Los médicos son como la ropa.
No hay una misma talla para todos.
Para nada.
Así que pruebo todavía con otro más.
Sillas comunes y muy grandes
ocupan la sala de espera
de modo que todos puedan estar cómodos.
—¿Quieres saber cuánto?
—me dice la enfermera mientras me pesa.
Puedo elegir.
Poder.
Derechos.
Por fin.
Niego con la cabeza.
—Muy bien, bájate.
Papá hace chistes tontos
para aliviar la tensión,
mientras esperamos en el consultorio.
Después de unos golpecitos suaves,
la puerta se abre.
—Hola. Tú debes ser Ellie.
La doctora me mira a los ojos.
No fijamente a mi estómago.
Por ahora, vamos bien.