—¿Tu mamá ha sido siempre tan terrible?
—me pregunta Catalina.
Dejo escapar un suspiro.
—Está obsesionada con las dietas,
tratando de encontrar una mágica
que me vuelva delgada.
Ahora me ha puesto en una,
o me había puesto en una.
—Hago una pelota con el papel del chocolate,
se la tiro y sonrío—.
A veces me pregunto para qué lo intento.
Quiero decir, no estoy segura de que ser gorda
realmente me moleste.
Cómo me trata la gente
por ser gorda sí me molesta.
—¿Y sus dietas no ayudan?
—A veces.
Por un rato.
Pero, en realidad, no.
Es como si estuviera atrapada en
un círculo enloquecedor.
Eres un poco gordita de niña,
la gente hiere tus sentimientos por eso.
Comes para enterrar la vergüenza.
La gente te hiere más,
tú comes más.
Un círculo vicioso.
—¿Te han molestado
desde que eras pequeña?
—La expresión correcta es me han hecho bullying.
Y sí.
La gente no me deja nunca en paz.
Ni en la escuela.
Ni en ningún lugar.
Ni siquiera en casa.
Dudo que alguna vez termine.
—Eso es muy enloquecedor —dice Catalina.
Se acerca y me abraza.
Exactamente lo que solía hacer Viv.