La primera señal de
que Acción de Gracias en familia
será un desastre
es cuando Liam
mete un dedo en un bol y
se lo lleva a la boca.
En seguida escupe.
—Estas papas están podridas.
—Es puré de coliflor
—dice mamá—.
Menos carbohidratos y calorías.
Y no vuelvas a meter el dedo.
Papá pasa la
fuente con rodajas de pechuga de pavo
alrededor de la mesa,
luego un bol de colecitas de Bruselas hervidas
y el puré de coliflor.
Mamá ya ha puesto en mi plato
lo que puedo comer
y yo miro fijamente el salero y pimentero
con forma de cornucopia mientras
espero que papá bendiga la mesa.
Y digo una oración silenciosa, al estilo de Shakespeare,
sin mover los labios,
pidiendo que un meteorito nos aplaste.
Oh, meteorito, meteorito.
¿Dónde te escondes, meteorito?*
—¿Y el resto de la comida?
—Liam mira alrededor de la cocina—.
¿Las patas de pavo?
¿La salsa?
¿Los arándanos rojos?
¿Los aderezos?
¿La crema de maíz?
—Todo eso tiene grasa,
carbohidratos y azúcar.
Mamá pincha una colecita.
—¿Así que ya ni siquiera podemos tener
una comida de Acción de Gracias como gente normal?
Todo gira alrededor de Ellie.
Me voy a buscar comida de verdad.
Tal vez uno de mis amigos
me invite.
Me voy.
* Referencia a un diálogo de Romeo y Julieta.