Todos en mi familia tocan el piano,
salvo yo.
Hace unos años, le pedí a mamá tomar lecciones
como regalo de Navidad.
Recuerdo sentarme con ella al piano,
y deslizar mis dedos por las teclas resbaladizas y brillantes.
—¿Realmente quieres aprender? —preguntó mamá.
—Más que nada en el mundo —le respondí.
—Muy bien —me dijo, y se puso de pie y cerró la tapa—.
Cuando adelgaces.
Así que ahora nunca dejo que mamá sepa lo que quiero
porque ella me lo negará
como castigo por ser gorda,
disfrazado de aliciente para adelgazar.
Escribo en mi diario.
Regla para Chicas Gordas que me enseñó mi mamá:
Si eres gorda,
hay cosas
que nunca tendrás.
Pero mamá no sabe
que puedo tocar algunas canciones
en el piano.
Me enseñó nana Montgomery.
—Hagamos trampa
—me decía nana
cuando me quedaba con ella.
Hacer trampa significaba
hacer algo que mamá no permitía.
Recuerdo
las manos arrugadas de nana
colocando las mías en posición.
All you need is Love
de Los Beatles,
el ritmo lento
pero saltarín y divertido
y lleno de una alegría simple,
como la que sentíamos
mientras tocábamos y cantábamos
juntas.
Y recuerdo sus palabras
después de cada lección.
—No importa lo que otros digan o hagan,
abraza aquello que te hace ser quien eres.
Termino de escribir y miro a Catalina,
que rasguea las últimas notas
de su canción.
—¿Qué tal algo bien frío para beber?
—le pregunto.
—Me vendría bien para descansar del calor,
sin duda —dice ella.
Mientras vamos bailando a la cocina,
las palabras de nana resuenan en mi cabeza
como otra canción.
No importa lo que otros digan o hagan,
abraza aquello que te hace ser quién eres.