Cajas rodean a Viv mientras chateamos por video.
—¿Estás empacando y
preparándote para volver aquí, donde perteneces?
—Todavía sin desempacar aquí en Podunk.
Viv dice que su nueva escuela pública tiene
más personas gordas que la Academia Kiser,
y por eso se siente en casa.
Me alegro por ella.
Cuando me pregunta cómo fue mi día,
le cuento todo sobre el bullying
y la terapeuta.
—¡No lo puedo creer!
¡No lo puedo creer!
—¿Qué? —pregunta su mamá, Sue,
inclinando la pantalla para saludarme,
así que la veo cabeza abajo.
Después de que Viv le cuenta, Sue dice:
—No dejes que los problemas de tu mamá con el peso
se vuelvan tus problemas con el peso, chiquita.
—¡Deja de meterte en nuestra conversación!
Viv aparta a su mamá con empujones juguetones.
Me gusta que actúen como mejores amigas,
no madre e hija.
No archienemigas como mamá y yo.
Después que Sue sale de la habitación, Viv pregunta:
—De verdad, ¿por qué todos son tan malos con nosotras?
—¿No sabes que solo están bromeando?
—La gente se ríe con las bromas —dice Viv—.
Las de ellos nos hacen desear
volver a casa y llorar sin consuelo.
Pero ¿qué podemos hacer?
—¿Qué tal si nos sentamos encima de ellos?
Viv se ríe con mi chiste tonto hasta llorar.
Me uno a ella y nuestras lágrimas
no tienen nada que ver
con la risa.