivocan?
Ellos no lo saben
todo.
A veces, es como si
no supieran
nada.