La doctora empieza a decir cualquier cosa
para hacerme hablar y entonces
zas
me sorprende con una pregunta
cuando menos lo espero.
La conozco muy bien.
Me pregunta qué hice
durante el feriado.
—Destruí las Reglas para Chicas Gordas.
Agarro el pequeño almohadón.
Me lo pongo encima de la panza.
En seguida, lo vuelvo a dejar.
Cambiar de hábitos es difícil.
—Las Reglas para Chicas Gordas
no sirven para vivir —dice la doctora.
—¡Dígamelo a mí!
—Entonces, ¿por qué escucho un dejo
de tristeza en tu voz
cuando me dices
que las destruiste?
Pensando una respuesta,
un recuerdo viene a mi mente
y se lo cuento.
—Una vez, Pugs Por Siempre rescató una perrita
que se había pasado toda su vida
enjaulada en un criadero de cachorros.
Aun después de que le abrieran la puerta,
se quedaba dentro de la caseta.
De vez en cuando
sacaba una patita o la cabeza.
Pero en seguida miraba el interior de la jaula,
muy triste y un poco asustada,
y volvía a meterse.
El encierro era la única vida
que conocía.
Un día, otros dos rescatistas
entraron y salieron rápidamente de su jaula.
Le mostraron que eran libres
y que ella también podía serlo.
Salió corriendo y se unió a ellos.
Me di cuenta que a veces necesitas
que alguien entienda
qué significa estar preso
para mostrarte la libertad.