El universo debería advertirte
cuando algo terrible
está a punto de suceder,
darte la oportunidad de
respirar hondo
antes de
quedarte sin aliento.
Mientras mi familia discute sobre
qué vamos a hacer después,
observo el agua atronadora
del salto Horseshoe en Nueva York.
Alguien me toca el hombro.
Una chica que habla una lengua
que nunca he escuchado señala
su cámara y a mí.
Asiento y extiendo la mano hacia la cámara
para sacar una foto de
ella con sus amigos.
Pero más rápido que el fluir del agua,
el grupo y sus risitas me rodean
mientras la chica
nos saca una foto.
Y yo estoy en el centro.
Me imagino la publicación en las redes:
“Las chicas se encuentran con Gordzilla en América”.
Se vuelve viral.
Soy un hazmerreír global.
Pienso en lo que diría la doctora.
Tengo derecho
a protegerme,
a defenderme.
Me obligo a
acercarme a ellas y
usar mis manos para decirles que
me gustaría sacarles una foto.
Disparo una foto grupal y
luego una de las cataratas antes
de darles la espalda por
apenas un segundo,
solo lo necesario.
Luego les devuelvo la cámara.
Cuando las chicas se alejan,
arrojo la tarjeta de memoria de la cámara
a las cataratas.