Pienso que mamá está cambiando cuando arranca
de la nevera los últimos artículos sobre dietas,
pero luego veo que solo está liberando espacio
para historias exitosas de cirugía bariátrica.
Uf.
Supongo que no importa
que su hermana, la tía Zoey,
casi se haya muerto por una cirugía bariátrica.
O que yo tenga solo once, casi doce años.
Según la mayoría de los médicos,
necesitas tener por lo menos catorce
para operarte para perder peso.
Pero si mamá quiere que lo haga,
encontrará el modo.
Descubrí eso hoy,
con los artículos que encontró
sobre una chica de doce años que se la hizo,
y, ¡ay, Dios!,
hasta una niña de cinco.
¡Y
otra
de dos!
Cinco años.
Dos.
Sus cuerpos cortados y
permanente, quirúrgicamente alterados.
Solo porque son gordas.
Mi tía,
a pesar de los riesgos,
decidió someterse a la cirugía.
Todo lo que podía
salir mal, ocurrió.
Todavía me recuerdo sentada al lado de su cama,
tomándole las manos frías,
escuchando una máquina respirar por ella.
Sobrevivió, después de seis semanas en terapia intensiva.
¿Cómo puede mamá
arriesgarse a que yo tenga que pasar
por todo eso?