—¡Eliana Elizabeth Montgomery-Hofstein!
¿Qué crees que estás haciendo?
—grita mamá mientras uso
la manguera del jardín para extinguir
las últimas llamas.
—¡La oficina de tu papá!
—señala como si yo no conociera el camino—.
¡Ahora!
Me sigue.
—Phillip, ¿sabes lo que
hizo tu hija?
—le anuncia su voz antes de llegar,
advirtiendo que estamos por irrumpir.
Ya en la oficina de papá,
mamá señala el sofá.
—¡Siéntate!
Mi perra y yo obedecemos al instante.
Gigi me mira
con sus ojos saltones como diciendo
Esto es peor
que hacer pis en la alfombra blanca, ¿cierto?
Asiento.
El secreto para sobrevivir la infancia
hasta ahora ha sido saber cuándo
mantener la boca cerrada.
Pero ya no soy una niña.
Tengo sentimientos.
Tengo ideas.
Tengo el derecho de expresarlos.
Mamá le informa a papá y
vuelve a la carga conmigo.
—Tú conoces las reglas.
No prender fuego sola.
¡Nunca! ¡Nunca! ¡Nunca!
—¿Qué quemaste? —pregunta papá.
—Solo algo escrito muy desagradable
que no quería que nadie más leyera.
No miento.
—¿Y romperlo en pedazos
y arrojarlo a la basura no era una opción?
Mamá levanta y sacude sus manos en el aire.
—¡No! No porque tú estás siempre
hurgando en mi basura.
No puedo creer que haya dicho
esas palabras en voz alta.
Y es tan reconfortante ver
el estupor en su cara.
—Tendrías que escuchar todas las palabras
que quiero decirte, mamá.
Puede ser que me castiguen,
pero soy más liviana que un globo
mientras floto hasta mi habitación.