Cuando Anaïs se para en mi puerta,
sé que algo pasa.
—¿Qué quieres?
Se sienta en la cama a mi lado.
—Hablar.
Decirte que lamento mucho
todo eso de la silla.
—¿Y qué te importa?
Anaïs frunce la cara.
—¿Por qué me dices eso?
—Nunca me defiendes cuando
Liam o mamá me insultan.
Ella baja la cabeza.
—Debería.
Un silencio denso llena la habitación,
como cuando una tormenta termina
y otra se presiente en el horizonte.
—No he sido la mejor hermana —reconoce Anaïs—.
O al menos no buena, que para el caso es lo mismo.
Me quedo sentada en silencio.
Estoy de acuerdo.
—Está bien, soy un desastre de hermana
—escupe ella por fin—.
Pero no te he tratado
tan mal como Liam.
—Ah, muy bien, eso lo cambia todo.
Ahora mismo ordeno
tu premio de “Hermana del Año”.
Te avisaré cuando llegue.
Puedes esperar sentada.
Le señalo la puerta.
—¡Vete! Tengo que hacer la tarea.
Anaïs me sonríe con tristeza.
—Eres muy graciosa, y sé
que tengo suerte de que seas mi hermana.
—Me pone una mano en el hombro
y me aparto—.
Lo siento.
—Decir que lo sientes
no borra el daño que me has hecho.
—Tienes razón, mucha razón.
Todo lo que puedo hacer es
empezar a tratarte mejor.
Y prometo que lo haré.