Entramos en el consultorio,
y el doctor nos indica que nos sentemos
del otro lado de su escritorio.
Sin siquiera saludarnos,
dice que la cirugía bariátrica
viene ganando peso como opción
para chicos obesos.
—Una opción que gana peso...
¿Se supone que es gracioso?
Me cruzo de brazos
para ocultar lo mucho que mis manos
están temblando.
Él sonríe de manera extraña.
—Aquí tienes algo de información.
Desliza una carpeta hasta
el borde del escritorio,
a unos centímetros de mí,
justo al lado de los modelos plásticos
del estómago y los intestinos.
No puedo creer que esto esté sucediendo,
pero sucede.
—¿Así que te cuesta perder peso
y no volverlo a ganar?
El doctor se reclina en la silla
y entrelaza las manos detrás de su cabeza.
Su camisa abotonada se entreabre,
estirada hasta el límite sobre su gran panza.
—¿Y a usted?
Miro fijamente su panza
como él ha estado mirando la mía.
—Concentrémonos en ti
—explica los diferentes tipos de cirugías,
beneficios, riesgos y efectos secundarios—.
—Solo piénsalo por ahora.
Podrías tener una vida completamente distinta.
O quedarme sin vida.
El doctor empuja la carpeta hacia mí,
como si fuera comida que voy a devorar.
—¿Esto es todo? —pregunto.
—Bueno, hay exámenes prequirúrgicos.
—¿Así que yo hago esos exámenes y
luego usted me corta en pedacitos?
¿Abracadabra y
tengo una vida perfecta?
¿Nunca más ni un solo problema?
¿Y por fin mamá me amará?
Ya está, lo dije.
Me adelanto hasta el borde de mi silla
y espero su respuesta.
Entonces, mamá habla:
—Ellie, solo tratamos de solucionar tu problema.
Pone su mano sobre mi hombro.
Y esa es la gota que colma el vaso.