Al día siguiente,
voy a nadar,
como siempre.
Catalina se sienta en la terraza
practicando guitarra,
como siempre.
Termino mi ronda
y me quedo en el agua
junto al borde de la piscina.
—No me parece bien
que te quedes ahí.
Ella deja de tocar.
—¿Quieres estar sola?
—Quiero compañía.
Ella apoya a un costado la guitarra y
se saca los jeans y la camiseta.
Tiene debajo su traje de baño.
—Lo he llevado puesto
bajo la ropa por semanas.
Pensé que nunca me lo pedirías.
Nadamos.
Nosotras.
Puedes almacenar mucho poder
en esa palabra.
Catalina y yo damos vueltas,
salpicamos,
nos sumergimos
y emergemos,
tal como en un documental
que vi una vez con una ballena
y un delfín,
una pareja inusual,
jugando en el agua.
Somos diferentes
de muchas maneras,
y aun así nos encontramos
en el océano de
gente del planeta
y nos hicimos amigas.