La señora Boardman me pide quedarme después de clase.
—Tu última tarea.
—Me devuelve el poema que escribí—.
Es hermoso.
Me encantaría que me lo leyeras.
—Los recuerdos me abrazan
cuando me envuelvo en mi edredón.
Recuerdos de ver a bobeshi
combinar retazos cuadrados de ropa vieja
en una celebración de los ancentros de los Hofstein.
Cada uno cuenta una historia.
Pijamas de bebé.
Vestido de novia de raso y encaje.
Chaqueta de algodón rayada con una estrella dorada.
Mis manos acarician la tela desteñida
desgastada, suavizada, aterciopelada por los años.
Años de esconderme bajo él después de la escuela, y luego
para sofocar mi llanto después de que bobeshi se fuera.
Los recuerdos me abrigan más que la tela
al acurrucarme dentro de él,
sintiendo que el amor de bobeshi sigue vivo
cuando el edredón
me contiene y consuela.
La señora Boardman chasquea los dedos.
—Tu primera lectura en público.
Ahora eres oficialmente una poeta.