De un manotazo, tiro del escritorio
el estómago y los intestinos de plástico.
Mi mente se enfoca en
el odioso estómago,
la única parte mía que a la gente le importa.
A nadie le interesan
mi mente y sus pensamientos o
mi corazón y sus sentimientos.
—¡Hagámoslo!
—Apoyo de un golpe mis manos en el escritorio—.
¿Dónde debo firmar?
O pensándolo mejor, ¿para qué esperar?
Agarro un par de tijeras
del organizador que está sobre el escritorio,
tirando lo demás al suelo.
Luego levanto mi camisa,
expongo uno de mis rollos,
y apoyo el acero filoso en él.
—¡Eliana Elizabeth!
Mamá se levanta de un salto y
me arrebata la tijera de las manos
mientras el doctor aleja su silla de nosotras.
—Creo que es mejor que se retiren,
o tendré que llamar a seguridad.
—¿De verdad, doctor?
¿No quiere volverme
delgadiiiiiita?
Mamá me pone de pie
de un tirón en el brazo,
olvidándose de que peso mucho.
Me paro,
me aliso la ropa y el pelo.
—Encantada de conocerlo.
Sonrisa ceñuda.