Una y otra vez.
Paf, paf, paf, golpeo
el agua con mis brazos
y pateo rápida y furiosa con mis piernas.
Luego me sumerjo
para gritar las palabras que ojalá hubiera dicho
en la escuela y en la cena.
Agotada, exhalo por la nariz,
creando un camino de burbujas hasta la superficie
donde encuentro a Catalina
sentada cerca de los escalones.
—Nunca te escuché nadar tanto y con tanta fuerza.
Pensé que tal vez algo no estaba bien.
Entré por la puertita nueva para ver cómo estás.
—Entrecierra los ojos—.
Tus ojos están muy rojos.
—El cloro —balbuceo.
—Entre amigas no debería haber mentiras.
¿Qué pasa?
Sacudo la cabeza.
—Es que no puedo...
Me sumerjo,
nadando y gritando
hasta que arden mis pulmones pidiendo aire.
Cuando emerjo, Catalina todavía está allí.
Está sentada en el borde, más cerca de mí.
Me deslizo hacia Catalina.
—Gracias —le digo,
ronca mi voz
de tanto llorar.
—No sé lo que te pasó
o por qué la gente es tan mala, Ellie,
pero sé que
lo que sea que hayan hecho es
un reflejo de lo que ellos son.
No tú.