Si solo pudieras intercambiar hermanos
como si fueran regalos horribles.
Yo cambiaría a Liam por Javier en un segundo.
Cuando le agradecí haberme traído a casa,
me sonrió y dijo: “De nada, nena.
Me alegro de que no hayas tenido que llegar nadando”.
—¿Quieres que hagamos la tarea juntas?
—me pregunta Catalina.
—¡Me encantaría! Pero hoy no puedo.
Tengo cita con la doctora.
Como una tortuga en su caparazón,
Catalina mete la cabeza en su camisa,
barbijo improvisado contra los gérmenes.
—¿Estás enferma?
—No esa clase de doctor.
Una terapeuta
—digo sin querer.
—¿Qué?
Saca la cabeza.
—Mamá piensa que algo malo me pasa
por ser enorme como una ballena.
—Bueno, eso es una porquería.
—Vaya, gracias.
—¡No! Lo que piensa tu mamá. ¡Tú no!
¿Podría tener razón Catalina?
¿Podría ser el pensamiento de mamá el que necesita arreglo
y
no yo?